… tenía mucho calor. el día fue terrible. gané mucho dinero, mucha plata, y tuve la suerte de enamorarme y hacer el amor con una linda muchacha. es lindo estar enfermo de esa manera, tan solo deseas estar a su lado, besarla por todos lados, mirarte en sus ojos, acariciar su piel infinitas veces, verla sonreír una que otra vez... es una bella manera de vivir, aunque te sientas atado a muerte. aún continuaba el calor, y cada vez que hacíamos el amor, terminábamos mojados, así como los caballos. pero, la verdad, en medio de ese calor, todo llega a cansarte. le dije que estaba un poco cansado de estar enamorado y que me gustaría que se fuera un poco lejos, es decir, no tanto como para no verla en un par de horas, pero lejos, lo necesario, ¿me entienden?. bueno, parece que ella tampoco me entendió, pues cogió todas sus cosas y se fue a la calle. aún hace calor y la veo salir y entrar al cuarto de un hombre negro y alto. deben de estar locos de amor, así como lo estuve yo. tengo pena por ellos, y siempre que les veo entrar, les llevo una jarra llena de agua. esto de ser medio tonto, o generoso, casi es lo mismo, te da mala suerte. lo primero que hicieron fue darme las gracias, pero con el paso de los días, ambos me miraron mal, y cada vez peor. hasta que un día en que llevaba la jarra, se la tomaron allí mismo, y me tiraron la jarra vacía en la cabeza. quedé medio mareado y se me fueron las ganas de ser tan idiota. pero, en verdad, cómo sufría al verla entrar y salir del cuarto del negro. una noche la esperé escondido tras un árbol, aún hacía calor. apenas salió le pedí si podíamos hablar. está bien, me dijo. le dije que la amaba pero a la distancia, ni tan cerca ni tan lejos, pero deseaba verla una que otra vez. le dije que inclusive podía pagarle una vez por semana por cada visita que me hiciera, también si así lo deseaba, podíamos hacer el amor, eso sólo si ella lo deseaba. puse mi cara de perro que trae un hueso a su dueño, y esperé. me miró con pena y me dijo que no, que no deseaba verme jamás... lo siento, terminó diciéndome. la vi alejarse y con ella se iba mi amor, mi pasión... la vi casi desaparecer por la oscuridad, y subir a un auto mas raro aún pues tenía luces por todas partes. corrí para ver mejor qué tipo de carro era, y vi que era un carro de la ambulancia. ella y el chofer, me miraron y se rieron como si fuera un idiota. no me gustó esa mirada y empecé a odiarles con toda mis fuerzas. me di media vuelta y corrí a tocarle la puerta del negro. éste salió y gritó: ¡qué es lo que quieres!. le miré y le conté todo lo que vi. el negro me cogió del cuello y me dio un empujón. salí volando hasta caer en medio de la pista. justo en ese instante pasaba un carro. pero no pasó por encima de mí. tuve suerte. me paré y fui a darle las gracias al chofer, pero este me preguntó si estaba loco. le sonreí como un idiota, me sentí bien de sonreírle al chofer, pero a este no le gustó mi sonrisa y me escupió a la cara, luego, partió. Me fui caminando hasta llegar a mi cuarto y antes de entrar vi a chica, la misma que no deseaba verme jamás, parada en la puerta de mi cuarto. estaba tan bien vestida que sentí que me amaba. ¿me amas?, pregunté. no, dijo, no puedo amar a una persona como tu, pues estás loco… ¿acaso no te das cuenta?. le dije que no me daba cuenta, pero si a ella le parecía, eso no me molestaba. me cogió de la mano y entró a mi cuarto. se desnudó totalmente, y vi sus senos nuevamente, su pubis lleno de esa pelambrera que tanto me gustaba frotar. era ella nuevamente, pero había algo diferente. su cuerpo estaba gastado como guantes de boxeador viejo. Ya no era tan terso como cuando la besaba infinitas veces, no, ahora era la piel estirada de una perra. perra, le dije. parece que eso le gustó. me desnudó y me hizo el amor, y como una perra, me mordió en cada parte de mi cuerpo… a la mañana siguiente, se fue, dejándome todo el cuerpo con las huellas de sus dientes. dios mío, cómo me ardía el cuerpo. fui a la farmacia y me compré unas pastillas para el dolor, pero, no sé porqué, sentí deseos de suicidarme y me compré un pomo de somníferos de colores. cuando llegué a mi cuarto puse frente a mis ojos ese pomito, un vaso de agua y… dios mío, tuve deseos de dormir, aunque no sufría por nada terrible, tan solo deseaba saber cómo era eso de morir porque me daba la gana, o por curiosidad. y allí estaba, frente al pomito de colores y el vasito. de pronto, la puerta sonó. no quería ver quién era, pero siguió sonando, luego, escuché gritos. era el negro. me paré y fui a abrirle la puerta. ¿qué deseas?, le pregunté. me siento mal, la perra esta, me ha dejado, me dijo, y luego se puso a llorar como un idiota, un niño en otras palabras. de pronto, la puerta sonó de nuevo. cállate, le dije al negro. yo sabía que era élla. me paré y abrí la puerta, pero antes, escondí al negro dentro del baño. ella entró y me dijo que necesitaba plata. ¿cuánto?, le pregunté. mucha plata, quiero mucha plata, me dijo y sonreía feo, así como los diablos. está mal, pensé. ¿no quieres morderme de nuevo?, le pregunté. no, respondió, quiero plata, mucha plata… saqué todo el dinero que tenía en los bolsillos, le firme un cheque con todo lo que guardaba en el banco y se lo di. gracias, me dijo, luego, se fue. fui a mirar con quién se iba y vi de nuevo el carro de la ambulancia. ya iba a dejar de mirar cuando vi al negro que la seguía con un cuchillazo, clavándoselo infinitas veces, así como yo, cuando besaba toda su piel. luego, vi como el cuerpo de la chica manaba sangre, mucha sangre, así como la plata que le di momentos antes. sentí pena por todo y cuando iba a dejar de mirar vi al negro entrar a mi cuarto, cerrar la puerta y sentarse en la silla de mi cuarto. le vi tan cansando que le alcancé el pomito de colores, que lo iba a hacer dormir para siempre. él me miró y sus ojos se agrandaron como dos huevos, volvieron la mirada al pomito y yo aproveché para alcanzarle el vaso con agua. le sonreí y este sonrió como un niño. le puse el pomito y el vaso en la boca, y este se la tomó tranquilito. fue extraño ver su cuerpo convulsionarse como si tuviera mil demonios, hasta quiso ahorcarme el muy loco, pero le empujé y pude librarme de esos demonios… al cabo de un rato, le vi botar espuma negra por la boca… cogí una sábana y le tapé para que sigua durmiendo. miré hacia la ventana y aún hacía calor, mucho calor. sentí envidia del negro…
san isidro, febrero de 2007