La hora: 11:45 de la noche.
Lo primero que oí fueron los disparos. Una carga completa. Luego gritos y una carrera con objetos cayendo y, de pronto, lo vi. Era un tipo grande y malcarado, vestía uniforme de la Policía Ministerial y todavía sujetaba firmemente la pistola reglamentaria en su mano derecha.
Cuatro líneas de sangre surcaban su rostro, pero su expresión era lo más llamativo: miedo. Así, llanamente, era miedo lo que reflejaban sus facciones crispadas y que lo hacían tambalearse al correr alocadamente. “¡El diablo, el diablo.!”, gritaba. Yo me pregunté ¿qué diablos -válgame la rebusnancia- habrá visto este tipo para huir de esa manera? y ¿qué cosa le habrá provocado semejantes heridas?
Mientras lo veía perderse en la oscuridad que dan los árboles de la avenida, sentí la sensación de que era observado. Volví la cabeza a todos lados y no había nadie. Alcé la vista y en la azotea de la presidencia municipal pude distinguir una figura alta, esbelta, enteramente vestida de negro. Su pelo blanco y largo ondeaba al viento, mientras que un par de retorcidos cuernos salían de su frente. Sus ojillos blancos y brillantes se posaban fijamente en mi persona. Luego escuché un sonido semejante al de una sábana cuando es extendida y ‘eso’ abrió un par de alas como de murciélago y se elevó silenciosamente, contrastando su negro cuerpo con la plateada luz de la luna llena.
Metí las manos en los bolsillos de la chaqueta y suspiré; últimamente me ha tocado estar en el lugar equivocado a la hora equivocada. Se está haciendo costumbre y eso no me gusta nadita de nada, no señor. Y menos si la historia tiene que ver con
EL DIABLO.
Mamá tuvo que darme una ‘barridita’, porque el miedo se me había calado hasta el tuétano. Digo, tu ves a un mono vestido de monstruo y le acomodas un sopapo y, mal que bien, le tumbas un par de dientes, pero. lo que yo vi no tenía la intención de parecer falso. En fin, que una vez repuesto me puse a pensar en la probabilidad de que hubiera tenido una visión, aunque el presentador del noticiero local me vino a sacar de mi error. Estaba diciendo algo de un comandante de la policía ministerial que había sido encontrado muerto en horas de la madrugada. No me hubiera importado más que cualquier anuncio de cereal si no fuera por que la imagen del difunto se correspondía perfectamente a la del tipo que pasó junto a mí la noche anterior.
El asunto, como yo lo veía, no tenía ni pies ni cabeza. El comandante de la ministerial estaba muerto. Ese era el hecho. ¿Quién y por qué?, ese ya era otro cantar. El noticiero requirió nuevamente mi atención porque el comentarista dijo que: “este es el tercer homicidio con estas características en lo que va del presente año.”. El tercero, luego ¿cuántos más habría? Al tipo le habían vaciado los ojos, presentaba zarpazos -así lo dijeron- en todo el cuerpo, como si le hubiese atacado alguna clase de fiera y habían desaparecido sus genitales, lo que le daba un toque de venganza homosexual.
Raudo como la diarrea fui a ver a Enrique quien, al verme, solo movió la cabeza negativamente, suspiró, meneó nuevamente la cabeza.
Por un momento me sentí como ave de mal agüero. Pasada la primera impresión le solté el escopetazo.
- ¿Y bien.? -preguntó.
- Anoche vi al diablo.
La cara de estúpido que puso es algo que jamás olvidaré mientras viva. El pobre Enrique no sabía si reír o gritar o qué. La risa ganó.
Cuando pasó el acceso y se limpió las lágrimas, procedí a narrarle los hechos tal como los había visto. Al fin policía, me preguntó qué andaba haciendo a esas horas. Nada, acompañé a Marina a su casa. (Aquí entre paréntesis, creo que la que me trae mala suerte es Marina, porque ya van dos veces con esta que me topo con un relajo de este tipo y siempre aparece ella en medio de todo. ¡no es cierto, la quiero un montón!).
- Ya en serio, Quique, suelta la sopa, anda.
- ¿De cuál fumaste? Digo, pa’ surtirte tu tiendita. ¿Cómo crees que te voy a dar información confidencial?
- ¡Chale, primo! ¿De cuándo acá.?
Definitivamente nada pude sacarle. Digo, no le quito la razón de no querer compartir ni siquiera conmigo, información que podría ser vital para la investigación. Ahora si necesitaba un golpe de suerte para descifrar este misterio. ¡qué diablos! ni por un millón de dólares me metería a la boca del lobo.
De ahí me fui a saludar a Freddy y a Nery a su negocio. Ellos tienen un tallercito de herrería allá por la calle 27 y los puse al tanto de mis aventuras. Ambos reían de mis cuitas y no tardaron en ponerme el apodo “El Chamoy”, según ellos por lo ‘salado’.
