Midas era el rey de Macedonia. Fue el primer hombre en plantar un jardín de rosas. Le gustaba disfrutar de la buena vida, las fiestas, escuchar música y pasarla bien. Una mañana un jardinero le dijo: -Hay un Sátiro completamente borracho tirado en tu rosedal. -¡Traedlo inmediatamente ante mi presencia! Dijo Midas El sátiro resultó ser Silenio. Silenio había viajado con Dionisio a la India y tenía muchas e interesantes anécdotas para relatar. Midas se entretuvo cinco días escuchando atentamente las historias de ese continente lejano, sus ciudades, sus barcos y sus gentes. Al terminar, sin mediar ningún castigo por aplastar sus rosas, lo envió sano y salvo con Dionisio. Dionisio, agradecido le dijo a Midas: -¡Pídeme lo que quieras y te lo concederé! Midas, eligió tener el poder de convertir en oro todo lo que tocase. Y así le fue concedido. Al principio resultaba muy divertido hacer rosas o pájaros de oro. Pero por error convirtió a su propia hija en estatua de oro. Y más tarde la desesperación se apoderó de él cuando tenía hambre y su comida se convertía en oro o cuando tenía sed y el vino se convertía en oro. Llorando le pidió ayuda a Dionisio: -¡Por favor, Dionisio, libérame de este castigo. Mi propia hija es una estatua de oro y no puedo ni beber ni comer. Estoy muriendo de hambre y de sed. Ayúdame! Dionisio se rió a carcajadas y lo mandó a lavarse las manos para quitarse el toque mágico a un río de Frigia llamado Pactolus, cuyas arenas son todavía doradas. Y le devolvió la vida a su hija.