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En un yerbazal, donde nadie imagina cuántas cosas pueden suceder, el país de los insectos, gusanos y bichos de mil calañas resulta un escenario de continuo ajetreo y lleno de vida.
He aquí, por ejemplo, el o plantón más concurrido de este país. En la última primavera, los aguaceros habían pintado todo de verde. Y, como sucede al finalizar cada primavera, los insectos, gusanos y otros bichos del yerbajo celebraban la Feria donde se exponían Cosas Extrañas. Los habitantes del lugar llevaban allí, al gran hueco dedicado a los Festejos, cualquier clase de objetos que ellos consideraban únicos en el mundo. El último día, se efectuaba la elección del Objeto Raro Más Extraño del Año. Las abejas se habían alzado con el premio en los tres últimos años consecutivos, con sus muestras tituladas “Cabellos Humanos”, “Una Cuchilla de Afeitar” y “El Trozo de Tela Brillante”. Esta última muestra causó un asombro tan grande que hizo fama en los lugares vecinos y todavía se recuerda.
Al pueblo, en fecha muy reciente, llegó la sobrina de doña Carme la Esperanza. Era Lilí, una esperancita verde cuyas alas resplandecían como las gotas de rocío en las hojas de las flores. No era precisamente un habitante de este lugar, pues vivía en la ciudad cercana, donde era la Presidenta de todos los bichos en la Universidad. Por supuesto, a diferencia de los habitantes de allí, Lilí estaba muy acostumbrada a la presencia de los humanos, pues tenía que lidiar con ellos todo el tiempo. Quizá debido a ello, la jovencita gozaba de cierto prestigio y hasta se daba un aire de vanidosa superioridad. Y no le gustaba, en absoluto, visitar el campo. Sólo accedió a visitarlo para cuidar a su tía ya que los aguaceros recientes la había resfriado.
Los bichos estaban en pleno ajetreo, pero ya no era sólo por la Feria de las Cosas Extrañas: algunos lugareños jóvenes, se preparaban para invitar a la bella Lilí, la sobrina de doña Carme, a salir de fiestas. Muchos osaron acercarse a la resfriada tía, para pedir su consentimiento: y ella lo había dado a todos, total, estaba enferma y en última instancia no deseaba que su sobrina se aburriera. Pero Lilí, en el transcurso de los días, le hizo desplantes a todo el que se le acercaba, llamándolos “elementales bichos de campo”. Finalmente, los más tímidos, y otros que no estaban dispuestos a sufrir el desaire, desistieron de ofrecerle su invitación. Sólo persistió un escaso grupo de jóvenes arriesgados, dispuestos a enfrentar cualquier reto: Rigoberto Esperanzo, jactancioso y autosuficiente; Zángano Zuzú, siempre optimista como el perro que encuentra un hueso; Horacio la Lombriz, callado como una guayaba; y Bemol el Grillo, quien podía pasarse la primavera o el invierno entero tocando su violín.
Por fin quedó inaugurada la Feria, esta vez los gusanos llevaban la delantera, pues habían expuesto un pedazo de piedra brillante, que habían sacado de la profundidad de un hueco de arañas abandonado. La noche parecía excitante, las damas con sus mejores vestidos salían a presumir... Muchos llegaban desde plantones vecinos a vender golosinas y vidrios de colores para decorado interior.
Lilí había decidido verlo todo desde el portal de su tía; por suerte, Carme vivía justo enfrente de la Feria. La joven esperancita prefirió quedarse en casa, antes que salir con alguien que no podía considerar de su gusto y altura. Pero ella ignoraba que, desde un rincón cercano, era acechada por cuatro valientes mancebos, listos para asediarla.
– ¿Quién es el primero que se atreve? –preguntó Bemol el Grillo.
– ¡Yo! –dijo Horacio la Lombriz–. Le diré algo que leí en un cuento...
Horacio se entonó ante la mirada sorprendida de sus amigos:
–Aaah... Siempre les aconsejé leer. Ahora mismo verán qué resultado.
Y, enseguida, apoyando más de lo acostumbrado su barriguita en tierra, Horacio se aproximó a la esperancita:
–Hola, encantadora damisela, bella Lilí... ¿Quisieras salir conmigo?
– ¿Y adónde planeas llevarme? –preguntó Lilí, fingiendo curiosidad.
–Pues, mi dulcísima pricesa, le llevaría a la Exposición, para que vea...
–Yo la veo muy bien desde aquí –le interrumpió Lilí–. ¡Gracias! –y dicho esto, volteó la cara hacia otro lado.
