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Había una vez un pequeño elefantito llamado Trompi que vivía con una gran familia de monos. Trompi nunca conoció a sus verdaderos padres, pero los monos lo cuidaban como si fuera uno más.
Un día, mientras Trompi jugaba con sus hermanos monos, llegó un gorila. Al ver a Trompi empezó a reírse de él.
-¿De qué te ríes? -preguntaron los monos.
-De vuestro amigo -dijo el gorila-. ¡Es ridículo! Debe ser elefante ese del que todo el mundo habla, el elefante perdido. No me extraña que lo abandonaran.
-¿De qué hablas? -preguntó mamá mona.
-Dicen que es un elefante diferente a los demás -dijo el gorila-. Ahora ya sé por qué. ¡Jajaja, qué gracioso!
-¿Por qué dices eso? -preguntó papá mono.
-¿No ves esa nariz tan larga que tiene? -dijo el gorila-. No me extraña que no quisieran saber nada de él los demás elefantes.
-¿Eso es raro? -preguntó uno de los monitos.
-¡Es rarísimo! -exclamó el gorila.
Trompi estaba muy triste. Nunca se había parado a pensar que su nariz alargada fuera una cosa rara. Pero lo peor era saber que sus padres le habían abandonado. Así que decidió salir en su busca para pedirles explicaciones.
-Madre, volveré en cuanto haya aclarado las cosas -dijo Trompi.
Mamá mona le dio un beso y le dejó marchar, no sin antes soltarte toda esa retahíla de consejos que toda madre da a sus hijos antes de hacer cualquier cosa importante.
Por el camino Trompi se encontró con todo tipo de animales. A la mayoría no los había visto antes. Muchos se reían de él y, otros, se escondían, atemorizados.
-Pues sí que es rara esta nariz mía -pensaba Trompi cada vez que algo así ocurría.
Pasaron los días, pero Trompi no consiguió encontrar a su familia. Ya estaba a punto de darse la vuelta cuando, de pronto, escuchó un sonido a lo lejos:
-¡Brraahh! ¡Bbrrrahh!
Ese sonido le resultaba muy familiar a Trompi. Él mismo intentó contestar y, para su sorpresa, dijo:
-¡Brraahh! ¡Bbrrrahh!
Al poco aparecieron dos elefantes corriendo. Y muchos más detrás. Trompi no cabía en sí de gozo. ¡Había más animales como él! Con una larga nariz. Estos estaban calvos, pero, ¿qué importaba?
-¡Hijo! Creíamos haberte perdido para siempre -dijo una elefanta-. Se ha corrido la voz de que estabas por aquí y hemos venido a buscarte.
-Entonces, ¿no me habíais abandonado por mi nariz? -dijo Trompi-. Un gorila dijo que yo era muy raro y que por eso me abandonasteis, por mi nariz. Pero veo que vosotros también la tenéis igual.
-Se llama trompa -dijo la elefanta-. Y no te abandonamos. Te perdiste. Llevamos meses buscándote.
-Entonces, ¿por qué dijo el gorila que yo era un elefante rato, si tengo trompa como todos los demás? -preguntó Trompi.
-Tonterías del gorila, hijo -dijo mamá elefanta-. Vamos, que te presento a toda la familia.
-Mamá, tengo una pregunta -dijo Trompi-. ¿Yo también me quedaré calvo?
-No creo, hijo -dijo la elefanta-. Pero nunca dejes que nadie te lo corte, ¿me has oído? Es un pelo especial.
-¡Vale! -dijo Trompi-. Preséntame a la familia, por favor, que tengo muchas ganas de conocerlos. Luego te presentaré yo a la familia de monos que me ha cuidado. Prometí a mamá mona que volvería. Le gustará saber que os he encontrado.
Y todos fueron felices con sus largas narices.
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