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Categoría: Ciencia Ficción

Historia de una Bruja

Prólogo

He aquí la historia de una mujer, joven y hermosa. Hechicera.

Ella vive el tiempo donde la amargura, el arrepentimiento, la ilusión y la confusión cobran vida en un espíritu deseoso de alcanzar los tesoros más preciados por los hombres. La libertad y el amor.

Isabella, protagonista de esta historia ha sido condenada a permanecer en los confines de la oscuridad, la soledad y el desamor y es que, siendo muy niña, inexperta pero llena de presunción, soberbia y orgullo por estar dotada de poderes extraordinarios que no eran más que un cúmulo de diamantes en bruto, hubo cometido un acto que costó la vida a muchos hombres inocentes.

Abandonada en el abismo donde la tristeza cubre el todo en un abrazo frío, hundida en las profundidades del desamor es que nuestra protagonista inicia una lucha desesperada por liberar su ser de tan terrible como criminal castigo.

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Primera Parte
EL ÚLTIMO INGREDIENTE


Por el camino oscuro donde la luz de las estrellas niega su caricia; donde todo es noche y se despliega la penumbra como el más sublime abrazo... Por el camino plagado de rocas, vano y silencioso, camina la joven hechicera en busca del tesoro para ella más deseado, él que realice su más grande anhelo. Un hechizo libertario.

Se detiene al pie de un árbol cuyas ramas secas ansían la clemencia de un rayo de sol, ella lo mira, atenta casi misericordiosa y, con cierta jactancia le habla al majestuoso y agónico, señorial y entristecido Roble:

- Yo he de darte la luz que anhelas y aún más; he de regalar con prontitud a tus ramas secas el líquido tesoro de la tierra que veo, con amargura suplicas. Tú, a cambio de mi favor, pondrás en mis manos tu fuerza.

Un vuelco de esperanza se apoderó del viejo espíritu de la planta que, con tono cansado respondió así a la hechicera:

- Poco es lo que pides a cambio de otorgarme con tus hechizos los que me es único motivo para conservar mi existencia y evitar así entregarme a los brazos de la muerte. Si mi fuerza que más bien parece inaudita debilidad, te es útil, tómala pues y dame esos regalos que prometes.

Así ocurrió que la joven hechicera pronunció con voz áspera y poderosa las palabras de su embrujo y en un instante poderoso envolvió al gigante sediento en una tormenta de arrebatado viento, cual huracán embravecido que, a la mirada poderosa de la mujer se elevó tan alto como las montañas de aquél valle. Así, la ansiosa joven mantuvo el tiempo detenido hasta que hizo descender la planta, justamente a su mismo sitio, esta vez, fortalecido, rodeado de un halo de luz resplandeciente que el agua, manjar de la tierra, jamás abandonase.

De inmediato gigantesco Roble comenzó a revitalizarse, sus desquebrajadas ramas tomaron un nuevo vigor llenándose de verdes hojas, robusteciéndose éstas en espesa floresta mientras sangre nueva llenó prontamente su tronco que antes pareciese un agrietado pilar. Concluido el hechizo Isabella habló exigente:

- Ahora he cumplido. Consuma lo acordado.

El árbol enardecido de alegría sacó de entre sus ramas una pequeña, redonda y brillante esfera, la hizo descender hasta las manos de la hechicera y con voz emocionada habló así:

- He aquí que te entrego mi fuerza, casi espíritu de mi naturaleza. Si acaso al entregártela he de perder un poco algo de mí mismo, no me importa. Con la luz, el calor y el agua, por bien de vida, te he de estar agradecido siempre.

La hechicera tomó en sus manos la esfera radiante y la guardó entre sus ropas, inclinose ante el árbol y siguió su camino.

EL RECUERDO

Y de nuevo andando por aquél sendero, la joven hechicera comenzó a recordar el tiempo en que hubiese sido confinada a vivir en tan terrible mundo donde el peor castigo era encontrarse imposibilitada para amar, y ser amada. Años atrás, siendo el día de sus quince años fue llevada ante el consejo de los grandes brujos para obtener el reconocimiento como hechicera dado que, ella misma, hacía alarde de encontrarse dotada de extraordinarios poderes capaces de todo.

Para ser reconocida por los grandes como una hechicera auténtica, éstos le pidieron una muestra de sus presuntas dotes. Así fue como Isabella explicó en que consistiría su acto: Sanar a todos los pueblos del peor mal que los hubiese atacado; El odio.
Y aceptada la propuesta, acompañada de todos los miembros del consejo fue conducida hasta una sala de alto techo y grandes ventanales tapizados de rombos y círculos cuyos colores plateados, azules y negros conjugaban los matices de la magia.

Levantó sus manos que se miraban palma a palma e hizo brotar de ellas un fuego tan resplandeciente como el sol, su mirada niña hizo a ese poderoso infierno elevarse hasta muy cerca de la cumbre de aquél alto techo, de repente, con voz segura y fuerte gritó, una y otra vez: - Arde odio en el fuego de este amor, arde y muere en cada espíritu vivo donde opacas la luz –

A su voz aquél fuego fruto de su presunción y soberbia a través de sus manos se rebeló y fuera de todo control escapó por las ventanas y la cúpula de aquél salón; arrasando pueblos enteros, gente inocente y todo lo vivo y lo inerte en una infernal tormenta de muerte y destrucción; Auténtico odio infinito y poderoso.

Los grandes brujos al ver tan horrible consecuencia decidieron darle a Isabella una condena que la joven jamás esperase: Vivir en un campo de perpetua oscuridad, ruinas y muerte, incapacitada para amar y ser amada más sin embargo no fue privada de su poder como hechicera aunque éste estuviese condicionado a serle útil solo en aquel negro mundo.

RUMBO AL CASTILLO

Aquél terrible recuerdo se apoderó de Isabella que visiblemente agitada y temerosa ante las imágenes de antaño, se percató estar llegando a su morada.

En lo alto de una torre la observaba él que era su único amigo y fiel compañero. Magisto, un búho que desde el preciso momento de ser condenada hubiese estado a su lado compartiendo la desventura de la joven sin poder expresarle con palabras el sentimiento de amistad que por ella albergaba.

Magisto abrió sus alas y se lanzó en vuelo hasta llegar al hombro de Isabella que al notarlo le expresó con profunda emoción:

- Por fin amigo Magisto, he aquí el último ingrediente para nuestra libertad. La fuerza de un Roble rodeado de luz.

El ave la miró con confusión. Entraron a aquél pequeño castillo de elevadas torres siempre envuelto en la brisa fría del viento, rodeado por una suave neblina.

Isabella continuó hablando a Magisto, mientras subían por una escalera ancha, vieja.

- En mi corazón hay amargura y culpa. Ahora que tengo todo para salir de este calabozo, mírame, no puedo discernir un motivo auténtico entre mi angustia y mi arrepentimiento. No sé si deseo reparar mi falta o vengarme de todos aquellos que me han confinado a este encierro.

Y mientras tanto, en la tierra donde hubiese ocurrido la desgracia, en una casa grande, bañada con la luz de la luna, una mujer, bruja, miraba en el remanso de un arrollo a la hechicera. Es Aniuska, la madre de Isabella. Con nostalgia habló así:

- Ahí tan sola, tan despierta. Como quisiera llevar consuelo a tu corazón, un poco de esperanza, un poco de amor. Y es que no hay podido cegar en mi este deseo incontenible de amarte hija; aunque tú a mí no puedas darme, ni por caridad tu afecto.

