El tiempo pasa y pasa y yo con él
Los ruidos transeúntes de la ciudad
me indican que yo aún estoy
No sé siquiera a donde voy,
Como quisiera ser eternidad...
Debo hacer una confesión: me levanto tarde todas las mañanas. Le hago caso omiso a los sonidos salientes del despertador. Pero he estudiado mi entorno cotidiano y sé que a las ocho y trece llega al paradero cerca de mi casa una secretaria de piernas largas, que hace que los conductores del ejecutivo paren en la esquina y la recojan amables. Me hago tras de ella, y solo necesito un esfuerzo mínimo para subirme al enjambre de las mañanas de comienzo de semana. He aprendido de memoria esta rutina, y debo decirles que ahora juego al limite del tiempo para ver si ella, la secretaria de largas piernas, se demora un poco cada día. Pero el día en que comienza este relato, me había levantado mas tarde que de costumbre, me arreglé ligero, como mis pensamientos de la mañana, y no encontré a mi secretaria; Ella si había cumplido su cita con su costumbre. En lugar de ella había una mujer rechoncha que tenia una inmensa cartera abultada, de esas que están de moda. Esperamos mucho el paso de un ejecutivo que se detuviera frente a nosotros, hasta que por fin se detuvo un viejo bus urbano de andaba en un puf – puf sin fin; se veía como un dinosaurio que se negara a morir. Se detuvo frente a nosotros y el “profesional del trasporte truncal” miró con pasión y lujuria a la mujer gorda frente a mí. Nos estábamos subiendo cuando, de entre el humo de nuestro bus, apareció un atracador que tomo el bolso de la gorda, dándose el ancho por la avenida. La mujer en lugar de gritar “ladrón, ladrón”, volteándose cual ancha era. Le grito: “¡que le aproveche!”. Sin comprender y lleno de curiosidad, vi como la rechoncha mujer se reía a carcajada batiente. La interrogué diciéndole:
- Disculpe, acaban de robarla, ¿por qué se ríe?
Ella me mira y sacudiéndose un poco la risa que tenia gruñe:
- Mire usted, que hoy por orden médica me iba a realizar unos exámenes médicos, un parcial de orina y de materia fecal. Me dio tanta pena llevarlo en un taleguito que decidí guardarlo en una inmensa cartera, eso jijiji fue lo que se llevo el ladrón.
Ustedes dirán que este comienzo algo coprológico, no debería estar en un relato. Pero cada vez que me imagino al ladrón viendo su botín del día, no debo negar que pasa por mis labios una fugaz sonora carcajada.
El tiempo pasa y pasa, y yo con él.
El ruido transeúnte de la ciudad me indica
que yo aún no voy
No sé dónde estoy.
Como quisiera ser inmensidad...
Ese día mientras el “faraón del volante” arremetía en sus mañanas troncales, los frenos del viejo dinosaurio fueron utilizados violentamente. El inercial ruido de nuestras cabezas al golpear el puesto de adelante me hizo reflexionar, que cuando un conductor de bus frenaba de esta manera, era porque hacia cinco cuadras otro profesional le había cerrado el paso, y por eso él le iba a cerrar el paso, buscando la camorra zodiacal; o simplemente, había visto una hermosa mujer, que tres cuadras atrás, le había sacado lascivamente la mano.
Quiero contarles que siempre me hago en el puesto de la ventana, porque cuando estoy en el monologo de las mañanas pienso que el mundo que pasa rápidamente frente a mí, es un cuadro de retazos vangorianos, o una de esas películas francesas. Observaba a través de la ventana, y me percaté, de cómo se aproximaba una graciosa mujer con una inmensa maleta verde en su espalda. Era tan hermosa, era morir y volver a la vida con cada mirada de sus ojos verdes. No sé señoritas, si ustedes saben que cuando hay un hombre solo en un bus urbano, y una mujer hermosa se sube a él (bus... claro), el hombre hace fuerza mental para que ella se siente junto a él.
