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Adiós Don Punk

Me siento casi un culpable. Estoy seguro que tuve que ver mucho en la opción que tuvieron los administradores para tomar tal decisión, últimamente había elegido solamente un día de la semana para visitar aquel lugar. La concurrencia era mínima, siempre podía apreciar los mismos rostros: el tipo del banco con su terno impecable tratando de devorar su bistec, la joven antisocial sentada en una esquina comiendo la ensalada sin limón, el extraño chico que muere por ser escritor y deleita a la guapa mesera con sus ironías extraídas sólo de una mente tan perturbada como la del él. Una pareja de esposos que se la pasan discutiendo mientras su taza de café se enfría y un grupo de colegiales que hacen una bulla tremenda pero que la mayoría de veces me hacen reír con las disparatadas historias sobre sus salidas nocturnas a espaldas de sus padres.

Era el don punk, el mejor sitio de la ciudad donde no elegí vivir. Con sus luces de colores a medio encender y nunca exageradamente. No tengo muy en claro si era un bar, un restaurante, un salón para tomar café, la fusión de todos ellos si es posible o simplemente un lugar para alejarse del bullicio de esta enferma sociedad. Una hemeroteca hacía placentera la espera de tu orden, tantas útiles revistas que leí una y otra vez, también habían algunos cuantos libros pero que sólo eran de propiedad exclusiva del chico con muchas ganas de ser escritor y pocas ganas en ser amable si alguien pedía prestado uno de los libros. A pesar de lucir toques de modernidad el don punk conservaba algunas esquinas raídas, el aire de un viejo que se resiste a morir porque lo han decorado para la mejor o última fiesta. Las mesas y las sillas eran pequeñas y a la vez muy cómodas y todos los días detrás de esa enorme barra, donde en las noches se suele servir el mejor pisco sour que pude haber probado, la chica que se ha disfrazado de mesera para hacer el favor de atendernos a nosotros, los mortales. Era imposible no verla con una sonrisa fresca en el rostro, su optimismo me atrapo muchas veces a mí que me caracterizó por ser un pesimista extremadamente insoportable y capaz de arruinar el más eficaz de los milagros.

La mejor hora para visitarlo era a medio atardecer ya que sólo había algunas cuantas personas. Mi lugar era reservado y si en el grave caso de que algún insolente despistado habría acomodado su anatomía en mi sitio, la amable mesera con una mirada sumisa y angelical le ordenaba al lerdo comensal retirarse del sitio pues ese estaba ya dispuesto para mí, recuerdo sentir un gran ardor en la oreja derecha luego que ocurrían esos incidentes. La especialidad de la casa era el “don punk”, que consistía en un enorme pan que en su interior podía caber, fácilmente, un pollo de doble pechuga entero. El pan era acompañado con trozos de pollo, lechuga, tomate, nada más para mí, salvo unas gotitas de mayonesa, eran deliciosos y hoy me arrepiento de no haber comido más de tres emparedados cada vez que visitaba ese viejo local y todo por culpa de la cordura que me exigía guardar compostura cuando hubiera sido más delicioso dejarme llevar por la gordura que caracteriza a mi querida familia.

Iba regularmente a la misma hora, me escapaba del trabajo de Papá porque si me quedaba a almorzar con él era muy seguro que me invitara un plato enorme de menestras, que la verdad detesto por más que diga que tiene fiero, hierro o algún otro mineral que nunca encuentro. Papá tampoco me quiso acompañar por más que trate de convencerlo que el don punk era un placido lugar para comer, pensar y conversar, la combinación perfecta. Él me refutaba diciendo que los hombres deben comer alimentos sólidos y no cosas de mujercitas, cosas de Papá muy difíciles de entender.

