El muchacho no dejaba de acariciar a la chica mientras le hablaba. La miraba con una sonrisa tierna y sus ojos brillaban, como si estuviese a punto de empezar a llorar de alegría.
Ella estaba inmóvil, con los ojos medio cerrados y la boca ligeramente abierta.
Hacía frío en aquel lugar, pero a él no parecía importarle. Se mantenía junto a ella y de vez en cuando le hablaba con dulzura.
-Estoy inquieto, lo sé. Pero es porque algo me dice que nos van a encontrar. Yo sé que no me van a dejar que siga a tu lado, pero quiero que sepas que sólo contigo siento que soy una persona. Tú sabes que mi vida cambió el día que tú llegaste. Yo diría que ese día empecé a vivir de verdad. Primero fuimos muy buenos amigos. Yo no sabía lo que era tener un amigo hasta que te conocí a ti. Por eso no puedo soportar que me quieran retirar de tu lado.
A las palabras del muchacho sólo le seguía el silencio. A veces un silencio muy prolongado. Pero el la contemplaba emocionado, con los ojos húmedos. De su nariz y su boca salía el aire visible, como si estuviera fumando. Aquel lugar era frío y húmedo. Él continuaba mostrándose tierno, acariciando el pelo de ella. Se acercó a sus labios pero dudó.
- Bueno, es posible que no sea el mejor momento para besarte. Pero no pienses que no te quiero. Tú sabes que eres la única persona a la que quiero de verdad, con los demás nunca he conocido el amor. Cuando era pequeño veía a los otros niños felices al encontrar a su madre. Pero la mía me despreciaba. Mi padre la maltrataba y ella me culpaba por su infelicidad. Parece estúpido, pero ella se casó porque estaba embarazada de mí. Siempre he sido un hijo no deseado. Imagínate lo triste que era mi vida, la vida de un niño que no tiene ni siquiera el cariño de sus padres. En cambio tú me escuchaste en todo momento, nunca has dudado en dejar otras cosas cuando te he necesitado. Nadie más que tú se ha portado así conmigo.
El muchacho sentía cierta desconfianza, estaba inquieto, preocupado. Para asegurarse de que aun estaban solos se asomó fuera del lugar donde se encontraban. Después volvió más tranquilo.
- Antes de que tú vinieras yo había encontrado a Dios. En aquellos días largos de soledad y de tristeza hablaba con Dios largamente de todo lo que me pasaba. ¿Sabes? Sentía algo dentro de mí, algo que no te puedo describir. Pero estaba seguro de que Dios me estaba escuchando, sí, de verdad. Miraba al cielo y me imaginaba a Dios allí dentro mirando hacia la Tierra y fijándose en mí. Entonces dejaba de sentirme solo. Dios me consolaba y por eso superaba mi tristeza. Eran días terribles. No te imaginas cuántas veces lloraba sin que nadie viniera a consolarme. Mi padre me pegaba muchas veces y yo buscaba a mi madre pero ella nunca quería saber nada. Mi madre odiaba a mi padre pero a mí me odiaba más todavía. Entonces buscaba a Dios y él estaba siempre ahí, aunque yo no lo viera.
Al decir estas cosas el muchacho rió sin ganas. Contaba esto sin entusiasmo, como el recuerdo de una tontería infantil que ahora le parecía ridícula. Ella permanecía inmóvil. La mano del muchacho seguía pasando suavemente por su cuerpo.
- Yo se lo había pedido a Dios. Un niño era entonces. Miré al cielo y cerré los ojos. Recuerdo cómo sonreía cuando pensaba que Dios me escucharía. Ahora me parece una estupidez pero yo entonces confiaba en Dios. Le pedí que me concediera tener un amigo. Era algo tan sencillo, un amigo que me comprendiera, que tuviera tiempo para escucharme y para estar conmigo. Pensaba que Dios, que siempre me escuchaba y que todo lo podía haría mi deseo realidad. Entonces llegaste tú.
Volvió a acariciar su pelo mientras la contemplaba satisfecho. Esta vez sí fue capaz: acercó su boca y la besó largamente. Ella permanecía inmóvil. Los brazos del muchacho la rodearon. Después de besarla juntó mejilla con mejilla, y así abrazado continuó hablando. No le importaba el mal olor que empezaba a inundar aquel lugar. Tampoco hizo caso de las alimañas que de vez en cuando correteaban por allí. Abrazado a ella parecía que nada le importaba.
-Llegaste tú y empecé a tener ilusión por algo. Deseaba cada día que amaneciera porque sabía que podría verte. Cuando me despedía de ti estaba contento, pensando que pronto volvería a estar contigo otra vez. Mientras iba a mi casa miraba al cielo y le daba gracias a Dios por haberme escuchado. Qué Dios tan bueno que me había regalado una amiga tan excelente como tú. Piensa en las cosas tan maravillosas que me hiciste descubrir. Recuerdo con emoción el día en que nos bañamos en el río. Cuando vi tu cuerpo precioso medio desnudo sentí un cosquilleo en mi barriga. Creo que fue entonces cuando descubrí que estaba enamorado de ti. Es verdad que éramos todavía dos chiquillos que empezaban a descubrir la vida, ahora hasta me hace gracia. Te acercaste a mí chorreando, te inclinaste a coger la toalla y sentí tu cara cerca de la mía. Entonces empecé a temblar y el corazón me retumbaba en los oídos. ¡Podría recordar tantos momentos buenos! Y todos contigo.
Volvió a besarla largamente. Después empezaba otra vez a inquietarse. A lo lejos se escuchaban voces de alguien que se acercaba. Volvió a asomarse a la boca de la cueva y divisó a los que venían, sin duda, a buscarlos. Estaban cada vez más cerca. En ese momento, de sus ojos húmedos y brillantes empezaron a correr unas lágrimas. Volvió con ella. Siguió hablando.
- Creo que nos han encontrado. No te preocupes, sabía que nos encontrarían. Lo siento mucho. Sé que nos separarán. Es muy triste para mí porque volveré a estar solo. Ya no podré volver a verte nunca. Y esta vez no podré contarle nada a Dios, porque lo odio. Sí, ya se que esto suena muy fuerte pero odio a Dios. Cuando tú estuviste ausente yo le supliqué que no te pasara nada. Después supe que estabas en el hospital y me pasé muchos días rezando. Invocaba a Dios con la misma ilusión que cuando era un niño, para que te pusieras buena. Pero no quiso hacerme caso. Sabía que si tú morías yo me quedaría solo y sin embargo Dios permitió que murieras. Por eso lo odio y no volveré a confiar en él. ¿Comprendes? Ya eres tú lo único que me queda aunque estés muerta. Por eso robé tu cadáver y he pasado aquí todo este tiempo contigo. No me importa el olor, ni el frío, ni siquiera los gusanos que empiezan a devorar tu cuerpo. Yo necesito estar contigo, necesito verte y tocarte. No me importa que estés muerta, has visto que he sido capaz de besarte... Pero tenían que encontrarnos. Tú volverás a tu tumba y yo estaré otra vez solo.
Aquellos que los encontraron dicen que quedaron sobrecogidos. Él se había quedado muy delgado y su cara estaba pálida con un tono verdoso. Lloraba amargamente. Tenía manchas de pus y hasta pequeños fragmentos de carne putrefacta pegados a la cara. Pero lo que más les horrorizó fue cuando lo tuvieron cerca y descubrieron su cuerpo inundado por los gusanos.
felicidades, no me causa miedo sino tristeza. muy pero muy bueno (es impactante) geral:)