Siéntate... siéntate... siéntate...
En efecto ella se sentó junto a mí, pero vean que curioso, no se quito la maleta, como un niño de seis años que va por primera vez al colegio. Claro, como era tan grande (la maleta e incluso ella), fui arrinconado casi hasta la asfixia por ella.
En esa postura “semi-guturo-chacaral”, me percaté del maravilloso olor a madera que tenia la piel de ella. Y no sé señoritas si ustedes saben, que en la memoria antigua de los hombres, siempre existe el aroma a madera de una de su pasado, que es echado al fuego en las noches de chimeneas solitarias. Hice todo lo posible para llamar su atención, pero solo existía el silencio, y ese dolor de pecho en mi, porque su maleta me oprimía mucho.
De repente el conductor de afanes citadinos, coge un hueco trasversal, de esos que ya no se ven, y todos saltamos al unísono. Una de las manos de ella se coloca en mi muslo izquierdo, y moviendo lentamente su rojizo cabello me dice:
- ¿Tú crees que el infierno es hacia abajo o hacia arriba?
Yo tenia dos opciones: levantarme y gritarle ¡PERRA! O seguir en este juego mefistofélico de placer y ausencia. Mi alma de filosofo (que en ocasiones sale, no lo puedo evitar), me hizo argumentar lo siguiente:
- Mira, Dante Aligieri, en la divina comedia, dice que el can Cervecero al mover su cola haciendo círculos, determina con ellos en que circulo del infierno iba el alma condenada, por ello el infierno es hacia abajo, profundo y profano.
Ella me mira y sonríe con sus labios carnosos diciéndome:
- No, el infierno es hacia arriba
Acto seguido, ella empezó a subir lentamente la mano por mi muslo. ¿Qué hacer? ¿Cómo actuar? ¿Es tan difícil ser tan guapo? Mire hacia todas partes, y en el puesto de atrás, la gorda rechoncha me aprobaba con sus manos.
Yo como un buen caballero que soy, tome la mano de ella sutilmente llevándola a su muslo. Pero ella tomó mi mano de nuevo y la acercó a su rostro diciéndome suavemente, moviendo sus hombros un poco:
- ¿Crees que soy bonita?
Y les digo, que en ese momento mis manos querían ser sabias para decirle con mis caricias, que tan hermosa era para mí. Quede paralizado, creo que susurré un si entrecortado, seguido de un ¡Claro que es bonita!
Me sonrió y me dijo:
- Ah, bueno.
Me dio un beso en la frente, timbró y se bajó.
¿Iba a dejar que se fuera de esa manera? ¿Dejaría que se marchara como una estrella fugaz detrás de una noche nublada?.
Cuando trate de bajarme, el señor conductor me dejó a seis cuadras de distancia del lugar de donde ella se había bajado. Debo decirles que la busqué mucho, pero no la encontré. Luego me doy cuenta que no tengo dinero para tomar otro bus. Así que caminé todo el día hasta que, cansado, me dirigí a m casa.
Toda la gente que circundaba mi camino, se convertía en un ser invisible. Me encerré en mi cuarto, abrí las ventanas para ahuyentar una melancolía que no comprendía. Solo pensaba en la mujer de la maleta, en su olor, en sus excusas esclusas de tomar mi piel y abordar mis sentidos.
Tal vez pasaron trece meses, no sé señoritas si ustedes saben que nosotros los hombres cuando sentimos mujeres ajenas y lejanas nos convertimos en seres fatuos. Acababa de salir de una comprobación de lectura en mi universidad, y no quería saber nada de nadie. Así que cogí un bus que me llevara a cualquier parte. En el rostro de las habitaciones casuales de aquel bus se encontraba el silencio pendular del cansancio diario; de nuevo me tocó el puesto de la llanta, ese que se te filtra en los sentidos y no te deja salir después de veinte minutos. De repente como un rayo en el verano, el bus frena violentamente y sonrío al pensar que sea ella. Y si, es ella, viene terciada con su gran maleta verde, se sienta junto a mí, huele a madera, y me saluda después que hice todo lo posible para llamar su atención.
