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El capricho de Soledad

Soledad se miró en lo que parecía ser un espejo, ya que la reflejaba y la repetía en todos sus detalles, sólo que este no era cien por ciento obsecuente con sus gestos, puesto que cuando ella levantaba sus cejas en señal de enfado, su imagen hacía lo inverso e incluso se permitía levantarse y caminar por el reducido departamento y mirarla de reojo, siendo que ella siempre lo hacía de frente. Esto no parecía perturbar en nada a la muchacha, ya acostumbrada a estos menesteres por la simple y sencilla razón que la que parecía ser su rebelde y movediza imagen era ni más ni menos que su hermana gemela, la fiel Martina. Esa mañana, la Sole, como la denominaban todos sus familiares y conocidos, amaneció de pésimo carácter y con una idea fija: ser ella misma. Hasta lágrimas corrieron por sus suaves mejillas al requerirle a su hermana que la ayudara a concretar este anhelo “ya que tu sabes que en estos momentos no tengo ingresos seguros hasta que venda mis telas –era una novel pintora y a decir verdad, sus cuadros eran bastante insípidos y muy del gusto de acaudaladas ancianas y por añadidura bastante tacañas-, eso lo sabes mejor que yo, tu que trabajas con esas viejas amarretes, como la Paulina Articoychea, que desde que enviudó, vendió todas las propiedades y guardó el dinero en el banco. Es mi mejor clienta, pero tú sabes lo que le gusta regatear. Y lo mío es urgente, también lo sabes, eso o un tratamiento con mi psicólogo, que te cobra una fortuna y no te da ni una pista a seguir. ¡Basta ya! ¡Necesito tener mi propia identidad como la tiene todo el mundo, hasta el más zarrapastroso!-terminó gritando histéricamente la Sole. -Niñerías, neura, eso me parece que te está afectando, chiquilla- repuso la Martina, luego de lanzar una bocanada de humo de su cigarrillo mentolado por el ventanal del departamento. –¿Acaso yo me lamento por tener tu mismo rostro, tu misma talla, hasta los mismos admiradores? Lo que pasa Sole, es que como eres la menor de las dos, tienes la tendencia a apoyarte en mí, bueno, seré mayor por uno o dos minutos, pero eso me autoriza a decirte que en este momento, tú estás, lo que se dice, obsesionada. ¿Y que pasa si después de todo descubres que no es ese el motivo que te aflige? ¿Qué vas a hacer? ¿Pedir una nueva identidad? ¿Recuperar la perdida? ¡Vamos muchacha! Eres linda, tienes una preciosa figura -y que conste que lo digo por las dos- y cualquiera otra daría su vida por tener lo que ambas poseemos. Realmente no te comprendo nada, hermanita querida.
-Es muy simple, tú tienes la posibilidad de acceder a la salud, puedes hacerte ver por los mejores cirujanos estéticos. Yo sólo soy una humilde artesana, no cuento con ningún beneficio y si este problema dura unos cuantos días más, te juro que me mato.
-¡Exagerada! Entiende que el beneficio sólo me abarca a mí y yo por ningún motivo voy a permitir que desfiguren mi rostro. Lo siento, Sole, no puedo ayudarte. Pero te puedo recomendar que vayas donde una persona que casi ni cobra y que va a sanar tu alma por completo. Es un método natural que te va a dejar más que satisfecha y -por cierto- bastante más centrada.
-¡No, no y nooo! Es eso o nada. ¿Entiendes? Martina, furibunda con su gemela y tiesa de mechas hermana, salió del departamento dando un tremendo portazo que remeció los pocos cuadros del comedor, las hojas de un incipiente gomero y un par de pantys que colgaban de un cordel instalado en la cocina.

A las tres de la mañana sonó el teléfono en el dormitorio de Martina. Esta dio un salto tremendo, abrió sus adormilados ojos, preguntándose, como nos preguntamos todos cuando somos despertados de improviso: ¿Quiénsoyendondeestoyquepasa? A tientas en la oscuridad buscó el aparato, más por el deseo de despaturrar al alarmista artefacto, que por saber quien era el insensato que se atrevía a llamar en tan desacostumbrado horario.
-¿Señorita Martina Alemparte?
-Con…ella. ¿Quién…
-Posta Central, habla el doctor Claudio Contreras.
-¿Queeeeee? Martina despertó de golpe y porrazo y se irguió en la cama. ¿Qué sucede por Dios?
- Su hermana, la señorita Soledad Alemparte ha….
-¿La Sole? ¿Qué le pasó a la Sole, por favor?
-Nada muy grave, menos mal. Se intentó suicidar con una tira de Aspirinas y llamó a nuestro servicio para que le quitáramos el dolor de estómago.
-¡Aaaaaaah!- exclamó Martina, ya más aliviada. A su hermana siempre la obsesionó la misteriosa muerte de Marilyn Monroe y acaso por eso había resuelto autoeliminarse de un modo similar.
-Créame usted que lo que asusta es el intento. ¿Discutieron ustedes? ¿Habrá sufrido su hermana algún desengaño amoroso?
-Que yo sepa no, doctor. ¿Ella está bien ahora?
-Algo atontada por la ingestión de medicamentos, pero bastante recuperada. Preguntó por usted.
-Pobrecita. Voy de inmediato para allá.
-No se preocupe. Ella estará muy bien atendida acá y temprano en la mañana puede usted venir a buscarla.