La agraciada mesera ya sabía de memoria lo que acostumbraba pedir: un don punk con pollo y una taza de café que dejaba enfriar por veinte minutos mientras leía alguna revista gráfica o terminaba la segunda tanda de papas. Su nombre era Ursula y en realidad era encantadora, nunca una palabra de más. No podía compararse a la otra chica mesera que tenía un cuerpo espectacular, los senos enormes, el pelo rizado y castaño, maquillaje en grandes proporciones y desproporcionado en su rostro y a su vez un gran defecto o problema: Hablaba demasiado pero eso no era todo pues su llamaba María, otro problema. Solía hablar con Ursula casi todas le veces que visitaba el don punk, hablamos de todo y un poco de nada, generalmente éramos interrumpidos por el tipo que comentaba su última creación literaria y recomendaba que teníamos que comprar su novela en cuanto saliera a la luz y nosotros le sugeríamos que tenía que agregarnos en su libro, él sonreía y nos decía que no le pidiéramos eso porque luego era muy probable el arrepentimiento por mendigar ese favor ya que cuando él escribe sale de sí y entra en un estado que desconoce y distorsiona la realidad a su antojo y así es muy probable que no reconozca si fuimos amables o enemigos de él pero siempre nos aseguraba que el don punk de todos los modos estaba dentro de sus historias, con eso nos conformamos Ursula y yo. Era un disparatado, nos hacía reír mucho a pesar de no contar con un gran sentido del humor, su doble sentido era más apreciado por Ursula que por mí, que a veces no entendía alguna broma que gastaba pero igual reía, siempre reía, parecía ser su lema de vida. Era preciosa y también imposible enamorarse de ella, a ese tipo de persona sólo se le puede admirar y mejor si estás sentado detrás de una barra.

Recuerdo una vez emborracharme en ese lugar con los amigos del colegio, celebrábamos esa noche la despedida de una chica que rescato mucho de mí, más no lo mejor, eso lo descubrí luego con alguien tan especial que debe andar arrepintiéndose por involucrarse con el peor de los ángeles caídos. La mejor amiga del colegio se aventuraba en una travesía a Italia y era nuestra misión como amigos organizarle la respectiva reunión de despedida, después de todo lo que hizo por nosotros, era lo mejor que podíamos hacer. No se cuantos vasos de pisco tomamos esa noche, pero estábamos tan ebrios que terminamos cantando alguna vieja canción de amistad que compusimos cuando en el colegio jugábamos con la idea de tener un grupo que diera la vuelta al mundo pues noche casi lo conseguimos, el único cambio de urgencia fue que no dimos la vuelta al mundo pero logramos que la cabeza nos diera mil vueltas. Mi amiga partió el día siguiente y yo me quede viendo su rostro dentro de una taza de café.

Son momentos como eso que traen a mí la responsabilidad de sentirme culpable por el cierre definitivo del don punk. Deje de ir por asuntos que podía culpar a Papá o a mí, pues desde el primer desmayo que fui víctima por principios de anemia debido a mi mala dieta alimenticia por tantos panes con pollo, Papá me ordeno tajantemente no visitar más ese lugar y por más que le suplique sólo accedió que podía almorzar ahí pero “una vez a la semana y nada más ¡carajo!, que me entero y terminas por comer lentejas todos los días bajo mi supervisión.” Ahora complazco más a Papá por tantos años de rebeldía perdida y no tuve más remedio que aceptar su proposición. “La buena sazón” era el local del frente, no era la competencia directa pues aquí sólo se podía encontrar exquisitos platos criollos que al final fueron mí perdición y termine cambiando hilachas de pollo por enormes presas del mismo animal, aderezadas por la mano de una señora que no siendo nada joven era igual de amable. Pude haber traicionado a Papá fingiendo ir a ese lugar cuando en realidad iba al don punk, pero no me atreví porque la señora amable en cuestión era una fuente muy confiable del precario servicio de inteligencia de Papá. Así fue que mis visitas al don punk disminuyeron y a pesar de ir sólo una vez por cada semana, ya no era igual. En ratos de ocios visitaba el lugar y le pedía a Ursula una orden para llevar pero al ir ingiriendo lo que contenía esa bolsa de papel por las calles contaminadas me sentía mucho peor porque extrañaba ese lugar, mi lugar y de tanta otra pero poca gente que apuesto, también se encontraba y perdía en el don punk.

