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El intrepido piratín.

Como sabréis niños, existen infinidad de historias de bravos piratas en busca de fabulosos tesoros.

Piratas con un parche en el ojo, un pañuelo en la cabeza, una pata de palo, un garfio y un loro parlanchín posado en su hombro.

Piratas con un temible barco pirata con una bandera con pirata ondeando en el palo mayor.

Pero esta historia que os voy a contar, no es una historia  acerca de cualquier pirata.

Esta es la historia de un pirata diminuto llamado Piratín, el hijo del más bravo, valiente y temido pirata que jamás hayáis conocido.

El pirata Larga Pata, que así se llamaba, era famoso por haber encontrado miles de tesoros escondidos en islas remotas y abordado buques enemigos. Ni las peores  tormentas, ni los más fornidos piratas habían conseguido arrebatarle ni un solo doblón de oro.

 Piratín estaba tremendamente orgulloso de su papá pero le entristecía enormemente el tiempo que éste estaba fuera del hogar lejos de su familia.

Imaginaba que de mayor sería un gran pirata, incluso más grande que su papá pero a veces, cuando se sentía solo por su ausencia  pensaba que quizá ser pirata no era lo mejor del mundo.

Pero,  viviendo en un mundo pirata si no se convertía en un de ellos, ¿qué podría ser? – se preguntó Piratín

Un día  nuestro pequeño amigo se acercó a su papá que acababa de regresar después de casi un mes en alta mar y le preguntó:

-¿Has traído algún tesoro papá?

- ¡Sí, hijo mío! -respondió con orgullo a su padre

- ¿Y has traído lo mismo de siempre?

- ¡Por supuesto! ¿Qué otra cosa si no? Montones de diamantes y doblones de oro.

- Y, ¿para qué sirve todo eso?

- Para ser más y más rico – respondió  el pirata.

- ¿Y ser tan rico te hace más feliz?

- ¡Claro que sí!- exclamó Larga Pata

Pero a Piratín no le convenció esa respuesta.

A Piratín  vivir rodeado de lujo y riqueza no le hacía feliz y cambiaria todo el oro del mundo por tener  a su papá a su lado.  

Entonces decidió que buscaría su propio tesoro.

Se ciñó un pañuelo rojo en la cabecita, se ató su cinturón de hebilla gruesa, se calzó sus más lustrosas botas y a falta de loro puso en su hombro a su pequeño ratoncito que aunque no podría hablar con él le haría compañía.

Construyó una pequeña balsa  y se hizo a la mar decidido a encontrar en los mares otras cosas que no fueran joyas y metales preciosos, no sin antes darle un enorme beso a su mamá.

Y de esa manera se embarcó junto con su ratoncito.

 Pasaban los días y Pirotín cansado y hambriento decidió detenerse en una isla que acababa de avistar.

La isla estaba habitada por un pueblo que vivía en chozas muy humildes.

Sus habitantes vestían con ropajes  muy extraños. Los hombres llevaban una especie de calzón corto e iban con el pecho descubierto, las mujeres se vestían con faldas hechas de hojas y los niños correteaban desnudos. ¡Todos iban descalzos!

Sin embargo se dio cuenta de que todos reían y eran felices.

Las familias estaban unidas.

Los hombres salían en balsas a pescar acompañados de sus hijos mientras las mujeres parloteaban alegremente y  los más pequeños correteaban detrás de unos despistados cangrejos.

Y cuando el sol se ocultaba todos se sentaban junto a una hoguera y reían, cantaban y hasta danzaban  y padres e hijos jugaban mientras compartían el pescado capturado ese día

Era un pueblo que pesa a no tener nada compartía lo poco que tenía y dieron alimento y una choza donde poder pasar la noche al pequeño Piratín.

A la mañana siguiente entre besos y abrazos Piratín se despidió de ellos y montado en su balsa volvió a hacerse a la mar.

Y así pasaron las semanas y cada vez que Piratín desembarcaba en una isla no eran tesoros escondidos lo que encontraba sino gente humilde que era feliz con lo poco que tenía y lo compartían con su familia y con los demás.

El  viaje le había demostrado que el verdadero tesoro estaba en la unión de la familia y en estar con la gente que más amas y no en perseguir riquezas.


Piratín podía entenderlo ahora, pero, ¿cómo podría  él, un pequeño pirata con un ratoncito como compañero hacer entender a su padre y a los demás piratas que la riqueza no se encuentra ni en  las joyas ni en todo el oro del mundo?

 Cansado de surcar los mares y con la solución a su pregunta decidió regresar a su hogar.

Piratín se sentía muy feliz por su regreso a casa pero a la vez estaba muy asustado por las consecuencias que su aventura le pudieran acarrear.

En cuanto entro en casa su madre, en un mar de lágrimas, se abalanzó sobre él dándole un cálido y amoroso abrazo. Sus hermanos saltaban a su alrededor de felicidad y todos lloraban de emoción.

Pero su padre no estaba, como siempre…

Piratín, ¿por qué te fuiste? ¿Acaso sabes el susto que nos has dado? – le recriminó su mamá

Tu padre no ha parado de buscarte, pensábamos que te habíamos perdido para siempre.

¿Papá me ha estado buscando? –preguntó Piratín incrédulo

Piratín narró a mamá las aventuras que había vivido. Ésta le escuchó atentamente  y para sorpresa de nuestro pequeño amigo cuando este esperaba una gran reprimenda su mamá le dijo – corre al muelle, tu padre está a punto de zarpar para ir a buscarte.

 Quiero que le cuentes a él todo lo que has vivido, todo lo que has descubierto, todo lo que has aprendido, recuerda, todo.

Cuando Piratín y Larga Pata se encontraron nuestro pequeño amiguito narró a su papá todo lo que había visto y conocido. Le habló de aquellos extraños pueblos, pobres en riqueza pero muy ricos en amor y felicidad.

El gran pirata se sintió avergonzado.

Avergonzado por perseguir la riqueza dejando de lado los sentimientos, dejando de lado lo más importante que tenía, su familia.

Y orgulloso, tremendamente orgulloso de su hijo, que a pesar de su corta edad le había  hecho entender que el amor de la familia tiene mucho más valor que todo el oro del mundo.

Y después de reflexionar se dijo a si mismo que nunca era tarde para cambiar.

Las joyas se vendieron a otras ciudades, y con ese dinero se mandaron hacer ropajes, útiles de pesca y enseres que hicieran más cómoda la vida de todos aquellos humildes pueblos que Piratín había conocido en su corta pero intensa aventura.

El pirata Larga Pata había aprendido que el mayor tesoro de todos reside en el afecto que vive dentro de nuestros corazones y en las personas en la que amamos y que nos aman.

Y os puedo asegurar, amiguitos, que éste bravo pirata nunca se sintió más rico.

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