Mientras tanto Isabella en lo alto de la torre acompañada de su amigo Magisto, mirando el horizonte ennegrecido, reflexionó:

- En este valle oscuro solo hay destrucción. Apenas un brillo grisáceo parece apiadarse de nosotros como queriendo, misericordioso, mostrarnos alguna tenue división entre la noche y el día. Aquí vivo, confinada a mi propio error, no puedo conformarme, no puedo.

Tengo que irme, ahora mismo si es posible, debo ser precisa y acudir con prontitud a mi encuentro con esa añorada puerta a la libertad. ¡Vamos Magisto!, No perdamos tiempo.

Segunda Parte
LA HUIDA

Presurosa llegó Isabella hasta un cuarto pequeño, sin ventanas, lleno de estantes con libros y retratos, apenas unos cuantos recuerdos esbozados en aquellos adornos. Dos enormes mesas llenas de curiosos y diversos objetos, un par de sillas y una pila de vetustos manuscritos donde Magisto reposaba observando los movimientos de la joven hechicera.

- Magisto, trae a mí aquella vieja y apolillada cuchara, también ese trasto de barro. Yo iré reuniendo poco a poco los componentes de nuestro hechizo.

El Búho comenzó a volar por la habitación en busca de los objetos requeridos, los tomaba con sus garras y los llevaba hasta la mesa, mientras, Isabella, cuidadosa y se podría decir que con notable nerviosismo, colocaba uno a uno diversos y extraños objetos cerca del trasto.

Una vez todos los elementos reunidos, Isabella se acercó a los libros y tomó uno. Era un tomo forrado en terciopelo azul, notablemente maltratado por el tiempo, sus páginas aunque limpias, humedecidas por el encierro. La hechicera lo abrió, buscó alguna página en especial, de un soplo quitó el polvo y sonrió.

- Aquí está...

Era el método para crear una puerta hacia la libertad. Para salir de aquel terrorífico encierro debía seguir paso a paso las indicaciones de aquél libro y así, comenzó el embrujo.

- Un pétalo azul para el claro cielo de la mañana, una pizca de espuma para las nubes, cinco gotas de sangre para el fuego del sol, un par de alas de murciélago para el movimiento, una pluma de búho para la sabiduría, dos pizcas de verdad para el renacer de la conciencia, cuatro cucharadas de valor para enfrentar la realidad y, la fuerza de un roble para el triunfo de la fuerza la existencia.

¡Indulto a aquella que en el dolor suplica!, ábranse ante mí las puertas de este encierro -

Y de aquellas paredes que rodeaban la figura de Isabella, lentamente, en un instante sublime y profundo, comenzó a descender un manto caleidoscópico de resplandores multicolor, una paz infinita se apoderó del corazón emocionado y nervioso de la hechicera que al elevar la vista fue testigo de la repentina aparición de una estrella de luz que cegando toda penumbra invadió la habitación con un potente albor.

Enseguida, Magisto e Isabella desparecieron de aquella habitación que había sido testigo del tiempo inmisericorde de ambos amigos.

... Parecíase que las tinieblas hubiesen desaparecido del mundo. Ahí yacía Isabella, en el inmenso prado, sobre la hierba fresca, con el rostro mirando la luz infinita del sol. En el mismo campo donde hubiese jugado de niña, donde hubiese creído poder perseguir con igual agilidad al ciervo o a la liebre, ahí mismo donde ansiosa buscara los brazos maternos para descansar. Ahora, en ese mismo valle, estaba de nuevo en libertad.

Abrió sus ojos lentamente, con temor... Cuando un rayo de luz fulminante los invadió su gesto no se discernió entre desagrado y un vuelco de felicidad, así, sin mirar, cerrados pero en conciencia del calor del astro rey, comenzaron a llorar. Sus manos, tocaban la hierba empapándose de su esencia, poco a poco se levantó, estaba de nuevo en casa:

- ¡He vuelto!, Estoy en mi hogar, ¡He vuelto, he vuelto!

La primera imagen: Una cortina de árboles que a lo lejos rodeaban aquél valle. El primer pensamiento: Magisto. ¿Dónde estás?, ¿Acaso has emprendido este vuelo a mi lado?.

Aturdido caminaba Magisto por la hierba, aún desacostumbrado a la luz trataba de detenerse con sus alas, como embriagado de emoción.

- ¡Aquí estás pequeño amigo!, Es tan solo que te hayas aturdido por tan brutal regreso. Te tomo en brazos, mi Magisto, mi siempre hermano, mi siempre amigo. Vamos, estoy ansiosa por volver a casa.

Mientras Isabella y Magisto caminaban por el valle rodeado de árboles, en otro sitio, lejano, se hallaba el Brujo entre los Brujos, el gran Massiel. Caminando lento pero seguro hacia la sala donde todos los maestros del arte del hechizo se encontraban reunidos.

Al entrar a aquella sala, todos los demás notaron cierta preocupación en él. Uno de los miembros preguntó:

- ¿Qué ha ocurrido para que convoques con tanta premura al consejo?

Massiel, frunciendo el entrecejo, respondió con voz grave:

- Se ha hecho la luz en el valle del silencio, aquél en que aciago día condenáramos a vivir por siempre, la soberbia y la inequidad de aquella que pretendiendo alzarse por sobre los arcanos de la magia nos ofendiera con su falso conocimiento rompiendo el sabio equilibrio entre el bien y el mal. Como si el amor pudiera alzarse por sobre la naturaleza de las cosas.

Los miembros del consejo murmuraban entre sí, sin atreverse a alzar la vista y en voz alta, exigir de Massiel una explicación más amplia de tan sorprendente como inexplicable suceso.

Acallando el estupor de los ancianos, Massiel, con relativa calma, procedió a describir lo que los seres de la noche le hubiesen acudido a contar.

- Han venido a mi presencia los espíritus moradores de lo más profundo de la oscuridad del valle del castigo para manifestarme su sorpresa y desconcierto ante un hecho que solo nosotros, el consejo, somos capaz de interpretar. Con voces entrecortadas y hablando todos al mismo tiempo, han descrito el cómo, a mitad de la noche, un refulgente rayo de luz iluminó todo el valle, acompañado de dulcísimas melodías que jamás habéis visto y escuchado. Un juego de luces multicolores dio vida al bosque prolongándose hasta el amanecer. Todas las criaturas vivientes atrapadas por tan singular fenómeno, parecieran renacer al compás de la música. El verde de los árboles resplandecía a la par que los ojos de las pequeñas bestias expresaban una alegría jamás sentida.

Tal regocijo expresado por la naturaleza no podía tener más explicación que el rompimiento de aquel añejo hechizo que condenara a Isabella a la oscuridad y el desamor. El paso de las opresivas cadenas a la dimensión de la libertad.

Así fue entendido de inmediato por todos los miembros del consejo rompiéndose en mil pedazos el ambiente de sorpresa y estupor que reinara entre ellos, minutos antes del relato que les hiciera participes Massiel.

Abadeo, el más joven y menos experimentado de aquel ilustre cónclave, con extrañeza, cuestionó lo que para la mayoría constituía un hecho consumado; la libertad de Isabella.

- Ilustre Massiel, ¿es que acaso el castigo por el consejo impuesto, era factible revertirlo?

- Nada de lo que somos capaces – responde Massiel – es eterno ni inamovible. Las cosas con el tiempo suelen cambiar operando profundas trasformaciones en seres vivientes y las cosas que les rodean.

