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"El engaño"

-. No puede ser. No podría. Es mejor que no hable con ella ahora, porque juro por dios que la mato. ¿Será verdad?. ¿Mi Rachel?. ¿Es que acaso hice algo malo?. Todo este tiempo se lo he dado a ella, y me engaña de esta forma. Pero ya verá. Y verá también ese desgraciado. Nadie se ríe de mí. Ya verán esos dos, si señor, ya verán...
Daniel Illinois caminaba por la calurosa avenida de Goten, al sur de Texas. Sus ojos se habían puesto más rojos que de costumbre. Caminaba por inercia, mordiendo el polvo de aquella ardiente tarde de verano.
El sol pegaba en el camino, y este reflejaba su conocido tono líquido. Y a Daniel ya nada le importaba. Nada, desde aquella mañana, cuando se había enterado de que su mujer, Rachel, lo engañaba con el médico del pueblo, el doctor Nicolás.
-.¿Que se creerá ese carajo? Pero esto no se va a quedar así. Me vengaré de esos dos. Maldita perra... -sentenció Daniel.
Daniel y Rachel se habían conocido hace 6 años, en México. Siguiendo estudios paralelos de agronomía, decidieron casarse he ir a vivir a un poblado cerca de Texas para trabajar con cultivos. Esto hizo que formaran una dupla inigualable, siendo reconocidos sus trabajos por todos los estados del país. Y Daniel la amaba por ser su compañera de trabajo y de vida. Pero algo ocurrió desde la llegada del médico al pueblo. Algo que Daniel había notado, pero que fue incapaz de decirlo. Pero ahora era tarde. El engaño, ese que solo es resultado de la imperfección humana, y la venganza, su dulce hermana, se habían apoderado de él. Toda su cordura se derrumbo cuando Freud, su amigo íntimo, le contó lo ocurrido ayer, cuando por tercera vez en la semana veía al doctor salir de su casa, y a Rachel despedirle en la puerta.
Y no pudo escuchar más. Los celos, los más terribles y locos celos, no dejaban pensar coherentemente en estos momentos. Había que hacer algo. Algo para evitar la vergüenza y el desprestigio que sufriría si todo el mundo se enteraba. Claro, porque las burlas de quienes lo envidiaban iban a terminar por destruirlo.
¿Qué podía hacer? La amaba tanto que haría cualquier cosa por retenerla. Y esta angustia de perderla había provocado en su mente tal daño que ya no respondía a los llamados de “cordura interior”. Esa voz que de vez en cuando le aconsejaba ceder espacios, ser detallista, y por sobre todas las cosas ser leal. Porque en los 5 años de matrimonio nunca se había fijado en otra mujer. Pero ahora... ahora todo había sido basura. Largos años de entrega y fidelidad habían sido pisoteados en su cara, y ya no podía más.
Daniel dormía aquella noche en su oficina, cuando de pronto suena su teléfono. Eran las 2 de la mañana. ¿Quién podría llamar a esta hora? Su secretaria le había dicho a Rachel que pasaría toda la noche ahí. Y mayor fue su sorpresa cuando al levantar el teléfono, escucho la voz ronca del doctor, al otro lado del auricular.
-.¡Hola Daniel!. Disculpa si estabas ocupado, pero Rachel me dijo que estabas en la oficina y que...
-.¡Que te has imaginado cretino! ¿Cómo te atreves a llamarme?-increpó Daniel-
-.pero Daniel, no... yo solo quería facilitar las cosas...
-.¡Así que es verdad! Y ni siquiera tiene el valor de decírmelo ella, esa basura-dijo Daniel, gritando como un loco.
-.Pero Daniel, solo que ella no quería...
-.¡Basta! No quiero escuchar más. Y prepárate, porque de esta no sales hijo de perra, ya lo verás, ni tú ni ella se saldrán con la suya-dijo Daniel, y con un golpe colgó el aparato.
El teléfono volvió a sonar.
-.¿Es que este estúpido se quiere burlar mas de mí?- y de un tirón saco el cable de la muralla, callando el sonido mecánico que desapareció de la oficina dejando un chillido en los perturbados oídos de Daniel.
Esto fue todo. Daniel había perdido el control. Se desveló toda la noche, fue a su auto, sacó el revólver que llevaba en la cajuela y esperó. Esperó a que amaneciera, le dijo a su secretaria que hoy día no trabajarían, y, al llegar a mediodía, partió a su casa con el revólver en el bolsillo de la chaqueta, envuelto en su helada mano que a ratos daba tirones, como perdiendo el control que aún poseía sobre ella.
Se escondió en unos matorrales, a la espera del doctor. Fueron los minutos más largos de su vida. Su ya enferma cordura le decía que no lo hiciera, que se largara de aquel lugar, pero como... ¿Era justo que él se marchara, dejando a su mujer y a los sueños construidos con ella? Y vio pasar, como en una película, todos los momentos que tuvieron juntos. Buenos o malos, eran suyos, y nadie se los iba a robar. Nadie. Una lágrima rodó en su mejilla. No podía creer que de la noche a la mañana el mundo se le viniera abajo.
Llegó el doctor. Daniel salió de sus pensamientos sacudiendo la cabeza. No era momento de pensar más. Como un lobo que asecha a su presa lo vio entrar a su casa. Uno, dos, tres minutos. Ya era demasiado. Todo su cuerpo temblaba.
-.Nunca mas te reirás de alguien-sentenció.
Y con un silencio aterrador, Daniel entró a su casa. Unas risas se dejaron oír al final del pasillo. Era el cuarto donde dormía con Rachel. Consumido en el mas terrible sentimiento de humillación y de odio comenzó a caminar hacia ellos. Tomó el revólver con sus temblorosas manos. No oía nada. Su vista estaba dirigida a la pieza en donde se hallaban. La puerta se encontraba entreabierta. Nunca lo debería haber hecho. Miró por la línea que se dejaba ver entre la puerta y la muralla. Nicolás estaba sentado en la orilla de la cama y Rachel se encontraba acostada. No soportó más. Penetró como un demonio en la habitación, y sin dejar que el doctor se diera vuelta le dio cuatro tiros a quemarropa. Nicolás cayó al suelo, y Rachel, manchada con la sangre que le propino un tiro certero en el pulmón, se dejo caer sin fuerzas, ante la mirada estupefacta de Daniel.
El no la quería matar a ella también, pero era tarde. Ya había terminado todo, o casi.
Por un extraño motivo, Daniel se fijo en un sobre que tenía el doctor en sus manos. Con una curiosidad impropia del momento, lo tomó.
Luego de leerlo, un sentimiento de angustia terrible se apoderó de él. Comenzó a gritar y a reírse como loco. Esto era lo que tenía entre sus manos:
“Doctor Nicolás Reims certifica que la paciente Rachel Illinois, luego de los exámenes previos, tiene 5 semanas de embarazo. Este documento a sido pedido por la madre, para el padre del bebé, Daniel Illinois.
Tercera visita a su hogar. 15 de octubre, 1956.”
Daniel tomó el revolver y se suicidó.


Fin.
23 de mayo, 2002
Datos del Cuento
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
sandra arias
invitado-sandra arias 12-07-2005 00:00:00

Me parecio super tu cuento, pero te digo algo??? tengo curiosidad por saber cuantos años tienes... si lees este mensaje envia la respuesta a : sally_metal... @hotmail tu sabes mi e mail

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