El tipo hizo dos turnos de siete horas. Por eso estaba cansado, cansado del dolor de espalda, de estar encerrado todo el día dentro del auto. Bajó del taxi y se quedó unos segundos mirando la calle vacía apenas iluminada por la luz vacilante de la esquina.
Eran más de las doce de la noche. Metió la llave en la cerradura y abrió la puerta de su casa. Fue directo a la cocina, abrió la heladera y sacó un poco de fiambre y pan lactal. Se armo un sandwich de salchichón primavera y queso. Le puso mayonesa. Se sirvió un poco de coca (lo que quedaba de la botella de litro y medio, lo que habían dejado los chicos) y se sentó a hojear el diario. Leyó un par de titulares al azar y se detuvo en los «Clasificados», en la sección de autos usados. Después fue al baño. Los azulejos estaban húmedos. El espejo del botiquín le devolvió una imagen borrosa, amarillenta. Una bombacha mojada colgaba de la ventana. No le gustaba que su mujer colgara sus bombachas en la ventana. Desde la calle, cualquiera podía verlas. Y esto le provocaba una tensión desagradable, una especie de ardor en la base del estómago.
Volvió a la cocina. Al pasar por la habitación miró para ver si su mujer dormía. Escuchó las risas que venían del televisor, la voz del conductor del programa cómico de trasnoche. Ella estaba de espaldas, envuelta en las sábanas como una momia egipcia. Podía estar dormida, como no. Terminó otro sandwich, tomó un vaso de agua que sacó de la heladera y fue a la habitación.
El tipo no tenía ganas de hablar. Llegó hasta la cama sin hacer ruido. Algo en el cuello de su mujer, en la inclinación de la cabeza, le recordó a su cuñada, la hermana de ella. Recordó el fin de semana que su mujer fue a Mar del Plata con los chicos. Su cuñada en bombacha y corpiño recostada en el sofá del living frotándose el ratón Mickey de su hijo. Tan parecidas y tan distintas eran las dos. «Qué puta», pensó con una sonrisa que le torció la boca imperceptiblemente.
La mujer escuchó los ruidos desde que él entró e imaginó los movimientos tan conocidos. Cerró los ojos y sintió la mirada de su esposo en la espalda, en su cabello todavía mojado. El volumen del televisor estaba un poco fuerte. Un chiste del programa cómico que estaban pasando le hizo gracia y tentada de risa se mordió los labios. Esperó unos segundos. Después tosió y acomodó su cuerpo haciendo que dormía.
El tipo apagó la luz y se metió en la cama. Agarró el control remoto y apoyo los brazos a los costados de su cuerpo. Por el momento, no necesitaba otra cosa que mover un dedo, cambiar de canal. Lo hizo varias veces antes de dormirse profundamente.