Cuantimás en personas dotadas tanto de inteligencia como de una profunda capacidad de discernimiento que les lleve de la reflexión a la comprensión de su error, arrepintiéndose de aquellos actos que motivaran castigos tan ejemplares, como los que en su oportunidad aplicamos a Isabella por su inmodestia y salaz soberbia. El mal que ella causara en la tranquila existencia de miles de humildes comarcanos, al paso del tiempo, ha sido olvidado por éstos y, de eso estoy convencido, no en la profundidad del alma inquieta de quien fuera condenada al desamor, llevándole al arrepentimiento.

La capacidad de arrepentirse, expresión sublime de la humildad, seguramente puso en su justo sitio, la aspiración soberbia en que ella incurriera pretendiendo modificar la razón de ser de la existencia.

No puede existir el bien sin el mal, como tampoco es dable inundar de amor a aquellos recónditos rincones del alma humana en que anida el odio. A la humildad debemos el camino de la luz encontrado, a que nuestros mensajeros, hacen referencia. Nuestro castigo sin duda llegó a su fin, no por voluntad de este consejo, sino por los anhelos libertarios de una joven hechicera que ha encontrado su propio camino.

Corresponde a este consejo dar por concluido el castigo o, ratificarlo con mayor severidad y premura.

Entonces, por unos minutos reinó el silencio. De repente la voz de un anciano brujo se elevó:

- Grave es la decisión que ha de tomarse. Aún a pesar de que ese estado de humildad y sincero arrepentimiento ha brotado del que fue corazón soberbio y orgulloso yo, considero que antes de haber dado fin al castigo por nosotros impuesto, Isabella debió mostrarse ante nosotros con ese espíritu renovado. En nosotros que condenamos estaba el poder de indulto que ella deseaba.

Otro anciano opinó:

- Si acaso es verdad que está arrepentida, también es verdad que las palabras del compañero son verdaderas. Isabella a osado pasar por encima de nuestras decisiones para liberarse a sí misma de un encierro al que fue confinada por nosotros. Esto a mi juicio, representa que su arrepentimiento y humildad pudiesen estar manchados con una soberbia renovada.

Y Massiel, agregó:

- Creo que Isabella, después de tanto años sumergida en aquel abismo, en la desesperación y angustia de alcanzar la libertad impuso su propia lógica a nuestra autoridad. Quizá sea que la humildad haya sido instrumento para lograr el éxito del hechizo libertario y no sea un impulso auténtico de su corazón.

El joven Abadeo escuchaba las opiniones de todos los miembros del consejo, reflexionando la situación, pidió la palabra:

- No me es completamente cristalina esta discusión pero creo que, si ha incurrido en una nueva falta, también ha hecho notables dos sentimientos en ella: El primero es que su deseo de libertad puede estar impulsado por la culpa y la ansiedad de reparar su daño y, el segundo, pudiese ser creer demasiado cruento su castigo y buscar venganza. Quizá se halle confundida y navegante entre la culpa y el rencor.

Massiel respondió a las palabras del joven brujo:

- Tus palabras son razonadas pero tu falta de experiencia te hace divagar en demasía. Estoy seguro que el hechizo que utilizó, sea cual sea, no hubiese funcionado con tales dimensiones de no haber en ella un arrepentimiento verdadero y, si acaso actuó por encima de nuestra autoridad algo de rencor debe haber para con nosotros, al fin, culpables de su condena.

Abadeo defendió su postura y dijo con voz serena pero firme:

- Creo, gran Massiel, que esta discusión que ahora nos turba debe encontrar un punto focal, ¿Decidir castigar esa osadía de pasar por encima de nuestra autoridad o limitarnos a la acción que sigue al sincero arrepentimiento?. Mi postura es clara: en ella, ¿hay arrepentimiento o rencor?.

Los demás miembros del consejo comenzaron a murmurar mientras Massiel observaba fijamente al joven Abadeo. El gran Brujo reflexionaba cuando otro de los ahí reunidos, con voz ronca y misteriosa habló repentinamente:

- Sabio y buen Massiel, ¿Acaso no ha sido dado a este consejo, por sobre todos aquellos hechiceros, el poder de decidir sobre todo lo bueno o lo malo que de sus actos brote?. ¿Acaso es posible pasar por alto tan brutal actitud de desafío para con nosotros?.

Por sobre todo lo que pudiese discutirse aquí, creo y estoy convencido de ello, que lo primero que merece nuestra atención es esa nueva y renovada acción de soberbia que llevó a Isabella a creer poder romper esa condena sin haber mostrado ante sus justicieros, el arrepentimiento que suponemos.

Este acto ha brotado de la misma soberbia que la llevó a aquél antaño acto de destrucción, ha burlado nuestra autoridad, se ha reído de nosotros, nos ha omitido. No es posible pasarlo por alto.


Massiel escuchó atento las palabras del anciano, de nombre Lucaro. El joven Abadeo, evidentemente molesto, respondió sin pedir la palabra:

- ¿Vos habláis de soberbia cuando antepones en este consejo la soberbia que da el conocimiento y los dones que se nos tienen otorgados y que debiéramos ejercer con toda humildad?. Si esa pequeña criatura pecó de soberbia por pretender tener el caudal de conocimientos que aún no le era dado, nosotros, que asumimos ser dueños de la verdad por sobre todas las cosas, deberíamos obrar en consecuencia, aceptando las debilidades en el dominio imperfecto de las más altas virtudes de la ciencia. Yo me pregunto, ¿Quién es soberbio entonces?

Nuevamente los convocados susurraban con las cabezas agachadas, Massiel continuaba en reflexión escuchándolos hablar. Un nuevo miembro de nombre Zael habló así:

- No confundamos. Este consejo ha sido dotado de sabios conocimientos y ha sido elegido para ir siempre por encima de todo acto. No podéis acusar de soberbio al consejo. Todos estamos de acuerdo en ser máxima autoridad. La autoridad que nos pone por encima de las criaturas no niega nuestra obligación de comprenderlos. De aceptarlos tal cual son, con todas sus debilidades.

Y Lucaro reiteró:

- Estáis de acuerdo conmigo que es deber de este consejo dar, por segunda vez, un castigo ejemplar a quien ha osado pasar por encima de nuestra autoridad.

Y Abadeo que escuchaba estremeciéndose ante aquellas palabras, dijo entonces con voz ciertamente confundida:

- Con tristeza escucho lo que decís, me hallo confundido pero aún en mi confusión puedo ver que si este consejo posee tan elevada sabiduría, debe caber en él, prudencia y comprensión para quienes la tienen en menos.

Hago una nueva reflexión. ¿Acaso pudo caber en Isabella, miedo de que al mostrar el arrepentimiento este consejo la tratara tan severamente como en el pasado?, ¿Pudo ser ésta la causa de actuar sin el justo reconocimiento de este consejo?

Mientras tanto...

Isabella y Magisto comenzaban a entrar en la comarca. Las pequeñas casas permanecían aún como las recordaba la joven hechicera. Enfiladas en derredor del cristalino arroyo. El sol acariciaba paternal las cúpulas arboladas de manzanos y gigantes olmos. La joven se dirigía a su hogar, siempre presente en su memoria.

Dijo Isabella:

- Mi casa está cerca, muy cerca. Allá, en lo alto de aquella colina se halla se elevada la línea de humo que brota del fuego de la chimenea. Mi madre, que pasaba largas horas junto al hogar, debe estar ahora mismo ahí, ansío abrazarla... estamos prontos a llegar.

Magisto movió sus alas y recostó su cabeza en el regazo de su amiga.

Mientras caminaba por en medio de las casas, Isabella pensó repentinamente en aquellos sabios que años atrás le hubiesen obligado a vivir en el recién dejado valle de la oscuridad.

