Hace unos años, que digo años, siglos que sucedió el hecho que da lugar a esta historia
que os quiero contar. Un astrónomo, filósofo y matemático griego que, como todos los
griegos de esa época era muy listo, dedicaba día y noche al estudio del firmamento. Su
intención era contar y clasificar todas las estrellas, planetas y demás cuerpos celestes
que podía observar. Era una labor muy exigente y ardua, por lo que frecuentemente se
quedaba dormido encima de su colección casi infinita de planos, mapas, apuntes y bocetos.
Una de esas noches en que el genio estaba en los brazos de Morfeo, su joven ayudante Luna
se encontraba absorta y atónita ante lo que acababa de presenciar. Por el nombre de la
chica ya os podéis imaginar que fue lo que vio: un inmenso círculo plateado había surgido
de la nada y destacaba claramente en medio de la noche, con un brillo y belleza muy
superior al de cientos de estrellas. Para alivio de todos nosotros no fue el astrónomo
quién descubrió la luna, porque de haber sido así ahora estaríamos hablando de la
Necodomia al referirnos a ese astro que toma el relevo del sol cuando éste está agotado.
El revuelo que causó la recién bautizada Luna fue espectacular. La gente empezó a dormir
durante el día para poder pasar la noche mirando embobados al círculo plateado. Fueron
tiempos de mucho calor, el sol refulgía con más fuerza que nunca celoso del protagonismo
robado por su nueva compañera. Miles de fiestas y celebraciones en honor a la luna tenían
lugar en todos los lugares de la tierra, cualquier ocasión era buena para reunirse y hablar
horas y horas sobre la misteriosa aparición. No faltaban los agoreros que presentían una
fatalidad inminente, una especie de castigo divino, pero hasta ellos tenían que reconocer
que desde que la luna estaba allí todo había mejorado: las noches no eran tan oscuras, los
poetas escribían las mejores obras creadas desde largo tiempo y había desaparecido el miedo
general a la noche.
Nadie lo quería creer, no podían dar crédito, era demasiado malo como para aceptarlo sin más:
esa noche la luna no estaba en el cielo. Por más que buscaban no aparecía por ningún lado. Y
una luna no se pierde así como así, tan fácilmente. Con la llegada del nuevo día todo el mundo
comentaba apenado lo sucedido aquella fatídica noche, mas había fe en que a la siguiente noche
la luna no faltaría a su cita. Pasaron cientos de noches y la luna no volvió a aparecer. Los
pueblos de la tierra estaban tristes y vagaban durante los días con la esperanza de poder ver
de nuevo el círculo plateado esa noche. En todo pueblo había un viejo contando una vez más
como era de bella la luna y los poderes que tenía; ¿poderes?, en fin, ya sabéis lo exagerados
que son los viejos de los pueblos.
Hartos de lamentarse noche tras noche, los reyes de todos los pueblos del mundo se reunieron
y discutieron durante días buscando una solución, la luna tenía que volver a toda costa. Fruto
de esta reunión partieron miles de mensajeros a uno y otro confín, en cien días los hombres
más fuertes de la tierra debían presentarse en el palacio de hielo, morada del rey Gélido, en
el centro exacto del polo Norte. Los rumores no cesaron y creció la esperanza, aunque nadie
acertaba a imaginar cómo iban a conseguir unos hombres, por muy fuertes que fuesen, que la
luna volviera a aparecer.
Cien días después, los cien hombres más fuertes del mundo se encontraban en el centro del polo
Norte, haciendo demostraciones de su hercúlea fortaleza. Un fortachón ruso traía su casa a
cuestas, mientras un fornido alemán sostenía con una mano a más de mil personas. Realmente
podéis creerme cuando os digo que eran los hombres más fuertes del mundo.
Una fuerte voz proveniente del balcón principal del palacio del hielo acalló a la incontable
multitud, se dice que todos los habitantes de la tierra estaban en el polo Norte aquella fría
mañana. Era la atronadora voz del rey Gélido, que acompañado de todos los reyes del mundo dio
lectura a un gran bando que portaban dos sirvientes:
- Habitantes de la tierra, me dirijo a vosotros para explicaros porque hemos convocado hoy a los
hombres más fuertes del mundo. Todos necesitamos ver de nuevo el círculo plateado, todos echamos
de menos a la luna por las noches. Mis infinitos bosques han sido talados y tronco tras tronco
hemos construido la cucaña más grande jamás vista, llegará hasta las estrellas.
Millones de troncos atados con gruesas cuerdas partían del palacio del hielo, era imposible
divisar el final de la hilera.
- Forzudos, ¡levantad los troncos! -ordenó el rey Gélido.
A su orden los cien fortachones fueron colocándose en fila junto a unas largas sogas atadas a
los troncos para poder levantar el colosal ingenio. Más de dos días enteros estuvieron tirando
los cien hombres más fuertes de la tierra hasta que consiguieron poner en pie el gigantesco
tronco de troncos.
- Ahora podemos hablar con las estrellas -afirmó el rey. Aquel valiente que ose subir todo el
tronco y preguntar a las estrellas por la luna será recompensado con unas inmensas riquezas.
