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El viaje de Emilia

~~El sol empieza a asomar y el Sr. Gallo anuncia un nuevo amanecer en la granja. Lentamente, todos los animales comienzan a abrir un ojo y despertar, sacudiéndose el sueño y la modorra. Las gallinas, mamá pata y los patitos, los caballos, los cerdos y las vacas. Todos, se acicalaban y preparaban para empezar la jornada. Todos, excepto Emilia, la vaca aventurera.

Emilia no es una vaca cualquiera. No, no…Emilia es una vaca con aspiraciones, con sueños y deseos.

~~Emilia estaba aburrida de la vida en la granja. Ella quería conocer la ciudad. Se moría por estudiar, aprender y conocer lugares nuevos. Por eso, un día decidió que era hora de partir en busca de aventuras y agarró la mochila de Hello Kitty, cargó el iPod, el sombrero con flores, la cámara de fotos y el saquito rosa que le había tejido la abuela y y se dirigió muy campante a la estación de trenes del pueblo con el firme propósito de emprender su viaje hacia la ciudad.

Lo que Emilia no sabía era que ese viaje iba a estar lleno de aventuras y de emociones. Durante ese viaje iba a conocer gente nueva, muchos lugares y lo más importante…ese viaje le iba a dejar una gran enseñanza.

Pero arranquemos con los sucesos: después de andar un rato por el camino, Emilia finalmente llegó a la estación de trenes, pidió un billete y se acomodó en un asiento del lado de la ventana. No le daban los ojos para mirar todo lo que iba recorriendo. Las casas, el pueblo, las rutas y caminos, la gente, los árboles y flores. Emilia estaba encantada y súper ansiosa. Cuando el tren entró en la ciudad y los caminos polvorientos dejaron lugar a las calles y avenidas y las casas de ladrillos y techos de chapas se convirtieron en altos edificios, Emilia casi casi que se pone a llorar de lo contenta que estaba.

Se bajó del tren y empezó a caminar por el andén y en eso se dio cuenta que tenía sed, así que fue hasta un maxi kiosco y se compró una coca light, sí, sí, light porque Emilia era vaca pero se cuidaba. Cuando salió del kiosco, Emilia casi se mata de un porrazo, al tropezarse con algo que había en el piso y que ella no había visto. Cuando logró levantarse y recuperarse del desparramo que armó, Emilia empezó a buscar con qué se había tropezado y fue en ese momento que vio las gafas más lindas que alguna vez haya visto. Eran enormes, con un marco rojo divino y unos cristales espejados. Emilia miró para todos lados, viendo si alguien los estaba buscando pero como todo el mundo seguía corriendo de acá para allá, apurados como en todas las ciudades, Emilia decidió agarrar las gafas y se las probó para ver cómo le quedaba. Apenas se las puso, casi que se desmaya. Empezó a ver el interior de las carteras, de los bolsos, valijas y mochilas. Veía todo como si los bolsos y carteras fueran transparentes. Emilia no entendía nada y se sacaba y se ponía las gafas, tratando de entender qué estaba pasando. En eso, se dio cuenta que también podía ver adentro de los negocios, detrás de los mostradores, debajo de las baldosas, ¡veía hasta adentro de los trenes! Pero eso no fue todo, con esas gafas Emilia notó que también podía ver el interior de las personas y así fue como empezó a ver gente que estaba llena de humildad, otras de alegría, otras de pesar, otras de bondad. Una señora viejita con cara de abuela estaba llena de ternura. Un señor gordo que pasó apurado, estaba lleno de ansiedad. El interior de las personas era de distintos colores, había verde esperanza, azul serenidad, rojo pasión, naranja compasión, etc. Emilia iba encantada con sus anteojos descubriendo todo a su paso y maravillada con los colores de las almas de las personas, hasta que se topó con un alma que no tenía color, era negra, negrísima como la noche más cerrada y se dio cuenta que esa persona estaba llena de maldad. Se quitó las gafas asustada y se encontró con una bruja fea, feísima.

