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El sol de mediodía

Alumbrado por "El hombre muerto", Horacio Quiroga.


Lo peor que le puede pasar a uno es morirse a mediodía, pues el calor y la pesadumbre te alejan aún más de la realidad. Esto es lo que le pasó al bueno de Ernesto Santafé, paisano del pueblo y trabajador de la tierra durante toda su vida, que dejó mujer y dos niños.

Sucedió cuando volvía a mediodía del campo hacia su casa que un sofoco le seorprendió por entre las eras. Al sentirse mal el bueno de Ernesto Santafé se sentó en la tierra labrada y apoyó la cabeza entre las manos empapadas de sudor. Ernesto ya sabía que se iba a morir, pero ni lloró ni sintió pena. Acuciado por el sol se entregó a sus cavilaciones a esperar su hora. Pensó en su mujer, que ya casi era viuda y que ahora estaría preparando la comida sobria, de pobres, y en sus dos niños todavía demasiado jóvenes para entender que ya no iban a ver más a su padre, que se moría al sol.

Alzó la vista un momento porque quería retener en su memoria el vasto paisaje anaranjado de campos y eras que había sido su vida y con la mano cogió un puñado de la tierra que ahora clamaba por él y que antes de que se diera cuenta lo guardaría en su seno. Después la dejó escapar entre sus dedos, deshaciendo los últimos terrones enraizados. Casi sintió vergüenza de morirse allí solo, al sol, escuchando los ruidos del campo y con el estómago vacío.

Cuando el resuello le comenzó a faltar Ernesto Santafé cambió de posición y se tumbó mirando al cielo, directamente al sol, sin apartar la vista de él, retándole; y pensó que morirse en realidad no es tan malo, pero no a mediodía, porque el sol y el calor te alejan de la realidad y es posible que uno no termine de llegar allá donde está predestinado.

Fue que cerró los ojos un instante, cuando su garganta estaba más reseca y su piel más caliente, que creyó intuir que un niño había descubierto su cuerpo. Enseguida el chiquillo marchó corriendo al pueblo y al poco un gran alboroto se armó. Sonaron en la lejanía las campanas urgentes y al poco Ernesto vio a su mujer llorando junto a sus niños, tan pequeños que sólo podían mostrar perplejidad. Toda la gente alrededor de él y nadie se atrevía a tocarlo; y es que estaba muerto. Pero ya todo le daba igual, y se incorporó al fin y caminó a través de los campos en dirección del sol porque algo le decía que hacia allá es donde él estaba predestinado mientras el eco de las campanas cada vez se hacía más sordo y sereno, repicando por él.

Ya no era el sol de mediodía.
Datos del Cuento
  • Categoría: Metáforas
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