Como un caballero que ha perdido el pañuelo de su amada, regresó Horacio adonde lo esperaba el grupo expectante, quienes presenciaron todo alegrándose en el fondo por el pésimo resultado de la gestión de Horacio, así tendrían ellos también su oportunidad.
– ¡Puessss, ahora sssssí que voy yo! –zumbó Zángano Zuzú. – ¿Ssssaben qué? A mí, sssseguro me dirá que sssssí...
Sin mucha prisa, el zángano alzó su vuelo más sutil, acercándose silencioso para dar una sorpresa a la joven:
–Buenassss nochesss, ssssseñorita... –saludó desde el aire.
– ¡Ay, qué susto me ha dado! –se sobresaltó, muy disgustada, la esperancita. – ¿Acaso no pudo usted presentarse como un bicho normal?
–Huy, lo sssssiento... sssssólo quería invitarla a sssssalir –se limitó a responder, tímidamente, Zuzú. –¿Acassso podríamosss volar juntossss...?
– ¡Pero qué pretencioso! –se molestó, un poco más, Lilí. – ¡No! ¡Y no!
El pobre zángano, derrotado, regresó adonde el grupo con la desilusión de todo zángano al que una flor se niega a darle su gotita de néctar. Por suerte, no se vio en la necesidad, engorrosa por cierto, de contar su fracaso a los demás, ya ellos habían presenciado la escena lamentable.
– ¡Tenía que ser yo! ¡Yo la convenceré, yo mismo estoy ya convencido! –rió Bemol.
Y el grillo saltó hasta el portal de la esperancita, entonando una melodía que, de sólo oírla, a Lilí se le antojó de mal gusto y fuera de moda:
– ¿Por qué no te callas, eh? ¡No me dejas oír los rumores de la feria!
El músico, después de ese recibimiento y recordando las escenas anteriores, no quiso siquiera probar suerte, y se estiró de un brinco a esconderse en lo más remoto del yerbajo.
–Muy bien. Ahora, es mi turno...–se frotó las patas Rigoberto Esperanzo, y echó a andar hacia la dama, confiado en su seguro éxito–: Hola, princesa... ¿No se te ocurre que la noche es muy buena para salir de paseo?
Lilí lo miró de arriba abajo, y con gran esfuerzo contuvo la risa ante la rara compostura del insecto:
–Y usted, caballero ¿tiene nombre?
–Oh, claro: me conocen por Rigoberto, para servirle –se animó el conquistador.
Esta vez, por desgracia, Lilí no pudo contenerse, y soltó una gran carcajada que cayó sobre el pobre bicho como una fruta a punto de pudrirse:
– ¡Pero, señor mío, qué nombre tan feo!
Rigoberto, apenado hasta la última pata, bajó la cabeza sin atinar a contestar nada. Se dio media vuelta, intentando adivinar una fórmula eficaz para salir del aprieto, cuando se escucharon otras voces:
– ¡Lilí! ¡Lilí! ¡Este yerbajo está perdido del mapa!
Por un trillo vecino habían aparecido, de pronto, sus amigos de la escuela. Lilí brincó entusiasmada, sin acordarse de Rigoberto, quien permanecía de pie frente al portal. La esperanza y sus amigos se marcharon en tropel en dirección a la Feria...
La algarabía, entretanto, inundaba el plantón. Los gusanos se revolcaban en la tierra de puro contento. Parecía que ya nada podría quitarles el premio. De pronto, el cielo se oscureció. Presos de pánico, todos corrieron, saltaron o se arrastraron a esconderse. Por el aire venía aproximándose una especie de nave, y sólo cuando estuvo muy cerca, se pudo distinguir que la comandaban los abejorros. Ya en tierra, la nave fue rodeada por los curiosos de la feria. Todo el mundo daba su opinión sobre el origen y cualidades de aquel objeto. Una voz resonó en la multitud:
– ¡Eso es un zapato! –exclamó la lombriz más vieja de aquellos plantones–. Yo misma estuve a punto de ser aplastada por uno semejante, hace muchas primaveras.
Los abejorros, orgullosos de su hallazgo, recibían la felicitación general. Por primera vez, ellos serían los triunfadores.
La feria continuó bajo el influjo melodioso del violín de Bemol el Grillo, quien disfrutaba de la fiesta acompañado, finalmente, de una grillita loca recién aparecida en aquel plantón. De los otros pretendientes de la bella Lilí, por cierto, no se supo nada hasta la primavera siguiente...
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