Ayer fue domingo y tuve la oportunidad de ir, ya que ese día soy un poco más libre que el resto de los que sobran de la semana. Fui cuando las luces de los faros avisaban que la noche estaba cerca, ingrese y esperaba una gratuita sonrisa de Ursula. Me saludo como siempre y enseguida note lo que nunca hubiera imaginado: Su tristeza. Le pregunte a que se debía y no me supo responder. No le tome mucha importancia y trate de disfrutar ese instante como los demás, como el tipo banquero que luce su nueva conquista producto del dinero o la chica antisocial que separa los trozos de pollo de su ensalada porque jura ser vegetariana cuando en realidad es una amiga de los pollos a la braza que venden muy cerca de ahí y yo la podría desmentir si dice lo contrario pues hace poco la vi sentada en esa pollería luchando con algún trozo de pollo que se atoro entre sus dientes y también esta el tipo escribidor que me hace reír con su formalidad y esa seriedad que pierde cada vez que regala una broma de su repertorio que debe ser muy extenso y que esa noche me ha preguntado que le pasa a Ursula y yo le dije que ni sospechaba lo que tenía y él, jocoso, agrego: “Déjala, seguro le ha venido la regla, las mujeres con así y es nuestra misión entenderlas” no pude evitar reírme por su ocurrencia. La pareja de esposo que diariamente discutía ya no están peleando por algún mínimo problema que juntos no pueden resolver, sino más bien están tomados de la mano y jurándose amor eterno y los chicos escolares están sentados en la mesa más grande y recuperándose de la borrachera del día anterior contando un chiste grosero que alcanzó a escuchar y me produce una risa que trato de disimular pero no se van a enojar si notan que escucho su conversación, ya me conocen y en ocasiones hasta me siento junto a ellos y comentamos alguna buena película. Al retirarme me despedí de Ursula y ella sólo atino a bajar la cabeza en señal de despedida o clara melancolía. No entendía bien que sucedían y así tuve que marcharme.

Hoy fui como todo lunes pero el don punk ya no estaba, el curioso letrero de neón brillaba sólo por su ausencia, nadie me supo dar razón del porque su clausura, pero yo lo sospechaba: la disminución de gente o clientela. Nosotros éramos fieles comensales del don punk pero sólo con cuatro gatos los administradores no habrán podido sobrellevar todos los inconvenientes que un negocio impone. Había un teléfono en la puerta que avisaba del remate de los artículos que fueron parte de ese lugar, cosas como sillas, mesas, la enorme barra, y otros utensilios propios de la cocina. Tome nota del número con la determinación de comprar, por lo menos y si el magro sueldo me alcanza, el letrero que desde un principio llamó mi atención. Camine a casa aconjogado y fumando un cigarrillo que el tipo escritor y del cual no recuerdo su nombre me ofreció un día antes. Unas cuadras más no pude evitar quebrarme, llorar y descartar tantas ideas como la de visitar ese lugar con mi futura e imaginaria esposa, mis hijos con nombres preciosos y luego con Papá y su molesto carácter, con los amigos del colegio y con nuevos y mejores amigos, pero todo es en vano, ya no será así, se fue el don punk y la mejor mesera del mundo.

Era mi rincón, mi último refugio, mi otro hogar, el perfecto lugar y ahora que no ya no estarás sólo queda el amargo consuelo de escribirte: Adiós don punk.
Datos del Cuento
  • Categoría: Hechos Reales
  • Media: 5.86
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1 comentarios. Página 1 de 1
Jesus Ness
invitado-Jesus Ness 21-10-2003 00:00:00

Cuento o relato tan extenso como tu idiotez... pero de veras entiendo el don punk más que un lugar era una invitación a la nostalgia, al silencio a la eterna divagación y felicito el buen final pues yo le diría lo mismo: Adios Don Punk.

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