La bruja estaba enojadísima, furiosa y de un manotazo le arrancó las gafas a Emilia porque decía que eran suyas. Y como estaba tan enojada también se llevó la mochila de la vaquita con todas sus cosas. Emilia se quedó pasmada, inmóvil y asustada, sola y sin dinero en el medio de la estación de trenes, en una ciudad enorme donde no conocía a nadie. Se puso tan pero tan triste que empezó a llorar desconsoladamente. Y yo no sé si alguna vez viste llorar a una vaca, pero cuando las vacas lloran no lo hacen como los demás, las vacas gritan, pegan alaridos que te dejan sordo, se tiran al piso y patalean y les agarra un berrinche que no lo olvidas en tu vida! La gente empezó a correr para todos lados, tapándose las orejas y gritando como locos porque ellos tampoco nunca habían visto llorar a una vaca. Los gritos de Emilia se escuchaban a 20 cuadras a la redonda y así fue como la escucharon las palomas de la plaza que estaba enfrente a la estación y que salieron volando rápidamente para ver que estaba pasando con tanto alboroto. En eso vieron a Emilia y trataron de calmarla, preguntándole que le pasaba, porque se había puesto así, si le dolía la panza, si se había perdido. Hasta que la vaquita se fue calmando y les contó todo lo que le había pasado. Las palomas se miraron y empezaron a revolotear como locas, subían volando a toda máquina, gritaban cosas que Emilia no entendía, se reían, se enojaban y se volvían a reír. Emilia empezaba a pensar que las palomas de la ciudad estaban todas trastornadas, hasta que Pablo, el palomo más grande pudo calmarse y le explicó que la bruja con la que se había cruzado se llamaba Perfidia, que era la bruja más mala, envidiosa y celosa que existía y que ellos, lamentablemente, la conocían y mucho. Pero también le dijeron que no se preocupara, que ellos la iban a ayudar a recuperar sus cosas y volver al campo.

Rápidamente emprendieron el viaje hacia los túneles de la ciudad, donde sabían que se escondía Perfidia. Caminaron por estrechos pasadizos durante un buen rato, hasta que llegaron a la guarida de la bruja que estaba profundamente dormida. Con mucho cuidado y tratando de hacer el mayor silencio posible, Pablo se acercó despacito y vio las gafas mágicas sobre una piedra, al lado de la bruja. Las cogió con el pico y salió volando, pero se acordó que faltaba la mochila de Emilia, así que les entregó las gafas a las otras palomas y volvió a ver si encontraba la mochila. Pablo volaba sigilosamente buscando, hasta que vio que la mochila estaba al lado de la bruja. Temblando de miedo, pero con determinación, se acercó lo más suavemente que pudo y recuperó la mochila, mientras Perfidia seguía roncando de lo lindo.
 Una vez que recuperaron todo, Emilia decidió que quería volver al campo y les dijo a las palomas si no querían irse con ella. Pablo y los demás aceptaron porque ya estaban cansados de la ciudad y decidieron viajar de regreso al campo en el primer tren de la mañana.

Esa noche, mientras esperaban el amanecer para ir a la estación, Emilia se sentía triste y no pudo dormir ya que había algo que le daba vueltas y vueltas en la cabeza. Y es que se acordó que cuando había visto el interior de la bruja con los anteojos, entre toda esa negrura le había parecido ver una lucecita muy suave que brillaba débilmente. Entonces, Emilia decidió ir a buscar a Perfidia y perdonarla y tratar de convencerla para que sea su amiga. Cuando Emilia les contó su plan a las palomas, Pablo y sus amigos creyeron que a la vaca se le había soltado un tornillo y se había vuelto loca de remate. Pero Emilia, les explicó que todos merecemos una segunda oportunidad porque ella estaba convencida que en el fondo todos éramos buenos. Así las cosas, fueron a buscar a Perfidia y terminaron todos siendo grandes amigos.

Emilia y las palomas se fueron al campo, donde viven todos juntos con

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