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Una lata de sardinas

Si me quieres escribir ya sabes mi paradero.
Si me quieres escribir ya sabes mi paradero:
En el frente de Gandesa, primera línea de fuego,
En el frente de Gandesa, primera línea de fuego.

Se perdían las voces entre los cerros pelados y la canción iba y venía deshilachada por el viento, mientras Txamar de Roncal seguía en sus labios la melodía guerrera. Erguido en el campo, arrebujado en la parda manta de cuadros, un hombre solo avizora el horizonte. Las bestias, esparcidas ante él, procuran por su estómago triscando la ruina del baldío.
A lo lejos retumba la batalla y el firmamento se ilumina estremecido en la mañana polvorienta con los cohetes de la fiesta para celebrar la Navidad.
Txamar de Roncal mueve su cuerpo entumecido, patea el suelo gélido y tararea: Si me quieres escribir ya sabes mi paradero...Desde las estribaciones del Pirineo la nostalgia le atraviesa el corazón con su filo de amor ausente y siente, plantada sobre la estepa, su casa, su mujer, sus cachorros preparando un belén sencillo, de figurillas melladas por el uso y el tiempo. Al encarar el adusto paisaje intenta separar de sus ojos una brizna plateada de espumillón impertinente, que insiste en provocar la presencia de una lágrima y, espontáneamente, zaherido por su rudeza, destempla la debilidad con un grito al ganado:
-¡Aidá!...
A lo lejos seguía la guerra reflejando entre las nubes el destello de las explosiones que enciende las bombillitas de una Navidad con eco de zambombas, fijada al calendario con familiar melancolía. El rebaño acompañaba con la cadencia de las esquilas el bíblico recuerdo pastoril y a Txamar de Roncal se le adentra en el corazón un villancico breve y ácido.
Alto el resplandor acudió al reclamo de su estómago y del zurrón de cuero extrajo una lata de sardinas y un zoquete de pan. Prendió el abrelatas, aplicó el ojo de la espiga a la uña del borde, giró la manecilla y la lengua de hojalata fue enroscándose, descubriendo el manjar embalsamado. Asentó su cuerpo en la piedra y se dispuso al banquete.
De la humilde lata gustaba Txamar de Roncal, al llevarse a la boca el trozo del pececillo pringado de aceite y frugalidad y soledad y olvido, aquellos aromas y gustos y texturas que el milagro más oscuro del mundo depositaba en su paladar, a saber, el mismo condumio que, allá lejos, degustaban su mujer y sus hijos, observando a hurtadillas una silla vacía.
En la estepa, sobre la zambomba guerrera, sonaba la tonadilla querenciosa de un estribillo temoso: Si me quieres escribir ya sabes mi paradero.
Datos del Cuento
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