- Por cierto- dijo Nery-, ya está listo tu disfraz de legionario para el baile del domingo. bueno lo que respecta al casco, el peto.
- El escudo. la espada.-terminó Freddy.
Y mientras esto decían me iban mostrando las piezas. Tomé el escudo.
- ¡Pa’ su mecha! -exclamé-, pesa mucho.
- Unos 20 kilos entre todo. el escudo, tan solo pesa cuatro kilos y medio.
- A ver si no me sale una hernia.
- De lo único que tienes que preocuparte es de un imán gigante.
- Me encanta el acabado de fantasía que le dieron.
- Es una aleación especial que hicimos, es muy resistente, pero la pintamos de ese color para que no te atrape la ley por portación de arma blanca.
No hay duda de que mis amigos eran muy previsores, lo cual me alegró mucho. El baile de disfraces estaba a la vuelta de la esquina, a no más de un par de días;
Freddy iría vestido de androide y Nery aún trabajaba en su disfraz, porque se había empeñado en que le dibujara al tipo vestido de diablo que yo había visto y, después de echarle ‘coco’, sacó los diseños, que eran muy parecidos al terrífico original.
- Ni esperes que me acerque a ti en toda la perra noche, ¿entiendes? -le dije.
- ¡Bu!, estaré contigo hasta en tus peores sueños.
Y así, bromeando y platicando se fue lo que restaba de la mañana. Fui a casa a buscar mis libros y, luego de comer algo ligero, me fui a la ‘prepa’, donde encontré a Marina quien venía acompañada de una amiguita que hizo que mis calcetines subieran y bajaran como persianas.
- Ella es Andrea -dijo Marina.
Y desde ese momento no hubo nadie más para mí que aquella criaturita de ojos color miel, castaña y corta cabellera, de boca pequeña. por supuesto que a Marina no le hizo maldita la gracia, pero. ¡rayos! esa figura esbelta, de apariencia frágil, pero tan fuerte como diez hombres juntos. esa mirada tan tierna, su risa que era como si un pajarillo cantara a mi oído. lo admito, me enamoraré a primera vista.
La noche del baile pasé por Marina y, para mi sorpresa, ahí estaba también Andrea.
No puedo negarlo, fue la noche de mi vida. Andrea y yo bailamos toda la noche, hubo una química especial entre nosotros, juro que en ese momento no sabía lo que era, pero no importaba. Yo no soy muy bueno bailando, mamá dice que tengo dos pies izquierdos y que bailo como elefante reumático y un larguísimo etcétera, pero esta niña sabía llevar muy bien mis pasos y esquivaba mejor mis pies, aún en este momento sonrío de placer al recordar esos momentos.
Por desgracia el sueño debía terminar con los compases de una baladita suave, muy ad-hoc; salimos a la calle donde tomamos un taxi y emprendimos el regreso. Se quedaría en casa de Marina que, en secreto y antes de subir a la unidad me dijo:
“Creo que debo cambiarme el nombre por el de Celestina”. Apreté los labios para no pegar una carcajada; ahí mismo al cuchicheé al oído: “¿Cómo la conociste?, ¿de qué planeta vino? Quiero que me cuentes todo de ella”.
Marina sonrió y subió al coche.
Avanzamos en silencio por algunas cuadras cuando, a lo lejos, oímos el chirriar de llantas. luego, unos faros que deslumbraron a nuestro chofer y, un segundo después, un fuerte golpe contra el taxi. fue todo tan rápido que quedé aturdido unos instantes.
Tan pronto me recobré miré a mi alrededor. Marina estaba inconsciente y Andrea ya estaba abriendo la portezuela de su lado.
- Todo está bien -me dijo-; Yo me hago cargo de Marina, tu mira al conductor de la camioneta.
Presto fui a checar la camioneta que nos había impactado, una Silverado negra, de reciente modelo, con los vidrios polarizados.
- ¿Está usted bien, señor? -pregunté.
- Ayúdame -dijo, pero luego repuso con voz temblorosa-. No. Nadie puede ayudarme. él ya está aquí. viene por nosotros. viene por mí.
Con pie muy inseguro bajó de la unidad y, apoyándose en mí caminó unos pasos. En ese momento una oscura sombra se interpuso entre mis amigas y nosotros. La sangre se me heló en las venas: ahí, delante de mi, estaba el mismísimo diablo en persona, con sus membranosas alas extendidas, listas para cubrirnos. Difícilmente tragué saliva, tenía la garganta tan seca como si hubiera comido un kilo de galletas saladas.