- ¡El consejo!, Vaya que con este inmenso sentimiento de alegría que embarga mi ser entero he olvidado a aquellos nobles hombres. ¿Es que acaso estarán de acuerdo en mi regreso?.

En torno a esta idea revolotearon en su mente miles de pensamientos oscuros que la alegría que a su corazón embargaba por el retorno a la luz, no lograban opacar. Cabizbaja continuó su camino.

El consejo continuó en aquella discusión. Una nueva voz entre los grandes brujos se elevó intentando mediar:

- Aceptando sin conceder que Isabella actuó de modo propio sin consultar a este consejo o a cualesquiera de sus miembros, tomando tan trascendente decisión provocada quizá por rescoldos de aquella soberbia que le perdió, juzgo conveniente que anteponiendo a toda decisión precipitada de imposición de nuevos y más terribles castigos, sea llamada a cuenta para escuchar de sus labios la motivación que le impulsara.

De lo que ella exprese y asomándonos nosotros a las profundidades de su alma, sabremos a ciencia cierta si del arrepentimiento brotó la luz liberadora o si el odio, el rencor y el deseo de venganza multiplicaron sus poderes a tal grado de trocar nuestra condena por la libertad.

Entonces el consejo enteró enmudeció y el estado de reflexión se apoderó de todos los integrantes. Massiel levantó su mirada y recorrió con sus ojos los rostros de todos aquellos que hubiese convocado.

Así habló Massiel:

- He escuchado a todos aquellos de ustedes que han dado a luz juicio y opinión a este caso. Creo que es prudente y propio de este consejo, mandar llamar a la joven hechicera Isabella.

Y se convocó a votación:

Todos los brujos estuvieron de acuerdo excepto Lucaro. Isabella sería llamada ante el consejo de los grandes Brujos para exponer las razones que la motivaran a romper las cadenas puestas por ellos. Terminada aquella sesión del consejo de los grandes Brujos, los ancianos y el joven Abadeo comenzaron a retirarse dejando sola la sala donde, años antes hubiese tenido lugar la condena de Isabella y que ahora, sería el mismo recinto a donde sería llamada.

Tercera Parte
REENCUENTRO

Finalizaba ya el camino de Isabella hacía su hogar en lo alto de aquella colina que parecía cercana al sol.

- Magisto, unos pasos más y a mis ojos estarán esos hermosos tejados que coronan mi hogar, de maderos limpios donde caen las hojas de los árboles arrastradas por el viento y que provienen de esos olmos y de esos manzanos que hemos visto en el sendero.

Magisto, entonces, salió del letargo y levantó su cabeza para encontrarse con que, a unos pasos más, la casa de Isabella se encontraba frente a ellos. En un instante el deseo fue verdad. Los pies de la joven hechicera se hallaban en un pequeña banqueta bordeada de flores blancas y rojas que conducía a la puerta, solo restaba cruzarla.

- ¡Madre!... ¡Estoy en casa, he vuelto!, ¡Madre!... ¡Estoy en casa!

Gritó Isabella corriendo hacía la puerta que hallábase cerrada y que se abrió intempestivamente al gritó de la muchacha. En el corazón de Isabella estallaba entonces un volcán de ansiedad, alegría, deseo y arrebatada felicidad que esperaba tan solo abrazar la figura materna, mirar los ojos de aquella que hubiese padecido la ausencia de su pequeña hija.

Al encuentro de Isabella apareció de pronto la figura serena de una mujer cuyos ojos no pudieron ocultar su llanto. Era Aniuska que permanecía inmóvil mirando correr a Isabella hacía ella.

Fundirse en un abrazo que conjugó tiempo y espacio, el todo y la nada, la vida y la muerte, el sentimiento y la razón. Apenas el contacto entre ambas fue como fundir los latidos de sus dos seres. Necesitándose, embriagándose de regocijo y exaltación. Aniuska acarició los cabellos oscuros de Isabella que de repente encontró sus ojos color de olivo con la mirada caoba de su madre.

- Hija, amada hija mía... ¿Es esto un sueño verdad?, ¿Ha sido mi dolor el que me hace mirarte, aquí frente a mí?, ¿Es mi angustia la que me permite abrazarte?...

Isabella llenó sus ojos de lágrimas y respondió:

- Madre, no es un sueño, es el despertar de la noche, el sol que reina hoy y que cobija todo lo que alguna vez fue terrible penumbra. El silencio se ha quedado atrás, estoy aquí, siénteme, abrázame, mírame... soy yo, Isabella, tu hija que con desesperada ansiedad deseaba sentirte otra vez cerca.

- Pero, ¿Es posible?, Isabella, ¿Es posible que todo aquello que para mí fue una espantosa pesadilla y para ti un cruento infierno, haya terminado?

- Si madre, la condena se ha truncado, he escapado de ese mi merecido castigo, miserable destino, he vuelto a la luz.

- Entremos Isabella. El sol está por ocultarse.

- Si madre.

Entraron en la pequeña casa. Magisto, testigo mudo de aquel encuentro, discretamente se acomodó en la rama de un enorme manzano esperando ser llamado con oportunidad por su amiga.

Ambas mujeres se sentaron al calor de la chimenea y comenzaron a hablar. Isabella tomaba las manos de su madre como queriendo no separarse se ellas. Así habló Aniuska:

- Hija, es tan grande esta felicidad que embarga todo lo que soy, nada puede comparar mi emoción, el sentimiento de infinito amor que albergo y que jamás dejó de ser tuyo. A pesar de que corrió por toda la comarca una nube gris que impedía mantener vivo tu recuerdo yo, no pude, jamás, desprenderme de este profundo amor por ti. No pudieron cegarlo, nada jamás, lo truncó.

- Yo quisiera madre decirte tantas cosas. Por largos años que parecieron ser una eternidad cruenta yo me creí privada de toda posibilidad de ser acariciada por la piedad de alguien. Tú, mi madre, que jamás abandonaste mis pensamientos, siempre me amaste, tanto o más que lo que yo en mi oscuridad pudiese imaginarme. Algo mantuvo vivo en mí esa esperanza de reencontrar luz, la luz del amor, la luz de la vida.

- Debes hablarme hija con la verdad. Aquella condena en ese espantoso valle que solo tú puedes describir. Libera tu corazón y tus pensamientos de todo recuerdo amargo.

- Madre... es tanto...

E Isabella comenzó a relatar, cobijada por el calor de hogar y por la ternura materna todo aquello que viviese en su encierro:

- Una vez que aquellos nobles hombres del consejo dispusieron mi partida, entre un furioso viento y un despiadado trueno llegué, no sé como, al paraíso de la muerte, la penumbra, la destrucción, el silencio y el desamor.

Apenas mis ojos eran capaces de distinguir los caminos de los espesos arbustos, de los árboles espinosos, en agonía que bordeaban los senderos.
Esos primeros días tan solo lloraba angustiosa, incapaz de sentir una miga de culpa, un esbozo de arrepentimiento. Entre la impotencia, la confusión y ese abismal sentimiento de odio contra mi misma solo podía hundirme en un llanto interminable. Fue quizá un impulso de sobrevivencia el que me permitió continuar mi existencia, algo me decía que no debía sucumbir. Más allá de aceptar tan horrible castigo, algo en mí se hallaba pidiéndome no decaer, continuar adelante.

Mi buen amigo Magisto se hallaba ya dispuesto a estar conmigo, a consta de lo que fuese, siempre, con su vuelo me indicaba por donde seguir, sus ojos acostumbrados a la oscuridad eran única guía, y su ronco sonido era única armonía a mis oídos. Fue siempre amigo, cómplice, guía, confidente, fiel y servicial.