- ¡Hola!
Y yo que quería decirle todo lo que había escrito pensando en ella, quería cerrar mis sentidos y solo sentirme invadido por su recuerdo, que todos los paraguas estaban cerrados, mientras ella continuaba lloviendo, que había mencionado su nombre a través de esa maldita ausencia de vida, que quería que fuéramos, y, yo, tú, nosotros, vosotros, ellos, to be or not to be, que me había hecho ver que mi musa era políglota... pero solo le dije:
- Hola...
- Te noto cansado, ¿qué haces para relajarte cuando estas cansado?
- Bailo – dije con un tono muy quedo.
- Espera un momento, ya vengo.
Se dirigió hacia la cabina del piloto interurbano, sacó de su mochila un cassette, y se escucharon unos sonidos, que se me hicieron conocidos.
Cómo es trigueña tu piel
Ay¡ tu corazón sonriente
Como es tu boca candente
Así te quiero mujer.
Y hay en tus ojos negros
Junto al sol
Y alegría en tu sonrisa
Y tu pelo en la brisa
¡De oro!
Mis sueños trenzó
¡Te quiero!, o lo le lo la...
ella se acerca a mí y me dice:
- ¿Bailamos?
O lo leí lo la, por ti yo soñé mi amor
Estaba en un bus urbano era atardecer, y una mujer hermosa me invita a bailar la familia André.
O lo leí lo la
Me paso el día pensando
Y por las noches soñando
O lo leí lo la
Así que siguiendo las enseñanzas de Heráclito de Éfeso me dije a mí mismo: ¡Ah, que mier...! Y bailé con ella por todo lo largo del bus hasta que la canción terminó. Todos los que eran testigos de tan singular baile aplaudieron frenéticamente.
Cuando las notas desaparecen, ella se acerca un poco mas a mí, y me pregunta:
- ¿Estás relajado?
Asentí con mi cabeza, ella sonrió, y crípticamente me dijo: entonces me bajo.
Yo no iba a permitir que ella se bajara, le rogué que al menos me dijera su nombre, que resucitara con un “te amo” de sus labios a través de las letras que componían su nombre, y me lo dijo al fin...
- Mi nombre es Laura.
Me deje embriagar por el nombre de Laura, por su forma de bailar, por su constante estrella fugaz a través de mi vida, cerré los ojos, y dejé que el nombre me dominara. Cuando los abrí, había timbrado y se había bajado. La perseguí, la seguí, la busqué, no la encontré, y me lancé en la terrible depresión del ultimo de los centavos.
De tristeza en tristeza, pasaron tres semanas. El rostro de Laura, invadía las esquinas más lejanas de mi alma. Me despertaba a las horas mas dormidas, me asediaba como una maldita sombra a las tres de la tarde.
Raúl un gran amigo mío, que debo contarles sufría ceguera de nacimiento, organizaba las más maravillosas fiestas, para poder olvidar a las mujeres. Decía que no había cosa más hermosa que escuchar a la gente bailar su tristeza. Me encontraba en un rincón ruidoso en una de sus fiestas, me preguntó el por qué mi mirada ausente de tiempo. Le confesé todos los sonidos que esta mujer fugaz había producido en mi alma. Raúl me pregunto sobre su olor, y yo le dije que olía a madera, y sonriendo me señaló el otro extremo de la fiesta: ¡Era ella, vestida de negro, como si conservara mi oscuridad particular, y tenia la berraca maleta.
Me acerqué a ella, le pregunté por su ausencia, le cuestioné con mi silencio si ella también me había nombrado.