La negra figura alzó una de sus manos y las lámparas del encendido público reventaron, dejándonos en penumbra. El tipo cayó de rodillas implorando perdón y juro que estuve a punto de hacer lo mismo, pero el orgullo es el orgullo y saqué la casta. Ya libre solté un golpe tan fuerte como pude, alcanzando en el pecho al diablo. saltaron chispas de mi guantelete de legionario al chocar contra metal. El otro sólo dio un revés y me mandó a volar un par de metros.
- Uno más. sólo uno más -alcancé a oír que murmuraba.
Recordé que llevaba una espada y la desenvainé. Mis golpes rebotaban en sus antebrazos, provocando chispas. Cuando se cansó de jugar, con la mayor facilidad me desarmó y soltó un mandoble que el peto rechazó. Levantó la espada para descargar otro golpe cuando el escudo, que había olvidado en el taxi, fue a estrellarse en su rostro, que no lo tiró, pero sí provocó un hilillo de sangre que brotó de sus labios. Luego el tipo no era un demonio. Lo que fuera era susceptible de ser herido, de algún modo era vulnerable.
Volvió la mirada hacia Andrea, que le había arrojado el disco y sus ojos parecieron brillar. Andrea daba traspiés avanzando hacia el monstruo, lentamente y con evidencia de que caminaba contra su voluntad.
En eso se oyó a lo lejos la sirena de una o varias patrullas. Rugió y mostró sus blancos dientes .Sentí como un mazazo en la cabeza y perdí el conocimiento.
Cuando abrí los ojos estaba a bordo de una ambulancia, mi cabeza apoyada en las piernas de Andrea, a la que veía borrosa a causa de las miles de lucecitas que danzaban ante mí. Su mano me acariciaba y poco a poco se me aclaró la vista.
- ¿Marina? -pregunté.
- Una patrulla la llevó a su casa. El taxista no salió tan mal librado, sólo se lastimó un hombro y su auto requerirá solo una hojalateada.
- ¿Y el tipo de la camioneta?
Andrea meditó un poco antes de decírmelo:
- A él tuvieron que recogerlo con pala. la cosa esa la tomó del cuello y se elevó a gran altura. luego lo dejó caer.
Como lo mío era solo una fuerte jaqueca, los paramédicos me dejaron bajar. Enrique estaba a unos metros de ahí atendiendo a los reporteros. Estaba rojo de furia y de impotencia. Le conté lo que habían dicho ‘El Diablo’ y el otro, que luego supe era un ex ‘madrina’ de la judicial.
- Déjame ayudar, carajo.
- ¿Y qué canijos puedes hacer, hombre?
- Puedo pensar. cosa que no creo que tu hagas frecuentemente.
Enrique apretó los labios.
- Te llevo a casa, en el camino hablamos.
- Llevemos a mi amiga primero
- Quique miró a todos lados:
Andrea no estaba, se fue mientras yo alegaba con mi primo. O tal vez no quiso ser mezclada en el asunto y se retiró. Muy discretamente, diría yo. Ya en la patrulla:
- Anda genio, ¿qué es lo que te ronda la cabeza?
- ¿Piojos? -pregunté tan ingenuamente como pude pero, al ver que no reía, dije-, anda loco, es para aliviar la tensión. Okey. Está claro que todavía tenemos la oportunidad de salvar una vida. ¿La de quién? No sé. Eso te toca averiguarlo. Los cuatro difuntos y el que falta debieron trabajar juntos alguna vez, o eran amigos, compadres. ¡qué sé yo! Algo debieron haber hecho en conjunto para que ese tipo los esté cazando como focas. es más, dudo mucho que podamos hacer algo por el que aún vive.
Enrique hizo un par de llamadas y a los pocos minutos teníamos la respuesta.
- Ya sé de quién se trata. Mi jefe inmediato: el comandante Logroño.
- Presiento que pronto serás comandante. -dije lúgubre.
- Vamos a su casa, hoy no le toca guardia.
Y allá fuimos. La verdad es que nada pudimos hacer. Al llegar los hechos estaban consumados y sólo pudimos dar el pésame a la familia y Enrique prometió atrapar al responsable. ¡Mmh. muy fácil! El diablillo estaba teniendo una noche muy agitada. y lo que faltaba.
¡Oh, si! porque aquí no acaba la historia. Digo, desde el momento del accidente hasta que me llevó a casa, habían transcurrido, apenas, unas tres horas, de tal suerte que calculo que eran las cuatro de la mañana cuando me despedí de Enrique en la acera frente a mi casa. Todavía estuve unos diez minutos después de que los vi doblar la esquina y se apagó el ruido de los motores.
Apenas me dí la vuelta para entrar, cuando sentí que una mamo enorme y fría me cubría la boca, mientras otra me rodeaba la cintura y luego mis pies se despegaban el suelo.
Sentí que eran mis momentos finales, así que no me importó derramar un par de lágrimas.
El viaje me llevó hasta la azotea del palacio de cristal, unas oficinas administrativas del gobierno. El aterrizaje no fue suave, aquél me soltó como si fuera un saco de patatas.