Me fue permitido levantar en una colina rodeada de neblina y fría brisa, un pequeño castillo donde morar, en mi equipaje había cargado con mis libros y algunos objetos.

Jamás hubo resplandor alguno. El único esbozo de luz fue quizá un piadoso manto grisáceo que envolvió por momentos el horizonte, quizá era la fuerza que discernía entre la noche y el día. Quizá.

El lenguaje de las criaturas en ese valle me era extraño. Los sonidos chillantes de las aves ennegrecidas y de violento aleteo me era tan aterrante. Desconocía la profundidad de las ramas de las plantas, espinosas, espesas y caídas en agonía, además, el lenguaje silencioso de aquellos que moraban estáticos en el valle, me era incomprensible. Con el paso del tiempo, recorrí largamente todos los senderos, aprendí lentamente a escucharlo y entenderlo todo, me hice parte de la oscuridad misma. Magisto y yo estábamos privados de todo entendimiento pero, fue esa inaudita fuerza de voluntad la que nos llevó a aceptar el entorno, y el entorno, nos aceptó a nosotros.

No sé cuanto tiempo ha pasado. Lo que sé es que hace poco tiempo descubrí un secreto. El secreto de un viejo y angustiado Roble. En él radicaba una fuerza especial, el último elemento libertario. A cambio de un poco de la piedad que me inspiraran sus resquebrajadas ramas y la agonía de sus raíces, aceptó, por piedad de ambos, otorgarme esa fuerza.

Aniuska respondió así al relato:

- Isabella, que tan horrible es todo lo que me cuentas que me ha estremecido el alma cada una de tus palabras. Siento haber recorrido contigo, en mi dolor, todos los senderos de ese valle inmisericorde.

Te digo hija, han pasado diez años desde que marchaste.

- ¡Diez años!, me han parecido muchos más.
- Si hija, diez años desde aquella partida que no quise presenciar, que no soporte siquiera pronunciar con el tiempo.
- Madre mía, cuán grande debió ser tu dolor,
- Hija, ahora debo saber el motivo. Más allá del sufrimiento que me has relatado, ¿Cuál ha sido el impulso que te ha llevado a romper esa condena impuesta por los grandes brujos del consejo?

- La culpa madre, ha sido la culpa y una mezcla de sentimientos que no he podido esclarecer en mis pensamientos. En mi corazón siento profundo arrepentimiento, en mi mente, abismal furia por mi suerte. Es una necesidad implacable la que inunda mi alma de querer precipitar vida sobre la muerte que derramé, es algo tan difícil de explicar. Quisiera poder decir que aquella niña soberbia y orgullosa que habitaba en mi ha muerto, pero la añoranza de esos días a veces embarga mi existencia, a veces siento repudio por mi misma. Créeme madre. Estoy tan arrepentida de todo lo que mi actitud me llevó a cometer.

Así también siento que algo en mí grita, desesperadamente, infernal temor por que esa soberbia y maldad, renazca en mi

Aniuska la miró con ternura:

- Creo entender tus palabras. Ahora, debes descansar. Prepararé también un lugar para Magisto que debe hallarse en espera de tu llamado. Vamos hija, hay alimento caliente, debes estar muy hambrienta.

Isabella salió para llamar a Magisto que se lanzó al vuelo hacia su amiga, entraron juntos a la casa. Comieron y en el cobijo de la noche, descansaron, una pequeña vela encendida los acompañó en su sueño.

Pasaron dos días. Isabella comenzaba a rehacer su vida. Ya con conciencia de ser una joven no de quince años, sino de veinticinco. Se encargaba del agua del pozo, de la comida caliente y el arreglo de la casa. Iba y venía al lado de su madre y su Búho por toda la comarca. Nadie reconocía en ella a la chiquilla condenada por el consejo. Algunos comarcanos la tomaban por una visita a Aniuska, otros por una nueva sirviente de la casa de la bruja.

Una mañana, estando Isabella en lo alto de la casa, asomada en su ventana, llegó hasta ella un cuervo, de brillante pelaje y pico achatado. Era Voku, el cuervo mensajero del consejo de brujos. Llevaba para ella un mensaje y así, habó Voku:

- Joven hechicera, he venido hasta ti por orden del consejo que te reclama. Importantes asuntos respecto a tu persona debes tratar con los venerables elegidos.

Y sin dar tiempo a pregunta alguna el cuervo emprendió el vuelo dejando a Isabella sumida en un profundo estupor.

Cuarta Parte
ENTRE EL ARREPENTIMIENTO Y LA VENGANZA


Testigos mudos de esa angustia que se hubiera despertado en el corazón de Isabella eran la suave caída de la noche y el fiel Magisto que se hallaba cerca de ella en iluminada habitación. Mirando a través de la ventana por la que una vista hermosa y amplia llenaba los ojos de la joven, un vuelco de reflexión se apoderó de ella.

- Reclaman mi presencia los grandes brujos del consejo. ¿Me esperará una nueva sentencia por mi regreso a la libertad?, ¿Comprenderán y aceptarán esta constricción que me oprime el ser ó habrá en ellos la duda?.

Tengo miedo, un profundo y oscuro miedo. Tan solo pensar que a mi presencia pudiesen percibir esos escombros de rencor y venganza que la luz va borrando poco a poco.

Ellos, en su ciencia infinita quizá advertirán que algo en mí ha cambiado. Aún consta un poco de lo que fui y que jamás volveré a ser. Los recuerdos... Esa inocencia pueril que me hacia desear todo, conocerlo todo, saberlo todo, cuestionarlo todo... aquellos primeros hechizos y las noches que a la luz del viejo candelabro pase entre mis libros, recorriendo el tiempo pasado, el momento presente, lo poco que alcancé a mirar de un incierto futuro.

Próxima está la hora de presentarme y quedar frente a las miradas justicieras de los grandes maestros. El encuentro, en aquella misma sala rodeada por las mismas paredes que fueron testigo de mi amarga sentencia. Ahí, donde alguna vez engreída y soberbia causé tanto daño y dolor.

Y así paso la noche para Isabella. Siendo ya casi el amanecer buscó a su madre. Avanzó hacia la habitación de Aniuska y la encontró despierta, mirando el majestuoso manto de color que se desplegaba por los cielos.

- Ya te esperaba amada Isabella.
- Madre, se acerca el momento de acudir ante ellos. Me infunde temor iniciar el sendero, recorrerlo hasta encontrar de frente ese enorme recinto. Me han llamado Madre.

Necesito tu fuerza, preciso que tu amor me acompañe en este vía. Dime Madre que no me dejarás sola en tus pensamientos.

Y Aniuska respondió a la suplica de Isabella mirándola con profunda ternura.

- Es tu deber acudir al encuentro de los nobles maestros que te mandan llamar. Mi felicidad estará completa cuando te sepa libre de toda culpa y absuelta de todo error. Tu libertad será plena cuando por fin sea reconocido tu suplicio y aceptado tu remordimiento.

Mi amor jamás te abandonará. Ha soportado tu ausencia sabiéndote moradora del valle del dolor y el silencio. Ni siquiera aquella orden pudo evitar que latiese, aún con más fuerza.

Cualquiera que sea tu camino mi pensamiento estará contigo, te abrazará fuerte, firme... nada podría ocurrir que me obligase a no estar contigo.

Anda pues y emprende tu camino.

Isabella abrazó fuerte a su Madre y así salió de casa para ponerse en camino hacia el recinto del consejo.

