Lecabel habitó desde el principio de los tiempos el espacio sideral donde solo los ángeles de los sueños pueden vivir y recrearse en la belleza de todo lo creado.
En aquél espacio donde Alción iluminaba con su fuego místico al resto de las Pléyades, era feliz. Bajo las órdenes de Mitratón, lugarteniente de Elohím, recorría el universo encendiendo estrellas, vigilando cuásares, ordenando los voraces agujeros negros que Belzebuth descuidaba en su incesante vagar buscando aquello que decía anhelar: su libertad. Lecabel no lograba entender que era aquello, no estaba dotado por el Todo para imaginar la libertad. Era natural obedecer y no cuestionar.
Recorrió el tiempo que lo separaba de Alción y relató ante El Príncipe de las Estrellas aquello que había visto, pero él era parte de La Esencia y sus pensamientos no le eran ocultos al Príncipe, no podía esconder su desconcierto.
-Aleja esos pensamientos de tu mente que éste no es tu asunto, no sea que peques en contra de la Ley y Zeus Patrós te sea contrario- dijo aquella voz en su interior- Ve a las Pléyades, descansa y prepárate para recibir nuevas órdenes.
Lecabel desobedeció por primera vez desde su creación el mandato. Necesitaba saber a que extraño suceso obedecía su inquietud, algo estaba ocurriendo, algo que podría cambiar la Energía para siempre y él era parte.
En medio del Circulo Sagrado, Samael, El Primogénito, El Perfecto, esperaba sentencia. Por primera vez estaban juntos los siete príncipes de las Pléyades: Rafael de Electra, Gabriel de Mérope, Milech de Taigeta, Noga de Asterope, Elohim de Maia, Astaroth de Coele, y Jehovam de Alción, Príncipe de la Luz.
Junto a Samael lloraba una criatura que hasta hoy Lecabel no había visto, sabía quien era pues su belleza eclipsaba con su luminosidad a la de las Huestes Celestiales en todo su esplendor. Aquella, la Primera, la causa del dolor de Deus y de la desobediencia de Samael, inclinada a sus plantas le rogaba que aceptara el designio impuesto, que conservara su alma.
Un murmullo de inquietas alas advertía el peligro. Los tres Arcángeles rodearon al primogénito blandiendo sus espadas, cundió el desconcierto entre los ángeles del Señor. Belzebuth, Astaroth y muchos otros se sumaron al Perfecto y lucharon a su lado. Lecabel lloró en su alma al ver como eran arrojados de los cielos, como al caer sus semblantes mutaban deformándose, ya no estaban aquellas inmaculadas y puras facciones en sus rostros sino el mismo Dolor, la Oscuridad naciendo, el Odio inundando sus miradas.
Preso de sus nuevas y desconocidas emociones, Lecabel regresó a Alción y cerró los ojos.
Para un ángel al que le es dado, desde su misma creación, el don de convertir sus sueños en realidad, no era el momento adecuado para sumirse en el sueño. Pero cuando solo conoces la felicidad y tu alma perfuma con la suavidad de un alma pura, no puedes sino creer que nunca descenderás. Lecabel no conoce el temor, no conoce la maldad, no puede desconfiar.
Sueña y vuela a un mundo ideal, sueña y en su sueño están aquellos a quienes ama y son parte de su Ser. Se encuentra en una habitación pequeña, iluminada por la luz de la Luna que confiere un suave tono azul a todo lo que toca. Samael le señala una puerta a su izquierda, le sonríe con afecto y desaparece de su vista.
Curioso, se asoma para ver aquello que el ángel caído le señalara. Sobre la cama dormía una criatura parecida a él, de largos y oscuros cabellos cuya piel parecía casi blanca bajo la tenue luz.
Lecabel no conoce la pasión, este nuevo sentimiento que recorre su alma hasta convertirla en una dorada llama. Quiere alejarse, pero sus ojos se encuentran con aquella mirada y ya no puede escapar al sueño.
Se sueña hombre, puede sentir su piel suave y cálida, el sonido de su propia respiración, el rítmico latir de su corazón. La necesidad de tocar a aquella criatura se siente casi como debiera sentirse la sed. Se envuelve en esa rara energía que acerca su piel a la de ella hasta que cada centímetro de aire que los separa se torna doloroso. Y cae, irremediablemente, cae perdiendo su inocencia y desea tocar, acariciar y detenerse en cada centímetro de esa piel, beber hasta el último respiro de esa boca dulce, internarse hasta lo profundo de los misterios de aquella mirada.
Es natural obedecer, no cuestionar y obedece a los dictados del Amor, olvida los mandatos del Universo y se entrega sin importarle el precio que deba pagar por un instante de libertad.
Al despertar ya no estaban sus estrellas, Alción era un punto lejano en el espacio al que no podría jamás regresar. Buscó a su lado el abrazo de aquella por la que había dado todo lo que era. Pero no estaban sus brazos, ni sus ojos, todo lo que había era la pesada sombra de la soledad.
Lecabel busca desde aquella noche encontrar esos ojos, en cada rostro, en todas las miradas, a través de los siglos, incansable, ya no añora su cielo, ya no extraña sus alas ni se arrepiente. Lecabel ha entendido por fin los motivos por los que el más bello y amado de los ángeles prefirió el desamor del Creador a vivir sin Lilith. Sabe que en algún lugar, en algún tiempo, en algún espacio espera aquella por la que bien vale vagar eternamente en el destierro.
Hoy, veinticuatro de noviembre, al cumplir doce años, Lola ha tenido un sueño. Un sueño extraño y mágico en el que un ser alado la tomaba en sus brazos, dejándole un recuerdo imborrable y una promesa. Dejándole la certeza de que sin él no habrá más nadie , sin él el amor no existe.
Lola busca esos ojos en todas las miradas, sabe que en algún tiempo, en algún espacio, en algún lugar, está él esperándola.