- ¡Claro... le pregunté a Raúl donde podía encontrarte. ¿Crees en los amores fugaces?
- No, pero tú tienes el signo de mi destino, y por ello no debo dejar que te escapes, el sol de penumbra.
Después de que dije esto sonreí, siempre he pensado que Raúl es como el oráculo de Delfos. Debo decirles que lo que siguió fue la suavidad cómplice de dos mundos que empiezan a conocerse.
Le pedí a Raúl las llaves de su apartamento, y al llegar allá, y al sentarnos en dos de los cuatro extremos de la caja de Pandora – que es un lecho desconocido - duramos en silencio mucho tiempo. No sé señoritas si ustedes saben, que nosotros los hombres amamos a esas, nos quedamos con aquellas que no nos mandan boletines informativos cada quince segundos de cuánto nos aman, nosotros amamos las mujeres que nos regalan el silencio de una tarde a semi-penumbra compartida de memoria. Sabia lo que iba a pasar, nos acercamos y el silencio de ella me invadió de extraña manera por mis oídos. Sus besos eran suaves, como el susurro de un olmo. Sus manos sabias eran las que me pintaban su deseo desnudo soñado tantas veces. Abrí los ojos (los tenia cerrados) y me di cuenta que yo estaba desnudo, y ella casi. Y además tenia la berraca maleta. Pensé que era una mujer extraña pero hermosa, y que en el momento mas alto de nuestro vacío de amor, yo le quitaría la maleta y mis manos analfabetas aprenderían el braile escondido de su baja espalda. Cubriría mis deseos, la dactiloscopia catártica de sus sonidos. El termómetro explotó, los tirantes de la maleta se deslizaron hasta tocar el piso, y debo decirles que poco a poco mis manos empezaron a escribir la astrofonía de su espalda, con los ojos cerrados, mis manos se enredaron, no con los omoplatos sino con una urdimbre sutil de plumas, que salían de su espalda.
¿Urdimbre?
¿Plumas?
¿Plumas que nacen de su espalda?
¿Alas?
¡Alas!
¡Alas!
¡Estaba haciendo el amor con un ángel!
¡Qué nivel!
Me elevo lentamente. Sus alas me abrazaron y me di cuenta, mientras me amaba, que caían pequeñas plumas en el lecho, como si fuera un otoño arcangélico.
Después de que me amó, ella y yo desnudos, le dije con mi rostro que no entendía. Y ella con voz suave pero firme me dijo: - ¿Acaso no te has dado cuenta quién soy?. ¡Soy tu ángel guardián! El que te acompaña detrás del reflejo de los espejos, el que ha llorado tu soledad y ama tus palabras. Te he amado desde el día en que naciste, y quería tan solo una vez, saber cuál era el sabor de tus deseos. quería unir tu bella alma conmigo, solo dos instantes ahora me voy, porque te han asignado dos ángeles más grandes, pues tu misión es aún más importante ahora. Recuerda que te he amado y te amaré por siempre, te amaré por siempre.
Se incorporó, abrió la ventana, y salió volando. Me dejó desnudo y mirando la maleta que yo le había quitado, en ella estaba todo lo que yo consideraba perdido: mis acetatos de los hombres G, toda la colección de editorial Novaro, en especial el poema con el que les concluyo este relato, total, todo esto ha sido una confesión:
Quiero que mis manos simulen dos alas
Quiero que mis alas simulen mis palabras.
Quiero amarte mujer desconocida,
Quiero mezclarme con tu sonido de estrella fugaz
Regálame tu silencio, hazme sentir inmortal.
Y ella me regaló su silencio, y no se imaginan lo inmortal que me sentí aquella noche.
Este cuento me parecio genial, en especial la parte que describe como sufrimos cuando amamos a alguien a quien no encontramos en los lugares en los que normalmente nos hallamos, pero que ocupa todo el espacio en nuestro corazón y nuestra vida.