El sendero era largo, atravesaba toda la comarca que ya se hallaba ceñida por el tenue resplandor de la mañana. Liebres y ciervos comenzaban a salir, el panadero abría sus puertas y dejaba escapar el aroma cálido y fresco de la panadería. Las mujeres se preparaban para acudir al arroyo en busca de aguas mañaneras, cristalinas, frescas.

Magisto volaba tras su miga que caminaba cabizbaja y nerviosa. A su felicidad le quedaba aún rescoldos de amargura... el miedo comenzaba a acrecentarse.

- Temo que ese ínfimo tizón de encono aflore en mí cuando esté frente al consejo. Temo tanto que puedan percibir aquél estado de confusión que me envolvió durante los últimos instantes de mi condena.

¡Debo llenar mi alma de alegría!, sólo así podré enfrentarme a ellos.

Y la joven se echó a correr velozmente a lo largo del sendero. Sus brazos de agitaban como intentando un vuelto terrenal interminable. El viento golpeó su rostro y jugó con sus cabellos.

Magisto voló tras ella tan rápido como pudo, revoloteaba entre los árboles y en derredor de su amiga, a veces más alto que las copas de los árboles, a veces casi rozando los hombros de la hechicera.

Ambos siguieron corriendo, gritando, jugando. Isabella cantaba, agitaba efusiva los brazos, llenaba su mente de los recuerdos de infancia donde ella y otros pequeños iban tras los cervatillos del campo, las imágenes de esa época lejana parecieron revivir por un instante y así... Búho y hechicera se acercaban poco a poco al recinto del consejo.

De repente se detuvieron.

Isabella dijo casi susurrante:

- Mira Magisto. Allá, detrás de la cortina de árboles se halla la morada de los grandes brujos. Un manto de color blanquiazul se esparce por los techos de las altas torres, la luz del sol comienza a iluminar los cristales y, la hierba, llena de brisa mañanera brilla con los primeros esbozos de luz..

Avanzaron Isabella y Magisto por entre la cortina arbolada hasta que quedaron en una escabel de mármol platinado que conducía a la entrada. Una enorme puerta de madera tallada delicadamente donde se hallaba un fastuoso grabado:

Isabella miró por un instante el grabado que se presentaba a sus ojos y con voz temblorosa dijo a su amigo Magisto:

- “Justicia y Dignidad”... Amigo, ¿Acaso algo en mí me pide retroceder?, ¿Acaso otra voz me indica anunciar mi llegada?

Magisto comenzó a volar en torno a la puerta, quizá como indicando a su amiga que era deber inmediato tocarla para ser recibida y cumplir con la solicitud del consejo de grandes brujos.

Isabella tomó entonces la firme decisión, avanzó, tocó la puerta.

Lentamente comenzó a abrirse aquella entrada. Salió al encuentro de la joven la figura de un hombre vestido de capa oscura que le indicó entrar a la fortaleza. Magisto hizo lo mismo siempre detrás de su amiga.

Y de repente el ave dijo:

- Estar en este sitio hace que se agolpen muchos recuerdos en mi memoria.

Isabella se estremeció:

- Pero Magisto... ¡Es que has hablado!, ¡¿reconoces este sitio?!
- Si amiga. Comprendo tu estupor, la mía es una larga historia que en su momento habrás de conocer ya que no me es dable descubrir mi alma ante ti sin antes enfrentar con tu verdad a los sabios del consejo. Toca a ellos y no a mí, el dar razón de mi misión. Solo puedo anticiparte que el sentimiento de amistad para contigo fue siempre leal y sincero y que tu amistad, influyó lo suficiente en mí, como para estar a tu lado en este trance tan difícil.

Del estupor y la sorpresa, Isabella se sumió en un profundo silencio preguntándose que tan terrible secreto guardaba la presencia de Magisto en el valle del silencio.

El guardián los guiaba por una escalera. A los lados eran visibles los inicios de largos pasadizos donde hermosas obras maestras llenaban las paredes. Altos y vastos estantes de libros se hallaban por todos lados.

Llegaron así hasta el final de la escalinata. Siguieron caminando por un corredor iluminado donde, al final, se hallaba la puerta de donde hubiesen salido Isabella y Magisto a cumplir la sentencia.

Ahí, tras esa puerta se hallaba el gran consejo.

Isabella preguntó a Magisto:

- Magisto, ¿no sientes temor de llegar hasta esa puerta?
- Más temor me infunde el momento de salir por ella.

Por fin el guardián dejó al par de amigos frente a frente con la puerta que se abrió lentamente y, una vez estando ésta de par en par, Isabella entró con la cabeza gacha y Magisto, posándose en el suelo, caminando tras ella.

Con ceño austero el gran Massiel al verla entrar le dijo:

- Siéntate (señalándole una banqueta colocada frente a todos los presentes).

Quinta Parte
ANGUSTIAS DE UNA MADRE


Aniuska, de manera distraída arreglaba su jardín mientras miles de pensamientos cruzaban por su mente. Angustiada meditaba en las posibles consecuencias de la confrontación entre su querida hija y los venerables sabios del consejo.

Para sus adentros deseaba con toda el alma que éstos otorgaran el perdón definitivo a Isabella para que ésta regresara a su seno disfrutando de una libertad plena y, por lo consecuente, la necesaria paz que toda joven requiere para construir su felicidad. Pero por otra parte, especulaba en torno a la posibilidad de que los ancianos brujos, ofendidos por la desobediencia, pudieran nuevamente castigarla, perdiendo toda esperanza de volver a ver a su hija y tenerla en sus brazos.

Frente a la reja del jardín, algunos comarcanos enterados ya del regreso de Isabella, se acercaban a preguntarle a la noble Madre de la joven toda clase de noticias sobre el castigo incumplido y el dichoso retorno de la joven hechicera.

La madre, con palabras entrecortadas y presa de la angustia, no sabía que contestarles, desconocido aún, el destino de su primogénita.

Los más atrevidos pobladores, de mayor edad, habiendo vivido en carne propia el error de Isabella, con mala cara y deseando que ésta fuera expulsada para siempre de la comarca, gesticulando y elevando la voz, exigían explicaciones esperando obtener aquellas que satisficieran su más disimulado odio hacia la joven.

Uno de los enojados pobladores lanzó la siguiente advertencia:

- Más le hubiera valido permanecer en su castigo que volver a nuestra tranquila comarca antes dañada por sus actos malévolos. A su regreso nada evitará que el odio de todos los que vivimos aquella tragedia, la alcance sin piedad.

Y Aniuska que se hallaba presa de una angustiante desesperación habló así a todos aquellos que pedían toda clase de esclarecimientos.

- Es verdad que mi hija fue causante del daño que ha sembrado odio en vuestros corazones pero yo evoco a vuestra piedad para acepten que en el corazón de Isabella, después de ese horrible encierro, el arrepentimiento ha florecido.

Los hombres que se hallaban presas de profundo rencor hicieron caso omiso de las palabras de la mujer y sentenciaron:

- Que ella no se acerque a nosotros, iremos al consejo de los sabios, maestros del saber y dueños del magnánimo conocimiento para que regresen a esa malvada y cruenta hechicera a su valle de oscuridad.
Los ojos de Aniuska se llenaron de lágrimas y con voz discontinua respondió:

- Ante el consejo se halla ahora mismo mi hija. Éste la ha mandado llamar y serán solo los nobles ancianos quienes resuelvan su destino. Yo he puesto toda mi esperanza y ciega confianza en la sabiduría de aquellos que alguna vez la condenaran a morar en ese paraíso de muerte y destrucción.

