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He decidido comprarme unos zapatos de segunda mano, no solamente porque estén de moda sino porqué me chiflan y soy un fanático de estas piezas de vestir. Una de mis pasiones es recorrer mercados de intercambio y tiendas especializadas para encontrar los que posean más personalidad. Hace tiempo que estaba buscando un modelo que está descatalogado y lo encontré en una tienda muy “cool”. Como comprenderéis estaba preocupado por el origen de éstos. Cuando los adquirí me obligaron a firmar un documento donde se especificaba, que por ningún concepto no podía saber quien había sido su antiguo propietario.
Devolviéndome al tema de mi preocupación. Resulta que últimamente ha habido saqueos en los cementerios buscando objetos de valor. En estos saqueos se busca la esencia “Vintage”: gafas de policarbonato grandes; camisas de patrones estampados muy originales como los de “pata de gallo”; vinilos de cantautor catalán: “Sisa” o “Pau Riba”. La generación cuarentona nacida en los setenta está buscando la felicidad del recuerdo adolescente, porqué está inmerso en una melancolía de principios. No sé si pertenezco a esa comunidad de individuos. Lo cierto es que los zapatos que me he comprado me excitan y los deseé siempre. Aunque ya los tengo y puedo decir con sonrisa burlesca que son míos, me resisto a ellos: ¡No me atrevo a calzármelos! ¡A lo mejor tienen alguna enfermedad contagiosa rara y mortal!
Hay días en la semana que la luz de la tarde te invita a salir a pasear por el casco antiguo de la ciudad, pero hoy no es así. La vecina que vulgarmente la he apodado “La Pequeñaja”. Por bajita y delgaducha; por su nariz de flamenco y por su cabello de perro pastor pirenaico. Ha empezado a chillar y a sacar la garganta por la boca acompañada de su guitarra desafinada. Según dice ella cuando me la encuentro en el ascensor: - ¡Me gusta cantar!. Esta situación me ha tomado por sorpresa y he tenido que aplicar el plan personal de emergencias. El primer paso y único del protocolo es salir de forma inmediata a la calle para evitar la rotura de tímpanos. Y así ha sido. Con las prisas para poder escapar, sólo he cogido mis “Monkstrap”. Sin ponérmelos, no fuera el caso que agarrara sarna. Por suerte, llevaba algo de ropa encima. Hacía buen tiempo y me inquietaba mucho más la posible multa de los Mozos de Esquadra o de la presumida Policía Local de Barcelona. Ir descalzo es “trendy” dicen los entendidos.
Cuando iba caminando por la calle los acariciaba, pero no demasiado por si acaso. Caminando, caminando no me he dado cuenta que he cruzado barrios: El Raval, El Gótico y ya estaba barriendo con los pies El Born. Había quedado en un estado hipnótico. Me quedé dormido mientras caminaba y creo haber hecho un viaje de introspección hacia mi pasado fetal. Me acordé de un pensamiento que tuve cuando ya tenía ganas de salir al exterior y daba puntadas de pie al vientre de mi madre. Recuerdo haber pensado: “Si tuviera unas zapatos se daría cuenta de que quiero salir”. Yo creo que fue en ese instante que empezó mi amor por ellos. En el momento de volver en sí y reencontrarme con la realidad, estaba enfrente de un centro de podología un poco peculiar. El rótulo decía: “Don Pie” y el eslogan: “¡Tus pies son nuestro alimento! Me sorprendió y decidí meter la cabeza para hacer el chafardero. Ciertamente, no se equivocaban demasiado. En vez de haber las típicas “semicamillas” para sentarte, y los taburetes bajos acolchados para apoyar los pies, tal como si fueran los de un rey, había una multitud de peceras cuadradas bastante grandes llenas de pequeños tiburones. Al costado inmediato de éstas, unas sillas de diseño sueco. Me acerco a la chica que parecía la oficial médico Deana Troi de “Star Trek” y le pido como funciona el centro y que servicios ofrece. No era muy depurada de modales, poseía unos forma de expresarse no muy fina para decirlo de forma correcta. Masticando con la boca abierta un chicle de mandarina gastada me explica que el tratamiento de limpieza podal no lo realiza ella sino sus “mininos” (los tiburones) que son especialistas en la materia.
Me explica: Te acomodas en la silla sueca; introduces los pies, si quieres también las piernas; y ya verás que empiezan a trabajar a pleno rendimiento. Me tranquiliza diciéndome que ya notaré cuando terminan. En el momento que sienta un poco de dolor significa que ya han llegado a la carne viva. En este preciso instante es conveniente por mi bien que saque mis extremidades inferiores ya pulidas.
El tratamiento era interesante y teniendo en cuenta que había caminado descalzo por toda la ciudad… Dicho y hecho. Contraté el servicio pero no para mi. En vez de poner mis pies en la pecera, cogí mis “Monkstrap” y los puse en una de ellas. Pensé que sería una buena manera de desparasitarlas y de esta manera después ponérmelas, para no ir desnudo de pie y regresar a casa a medianoche, cuando a “La Pequeñaja”, se le hubiera pasado el brote de pasión cantarina como solía suceder.
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