- ¿Qué buscabas.? -preguntó.
Le miré sorprendido, aunque lo había visto sangrar, todavía esperaba oír una voz cavernosa. Temblaba, no sé si de frío o de miedo. Era impresionante verlo ahí, flotando frente a mí a unos centímetros del piso.
- ¿Qué pretendías al intervenir? -volvió a decir.
- U-una vida es una vida.
Flotó hasta que su rostro estuvo casi pegado al mío.
- Ellos estaban muertos desde que se cruzaron en mi camino. lo de esta noche fue mero trámite.
- No entiendo. -murmuré.
- No espero que o hagas. Debían morir.
- Pero, ¿por qué?
- ¿Quieres saber por qué? -gritó- ¿de veras quieres saberlo?
Se llevó las manos al rostro y, de un rápido movimiento, se despojó de la máscara.
Grité. Horribles cicatrices surcaban su rostro que, alguna vez, debió ser atractivo. Ahora estaba deformado, no solo por las marcas en su piel, sino por el rictus de dolor, amargura y -definitivamente- rencor. El odio brillaba en sus ojos.
- No -dijo-, no es por esto.
Cerró los ojos y, por un momento (tras un ligero mareo), pude percibir imágenes en mi cabeza, mientras él me contaba.
- Hace nueve años esos bastardos destruyeron mi vida.
Ahora yo lo sabía.
- Íbamos a casarnos. la amaba tanto.
Sí.
- Una noche viajábamos en coche, íbamos a ver a sus padres, pues pediría su mano. fue entonces cuando nos interceptaron y nos secuestraron.
Un sudor frío me invadía mientras veía aquellas imágenes, mientras me dolían sus recuerdos.
- Nos llevaron fuera de la ciudad hasta un lugar entre la sierra. ahí ellos. ellos.
No había necesidad de decírmelo. Abusaron de ella mientras él fue atado a un árbol. Toda la noche lo hicieron, por turnos, mientras se drogaban y bebían alcohol a mares. la obligaron a hacer cosas horribles. Volví el rostro para no ver. Tapé mis oídos para no escuchar sus lastimeros gritos, su llanto. sus maldiciones en contra de aquellos degenerados. No hubo forma de escapar, aquellas visiones estaban dentro de mí.
Cuando hubieron saciado sus instintos, ya amaneciendo, ella estaba muerta; y aquellas bestias lo golpearon. Rompieron cada uno de sus huesos y lastimaron severamente su columna.
- Me dejaron ahí creyéndome muerto. y habría muerto realmente de no haber sido por un par de chiquillos que andaban de excursión. Ellos llamaron a los paramédicos. Meses enteros estuve sumido en un estado en una bendita semi inconsciencia. pero al ser dado de alta, viéndome solo, destruido física y moralmente, mi único aliciente, mi única razón de vivir fue la venganza. nada haría que Sandy volviera a la vida, pero al menos no sería yo el único desgraciado.
- ¿Cómo es que puedes hacer lo que haces?
Sonrió amargamente.
- Quedé cuadraplégico. Pero cuando pierdes un sentido otro se agudiza o, en mi caso, uno nuevo lo sustituye. Todo lo demás fue practicar, al fin que o que me sobraba era tiempo. Dime tu ¿qué hubieras hecho en mi lugar.?
No lo sé. Ni tuve tiempo para pensarlo, porque escuchamos pasos subiendo las escaleras que daban a la azotea, co n un gesto impulsó su melenuda máscara hacia mí.
- Yo he cumplido mi misión. Guarda esto como un recuerdo. un amargo recuerdo.
Y se elevó hasta perderse en las nubes. Enrique y sus policías dispararon inútilmente. Andrea venía con ellos y la abracé, apretándola fuerte a mi pecho.
- Marina me dijo dónde vivías. Estaba preocupada y fui a buscarte. Cuando iba llegando vi una sombra que bajaba hasta una azotea y me escondí. Cuando la policía te dejó, vi que esa cosa te llevaba y los llamé de nueva cuenta. perdona que tardáramos un poco en encontrarte. ¿Qué pasó?
Yo tenía un nudo en la garganta.
- Nada, amor, nada. Ya pasó todo. Vamos a casa.
*
Enrique, como dije, fue ascendido a comandante y trasladado de ciudad. Bien por él.
Marina y Freddy se entienden muy bien, aunque éste le ha dejado un poco la carga del taller a Neri.
Andrea y yo. bueno, sólo disfrutamos el momento. Me aterra un poco todavía pensar en el futuro, pero no hay duda de que la amo.
¿Qué habría hecho yo?
Sólo un comentario recibí de este cuento y no aspiraba a más; agradezco las palabras de elogio y no he escrito por falta de tiempo, no por falta de amor al arte.