-¿Qué deseas hacerte?-preguntó Martina a la Sole, que yacía en su cama, pálida y desencajada.
-¿Qué crees tú?- respondió con un hilo de voz. –Era el único camino que me dejabas… mi vida no vale un comino.
-No tonta. ¿Qué diablos quieres hacerte en el rostro? ¿Respingarte la nariz? ¿Agrandarte los ojos? ¿Qué te pinten de azul esa preciosa carita de ángel para no parecerte a nadie?
-No juegues con mis sentimientos. Estoy aburrida de ser la fotocopia tuya. Quiero tener mi propio rostro y mi propia vida.
-Sea.
-¿Es decir que..?
-Accedo. Lo haremos a tu manera pero después no quiero que vengas a mí con arrepentimientos. Existe el maquillaje, cambios de looks realizados por expertos profesionales, en último término está el expediente del ácido muriático, no sé, pero la linda quiere cirugía y claro, para eso está la hermana consentidora …
-Eres un amor, hermanita. Me has salvado de las garras de la muerte.

El plan a seguir era complejo. Ni dos gotas de agua se hubiesen parecido tanto como Soledad y Martina. Esta situación, que en su niñez y juventud explotaron a su amaño para realizar travesuras tales como asistir a clases la una por la otra o el consabido cambio de pololos con todas las implicancias del caso, ya en la edad adulta precipitó la neurosis existencial de la menor de las gemelas. Por lo tanto, Martina optó por simular que era ella la que deseaba hacerse la cirugía estética. Era obvio que ella odiaba el quirófano pero era quien tenía la situación para procurarse tal lujo. Su hermana, joven, hermosa y con mucho talento al igual que ella pero una escasa fortuna, vivía de prestado y el departamento que arrendaba en Vitacura, lo pagaba su fiel hermana. Martina visitó al cirujano, le contó que deseaba hacerse algunos cambios en su rostro, más por necesidad que por vanidad -esa mentira si que no se la hubiese permitido bajo ninguna circunstancia- y el costo de la operación lo cancelaría a varios años plazo. A su hermana esto le habría costado una millonada, pero ella, mucho más metódica y organizada, la liberaría de esa problemática, asumiendo todos los gastos.

Dos semanas más tarde, Martina solicitó sus vacaciones en la institución en que trabajaba. Soledad, en tanto, seguía al pie de la letra las indicaciones del doctor, dictadas por su hermana, pero no lo visitaba en la consulta por temor a ser descubierta.

La mañana de la operación, Soledad se preparó como era debido y salió de la casa de su hermana, quien le pasó su coche para que se fuera a la Clínica.

La muchacha conducía feliz y abstraída el pequeño Max Cuore de su hermana y en un cruce de Providencia, iba tan absorta, tan resplandeciente de dicha y a la vez tan sumamente nerviosa por la delicada operación, que no se fijó en el Mercedes Benz que pasó raudo delante suyo. El impacto fue feroz y el débil vehículo de Soledad quedó hecho un verdadero acordeón. La muchacha, milagrosamente, no sufrió ninguna magulladura pero el chofer del Mercedes quedó algo contundido pese a que su coche no sufrió grandes daños. Cuando llegó la Policía, Sole se dio cuenta que estaba metida en un grandísimo lío. No tenía documentos para conducir y de mostrar los de su hermana, la involucraría directamente a ella. ¿Qué hacer? ¿Qué hacer? Al parecer era su día de suerte. El policía que se asomó a la ventanilla de su auto era Mardones, hijo de un compañero de su padre y quien, pensando que se dirigía a Martina, le preguntó si estaba bien. Ella asintió con la cabeza, demasiado temerosa de delatarse. La culpa la cargó por supuesto el chofer del Mercedes, quien hacía grandes aspavientos por tanta injusticia. A decir verdad, el tenía la preferencia pero se llevó el parte y los retos. Como la cosa no pasó a mayores, Soledad pudo continuar su viaje y como era temprano, llegaría más que a tiempo a su cita con el quirófano. Pudo visualizar por el espejo retrovisor, la mirada de odio que le dirigía el conductor del Mercedes, una expresión inconfundible que le quedaría grabada por mucho tiempo.

A las diez de la mañana todo estaba preparado, la recostaron en la camilla que la conduciría a la sala de operaciones. Semi adormecida por los sedantes pudo distinguir la silueta del médico que le sonreía desde el fondo de la sala. Y ya en el quirófano, cuando todo estaba preparado para la cirugía, sintió acercarse a ella los pasos lentos y acompasados de una persona. Era el doctor Flores, el afamado doctor Flores a quien ella no conocía ni de vista y que ahora la miraba con una fijeza mortal. Antes de quedarse dormida y apelando a la poca voluntad que le restaba, vio la sonrisa mefistofélica del médico y reconoció esos ojos terroríficos que momentos antes la habían injuriado con la mirada, sometiéndola al veredicto más severo. Sólo cuando despertara, si despertaba, sabría las verdaderas consecuencias.
Datos del Cuento
  • Autor: lugui
  • Código: 5066
  • Fecha: 31-10-2003
  • Categoría: Urbanos
  • Media: 6.37
  • Votos: 43
  • Envios: 1
  • Lecturas: 7103
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