Los comarcanos comenzaron a retirarse lanzando toda clase de improperios contra Isabella y, algunos, creyentes de la complicidad de Aniuska, murmuraban de ella.

Sexta Parte
ENCUENTRO CON LA VERDAD

Las miradas de todos los miembros del consejo se fijaron en la figura de la joven que tímidamente dijo:

- Aquí me tenéis. Dispuesta a enfrentar la verdad ante ustedes.

Massiel, tranquilo respondió:

- Nos hemos enterado, y no por ti, de la violación del castigo que en justicia este consejo te impuso.

Los seres de la oscuridad y me admira que no lo hayas previsto, prestos nos informaron de tu desacato. Considerando que nadie que se preste a ejercer los dones que se nos tienen dados, puede pasar por sobre encima de las decisiones de este honorable consejo, hemos decidido darte la oportunidad de explicar los motivos de tu desobediencia antes, que tomar de manera precipitada, aquellas disposiciones que sin duda habrían de contener mayor severidad en el castigo a tus ofensas.

Después de discutir con amplitud tu caso, este consejo tomó la decisión de convocar para que, de viva voz justifiques ante nosotros el porqué de tu arrebato.

Sentada aquí, frente a quienes sin duda reconoces como autoridad suprema de la ilustración y la ciencia, tienes la palabra, no sin antes advertirte que no solo habremos de escuchar tus palabras, sino que habremos de explorar en lo mas profundo de tu conciencia para saber, de tu verdad, o tus mentiras.

Habiéndole cedido la palabra el noble Massiel, Isabella con voz firme y no sin cierto temor, comenzó su relato.

- Yo... Nobles maestros, fui en verdad con justicia condenada. Moré en aquel paraíso, al principio, llena de rencor y deseo de venganza, incluso, odiándome a mí misma, despreciándome en el andar silencioso por aquellos caminos inundados de penumbra.

Aquellos primeros días, incapaz de perdonarme, de entenderme siquiera... fui mucho menos, diestra a aceptarme en la maldad.

Sufría y creedme que no conforme pues, algo en mí gritaba que un solo impulso salido de la culpa, podía salvarme de ese edén de la destrucción y olvido, del silencio, el abandono, el desamor y la eterna noche. Yo me negué, tanto tiempo a escuchar esa voz, más nunca, en mí dejó de clamar a que me apiadase de mí misma, que llenase mi alma de esperanza y luz.

Segundo a segundo, mi espíritu fue cayendo en profunda agonía, el abismo en mi interior se hacía mas grande, insondable, mortífero.

Yo sentía como si mi propio espíritu, envilecido por la soberbia y el orgullo miserable me tragaran, me llevara a hundirme en un océano de más mezquinas tinieblas.

Y lloraba, lloraba mucho.

Casi indecible vivía en el tormento del dolor, la amargura, la falta de confianza en mí misma. Yo, que antes era luz de infancia, inocencia niña, habíame entregado a la vanidad... y estaba siendo carcomida por mi error y mi derramada desventura.

Ahora lo entiendo.

Yo pretendí, en mi inconciencia, romper el equilibrio eterno entre el bien y el mal, entre el odio y el amor. Soberbia inconciencia la de querer realizar lo que solo es dable en El Creador, pasando incluso, por sobre los sabios consejos de mis maestros y de mi propia madre, ignorando, no solo mis limitaciones sino también, que por encima de la soberbia y el orgullo, está la humildad, que es la única capaz de mitigar el dolor y el odio.

Crasa ignorancia la mía que no solo me perdió, sino que causando enorme dolor en aquellos a los que pretendía redimir, gané su más absoluto desprecio.

Al paso del tiempo, comprendí mi error y comencé a contemplar aquél valle con ojos nuevos, fue un proceso difícil, duro y penoso el de mi trasformación. Yo deseaba dar a aquél valle, no por mí, por todo, la energía radiante de la luz, darle al albor de su tiempo infinita alegría.

Detuve mi deseo. Era de nuevo el mismo anhelo por que antaño me había sido dada la condena.

Pero me hice parte de ese todo que me rodeaba, aún causándome tanto dolor. Abrí el entendimiento a los sonidos enmudecidos, abrí mi corazón, lentamente, al dolor ajeno...

Mi alma que se hallaba presa de terrible confusión no podía discernir entre el inicial rencor y el deseo de ser una mujer nueva. Ajeno a ser portadora de dones maravillosos, humanamente yo sentía crecer en mí, poco a poco, el deseo de reivindicarme sincera y plenamente en la luz.

Descubrí que un pequeño tizón de arrepentimiento estaba creciendo en mi, como se enciende la luz en los amaneceres. Ese pequeño tizón se trasformó en fuego iluminando mi razón, fue entonces que comprendí que en el arrepentimiento está la salvación y el camino a la libertad.

Apoderándose de mí el deseo del retorno, conciente de que mis culpas tendrían que redimirse en presencia de aquellos a los que ofendí. Decidí regresar y enfrentar a este ilustre consejo, al dolor de mi madre y, a la furia de los comarcanos.

Mi desesperación se desquebrajaba en la culpa, mi rencor se arrodillaba ante el deseo de amar y ser amada. El deseo de venganza que hubiese albergado en mí se hacía pequeño ante la posibilidad de sentir el calor del perdón... La libertad cobraba vida liberando primero a mi espíritu de su dolor, después mi ser entero.

Es verdad que actué precipitadamente y humildemente os pido perdón. Aquí, dispuesta a aceptar vuestra voluntad, solo puedo ya deciros que a pesar de esos rescoldos de envilecidos sentimientos, la luz en mí, la siento más fuerte, más viva...

Maestros, os pido piedad para mí, en nombre de ese dolor que hubiese sanado mis heridas y alejado de mí la maldad. Os pido que me comprendáis con el corazón abierto. Os pido que, miréis en mi arrepentimiento una sola verdad.

Y aquella sala, al callar Isabella, se llenó de silencio. La caricia de un rayo de sol que atravesaba la ventana se posó ante ellos y entonces, las miradas de los brujos se fijaron firmemente en esa tenue y sublime luz que comenzó a desvanecerse, como habiendo dado a la confrontación un suspiro de paz... quizá una invitación a la sana reflexión en el destello del amor.

Massiel miró a Isabella con aire reflexivo. Los otros maestros comenzaron a murmurar. Uno de ellos, Zael, dijo:

- Hay sinceridad en tus palabras pero, a todas luces es evidente que elevaste ese esbozo de arrepentimiento por encima de la atención nuestra. Pides perdón, comprensión. Me es claro que pretendes que pasemos por alto tal osadía.

Y Abadeo respondió:

- No me es desconocido que tu error fue terriblemente grave y, que por él, el sufrimiento que causaste fue inmenso, indescriptible. Yo he mirado a través de tus ojos y, si me es permitido decirlo, algo me he contagiado de ese fuego ansioso de libertad. Te creo sincera y como miembro de este consejo seguro estoy de que ni siquiera la más infinita sabiduría puede estar por encima del arrepentimiento sincero. Has cumplido un castigo, has renovado tu alma en el dolor.

Yo me inclino a la verdad del dolor, al despertar de la culpa y al florecimiento del arrepentimiento verdadero. No me ha podido cegar la agonizante brasa de odio que se halla sumergida en la duda. He presenciado, mientras tus palabras hablaste, un amor vivo en el latir limpio de tu ser.

