*Son RELATOS:
"Y una vez más se encontró con la luz plateada y
el tamborileo de la lluvia en las ventanas".
Graham Greene.
MIENTRAS LLOVÍA
Lo encontraron entre los escombros de la pared semiderruída. De allí se lo llevaron, lo sacaron por el jardín y la sirena de la ambulancia dejó asustada la calle con su estridente alarido, mientras llovía.
Su último recuerdo se remontaba al cuadro de la joven Sara, el regalo de su sobrina que no descubrió hasta pasados dos años del aniversario y que repentinamente cobró nuevo sentido para sus ojos.
...Un sendero ascendía entre el monte. A un lado, la cerca custodiaba los prados de un verde primavera; al otro, se perdía la huella en la sombra densa de un fornido roble de copa poblada. En lo alto, una hilera apretada de hayas apuntaba la avanzadilla de un bosque que se adivinaba inmenso en acusada pendiente hacia la otra ladera. Las nubes algodonosas resaltaban de entre el azul y un viento de tinte grisáceo deshilachaba sus finos hilillos al paso de dos golondrinas que, en acrobática pirueta, amenizaban el horizonte montañoso...
Permaneció dubitativo, absorto, durante unos interminables instantes, estudió el lienzo, le intrigaba la silueta confusa que dibujaban las ramas frondosas del roble con la vegetación que lo rodeaba. Tal vez una figura sentada de costado, tal vez agachada como si recogiera algo... No consiguió descifrar el enigma, pero lo resolvió optando por creer que la pintora, su sobrina artista, quiso abocetar sin éxito una gruesa piedra de superficie rugosa. Le cautivó el ambiente que respiraba la pintura, la luz fuerte del cielo y el contraste suave de grises que teñían de frescor la escena.
...Solo recordaba que se dispuso a colgarlo, decidido a concederlo el honroso privilegio de adornar la sala y abandonar así el cautiverio del empolvado rincón. Fue a la cocina y cogió el martillo y un puñado de clavijas del cajón de las herramientas. Ya había elegido el sitio preciso de la pared donde descansaría el lienzo, pero le era imposible recordar más. Hasta ahí llegaban sus recuerdos y la niebla que se extendía desde el antes hasta el después era igual de espesa que la lluvia que caía delante suyo y de los cristales de aquel mirador. En el hospital lo postraron con aire resignado frente al gran ventanal, casi convencidos de su inútil solución. Allí, en aquel pabellón ya habían alojado casos similares sin esperanza, abandonados al consuelo de una medicación o de un milagro. Los familiares sabían lo que aquello representaba, no quedaba más que esperar a que el tiempo pasara igual de inadvertido que él hasta agotarse, hasta que toda huella de vida quedase borrada. Sin embargo, a él nada parecía importarle, no podía reconocer los rostros de sus familiares allegados ni siquiera prestaba atención a su presencia. Nada significaban los lamentos ni las preguntas ni aquella expresión horrorizada de su sobrina cuando le visitaba, tampoco podía escuchar sus palabras...
- El loco, el loco....-, musitaba sin creérselo aún la muchacha, mientras salía de la habitación echando un último reojo a modo de despedida.
Sólo recordaba que empuñó la herramienta y, al descargar el primer golpe, se coló dentro del cuadro... Se encontraba tan a gusto allí mientras afuera llovía. El asiento de piedra no era tan duro como a simple vista le había parecido. Desde aquella tonta caída no era el mismo, era incapaz de recordar algo de lo sucedido en el pasado y lo más curioso era que tampoco le importaba. Sentado en la silla de ruedas frente a los cristales empañados, los familiares le observaban escudriñando un indicio de luz, mientras él permanecía ajeno a sus ademanes, ido, sin hacer nada para remediarlo. Él sabía que había cambiado desde que se cayó en el cuadro, algo debió de romperse para que se parase el mundo mientras que afuera llovía...
F I N
*”Es una Colección de Cuadernos con Corazón”, de Luis Tamargo.-