Lucaro, que se hallaba en un asiento arrinconado cerca de Massiel miró a sus dos compañeros con aire resuelto en el desagrado y dijo, casi con ferocidad:

- Yo he puesto atención a esa confusión que has mencionado y en la cual me es claro que el rencor fue única balsa para que la atravesaras. Tú, Isabella, mujer y hechicera, estas manchada con el odio, tu corazón está marchito y hoy pretendes que al elevar tu falso fuego de arrepentimiento por encima de nuestra autoridad, te sea reconocido el suplicio y absuelto sea tu error.

Yo abogo por una sentencia mayor, yo no creo en la mentira que por medio de lágrimas quieras hacer aparecer como verdad.

Y desde el fondo del salón, Damián, que guardara silencio desde la primera reunión, con voz cansada y tono tranquilo dejó escuchar su opinión:

- Todos vosotros os acordáis de cuando jóvenes, iniciados apenas en el conocimiento de la sabiduría, fueran el error y la corrección forjadores de vuestra conducta presente. Nadie está exento de equivocarse y tomar el camino equivocado, la sabiduría que hoy nos ilumina nos llevó en su momento a retroceder nuestros pasos optando por el sendero correcto pues, nadie escapa en la etapa de la juventud, a la confusión y el desasosiego propio de la edad. Éstos nos llevan a acometer grandes empresas más allá de nuestras capacidades y entendimientos, siendo víctimas de innumerables fracasos. Pero seguro estoy que son los que enseñan e ilustran razón y sentimiento aprendiendo nosotros los hombres, a levantarnos con mayor brío, de cada caída.

Yo veo en Isabella, a los jóvenes que una vez fuimos y, que de éste su error, con humildad reconoce sus yerros. Veo que de frente a la verdad manifiesta su disposición no solo a enmendarlos, sino que también confiando en sí misma y en la experiencia vivida, muestra disposición de crecer y avanzar en el dominio de la ciencia para encausar su conocimiento en bien de los nobles propósitos que a todos nosotros, conocedores de la verdad nos animan.

Contrariamente a lo expresado por Lucaro, yo doy mi voto por su absolución y, para no dejar pasar el hecho innegable de su desobediencia, le sea aplicado como castigo el convencer a todas aquellas víctimas de su tragedia, de la bondad y bienaventuranza de sus intenciones para con todas las criaturas que reinan en la sabia naturaleza.

A las palabras de Damián todos estremecieron como si infinitos recuerdos llenaran de repente sus pensamientos. Lucaro, que parecía no participar de estas últimas palabras, desvió su mirada y discreto, evidenció a Massiel, que de él estaba cerca una lágrima, quizá producto de amargos recuerdos, quizá producto de sentirse demasiado viejo, lejano de la vivacidad de los años pasados, esclavo del saber.

Solo faltaban por emitir juicio dos miembros más; Grako y Arístides. Sus palabras fueron breves, el primero en hablar fue Grako:

- Penosa es esta situación. No es mi deseo extenderme en la palabra pero, escuchar a mis compañeros me ha hecho inclinarme hacia la absolución y la consideración de un correctivo a la desobediencia.

Y después, por último, habló Arístides:

- Elevo mi voz apoyando al noble Lucaro en sus apreciaciones y defensa de la autoridad del consejo, no obstante habiendo escuchado lo dicho por el más joven de los miembros de este consejo y, las sabias palabras de Damián. ¿Es que vamos a permitir el que siente un precedente de desobediencia a nuestros dictados?.

En atención a ello es que me sumo a la propuesta de infringir un nuevo y mas severo castigo a nuestra joven discípula.

El consejo quedó en silencio nuevamente. El ilustre Massiel que se hallaba más cerca de un enorme ventanal miró a través del cristal el cielo claro de la mañana. Isabella, presa del miedo se tiró de rodillas ante los grandes sabios y con voz fuerte y angustiada dijo de repente:

- ¡Os pido clemencia!, no me condenéis sin comprender que yo no poseo la capacidad de discernimiento de ustedes, los iluminados, como para con mis humildes palabras poder expresar la profundidad y firmeza de los sentimientos que hoy me embargan.

Recurro a su sabiduría para que más que juzgar el alcance de mis palabras, se asomen a la profundidad de mi alma para reconocer el arrepentimiento, y el compromiso de enmendar mis yerros.

Si después de hacerlo juzgáis con equidad que merezco ser condenada por toda la eternidad a la oscuridad del desamor, humildemente me he de plegar a su sabia decisión, pidiendo, se me de la oportunidad de cuando menos, acompañar a mi madre por el corto tiempo que le queda de vida, ya que ella, mas que yo, a sufrido la angustia de saberme condenada.

Magisto, posado en el alfeizar de uno de los ventanales, derramó una lágrima rogando que la benevolencia se impusiera por sobre el principio de autoridad del sabio consejo. Posando su mirada sobre los ojos angustiados de Isabella, esbozó una sonrisa tratando de infundirle ánimo a su queridísima amiga que, habiendo quedado sola, esperaba los resultados del conciábulo que tenía lugar, en una sala vecina.

Y pasaron varias horas para que la puerta de roble que comunicaba a la sala de consejo con la pequeña habitación en la que los sabios se pusieran de acuerdo para dar su sentencia se abriera de pronto. Al centro de ésta apareció el imperturbable Massiel, que con paso lento, ocupó nuevamente el lugar de preferencia en aquel extraordinario juicio. Uno a uno, los grandes brujos fueron ocupando sus asientos en el más absoluto silencio, no así Lucaro, que en suerte le tocara dar a conocer la decisión final. Mirando de frente a Isabella pronunció con voz grave lo siguiente:

- Pese a mi propuesta original, y no sin antes someter nuestros juicios a una profunda reflexión, la mayoría de este consejo aquí reunido, para juzgar tu insensata desobediencia, ha tenido a bien, tomar en cuenta tus argumentos y aquellos sentimientos que en el fondo de tu alma se expresan con verdad. Determinando absolverte de toda culpa, no sin antes de deber cumplir, con la condición que el sabio Damián propusiera a la asamblea, debiendo en el acto pronunciarte y comprometerte a restaurar las heridas que inflingieras a las nobles criaturas que habitan nuestra comarca, infundiéndoles, el mismo amor, que con soberbia pretendieras imponer, ahora mediante la humildad que te permite reconocer y aceptar que en cada ser viviente, existe el libre albedrío para determinar por sí mismo, su inclinación, lo mismo al bien que al mal, al amor o al odio, la oscuridad o la luz. Haciendo de la verdad el soplo que oriente a cada uno a enfrentar su destino.

Habiendo terminado el discurso de Lucaro, poniéndose de pie el gran Massiel, sentenció:

- Podéis iros, estáis libre, cumplid con vuestra sentencia no sin antes olvidad que nuestro perdón no es definitivo ya que tendrás, que dedicarte en cuerpo y alma en cumplir con lo ya dicho. Quedas advertida que de no dar cumplimiento a nuestra sabia resolución no habrá nuevo perdón y serás condenada por siempre, hasta la eternidad, a vivir en lo más profundo del silencio y la oscuridad. Solo me queda decir que el joven Magisto habiendo cumplido con plena discreción y madurez su cometido, se ha ganado el derecho a ser admitido en nuestra cofradía dedicando su vida a hacer de la ciencia, instrumento del bien.

Llorando de alegría, Isabella se levantó del banquillo y corrió hacia el ventanal sobre el que posaba Magisto y lo estrechó entre sus brazo, siendo esta la primera criatura a la que en nombre del perdón otorgaba su amor.
Datos del Cuento
  • Autor: Norangel
  • Código: 17186
  • Fecha: 11-08-2006
  • Valoración:
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