La euforia inicial del gentío dio paso a un violento silencio. No era posible ver el final de
la hilera, era humanamente imposible lo que el rey Gélido proponía. Era evidente que la
desesperación por no tener a la luna había hecho delirar a los reyes. Cuando toda la multitud
se estaba retirando pesarosa ante la idea de no volver a ver a la luna, una jovial voz rompió
el helado ambiente.
- Yo lo haré. Quiero volver a ver a la luna.
Una muchacha estaba desafiante frente al inmenso tronco. La risotada que profirió todo el mundo
a punto estuvo de provocar una avalancha.
- ¿Estás segura? -preguntó el rey.
- Tan segura como de que me llamo Lucía -respondió sonriente.
Y dicho esto, empezó a subir por la cucaña. Muchos se quedaron para ver su fracaso, pero se fueron
desanimados al contemplarla desaparecer entre las nubes. Lucía trepaba y trepaba sin descanso, sus
ganas de volver a ver a la luna eran mucho mayores que el cansancio que iba apareciendo. Atravesó
nubes, cada vez hacía más frío y estaba más oscuro, pero ella proseguía sin descanso. Mas la
misión era casi imposible, por lo que poco a poco fue perdiendo impetu, cada vez avanzaba más
lentamente, empezó a perder la fe. Fue en esos momentos cuando más se repetía a si misma lo feliz
que sería si volviese a ver a la luna y este pensamiento le daba fuerzas para seguir. Y
finalmente, cuando menos lo esperaba, llegó al último de los troncos. ¿Cuánto tiempo había
pasado? ¿Cuántos troncos había subido?
El panorama era impactante. Lucía se encontraba en medio de la inmensidad del cielo rodeada por
estrellas, luceros, cometas y luces de colores, todas ellas trazando movimientos indescriptibles.
Era bellísimo y conmovedor.
- ¡Luna, luna, luna! ¿Dónde estás? -gritó al cielo Lucía.
Pero no obtuvo respuesta y, tras gritar y preguntar por la luna durante horas, Lucía se tumbó en
la gran base del último tronco a descansar agotada. Al poco rato una luz roja brillante se detuvo
frente a su cara, sobresaltando y despertando a Lucía.
- Hola, ¿quién eres? -una voz chillona parecía surgir de la luz roja.
- Soy Lucía -acertó a decir asustada. ¿Tú eres una luz habladora?
- Si que soy parlanchina, al menos eso me dicen siempre mis amigas -afirmó la luz roja. Perdona
que no me haya presentado, me llamo Refulgente, soy una estrella. ¿Qué haces aquí?
- Busco a luna, hace mucho que no la vemos.
- Luna, ¿quién es luna?. No conozco a nadie que se llame así. ¿Y vienes desde allí abajo en su
busca? Debes echarla mucho de menos -dijo Refulgente.
- Sí, la echo de menos. Todas las noches me asomaba a la ventana, me encantaba su brillo plateado.
- ¿Luna es grande, plateada y sólo la puedes ver por las noches? -preguntó la estrella.
- Sí, ¿la conoces? -dijó ansiosamente Lucía.
- Claro que la conozco, pero no con ese nombre. Aquí todos la llamamos Plata. Hace tiempo que salió
a ver a su primo Lejano -respondió Refulgente.
Lucía estaba exultante de alegría. Estaba hablando con una estrella como si fuera la cosa más normal
del mundo y ella conocía a la luna, perdón, a Plata.
- ¿Quién es Lejano? -preguntó curiosa.
- El último de los planetas de esta zona. Plata siempre está de visita, tiene muchos amigos. Algunos
días va a hablar con Presumido y ve sus anillos, otros días está con su hermano Oro y cuando tiene
prisa queda con Brillante que está más cerca.
- Oro debe ser el sol. ¿Plata y Oro son hermanos?
- Claro, ¿no lo sabías? -asintió la estrella extrañada como si fuese una cosa que todo el mundo debía
conocer. Has tenido suerte, Plata está a punto de llegar.
En menos tiempo del que se tarda en parpadear, la luna estaba frente a Lucía en todo su esplendor.
Lucía se quedó perpleja y sin habla, vista tan de cerca la luna era aún más bella de lo que había
podido imaginar jamás.
- ¿Qué tal estás, Lucía?. Ya os he oido hablar según venía. ¿Me buscabas? -la voz de la luna era
suave y penetrante.
- Plata, Luna, ¡qué bonita eres! -dijo Lucía saltando alborozada. Todos te queremos, ¿por qué has
desaparecido sin avisar?
- Lucía, el firmamento es inmenso y tengo muchos amigos a los que visitar.
- Pero nosotros no podemos vivir sin tí, no podemos resignarnos a verte una vez cada mil años -afirmó
entre sollozos Lucía.
Era tal la pena de Lucía y es tan buena la luna que le dijo:
- Vamos a hacer lo siguiente: a partir de ahora cada mes me veréis unos días. El resto de días me iré
a visitar a mis amigos del firmamento y para que no me echéis de menos dejaré mi estela, que irá
creciendo o decreciendo según lo cerca o lejos que esté. ¿Qué te parece, Lucía?
- ¡Genial! -chilló Lucía. Plata, si vuelvo a la tierra tendría riquezas pero prefiero quedarme a
vivir encima tuyo. ¿Puedo?
- Claro que sí, así tendré una amiga con la que hablar siempre -respondio contenta la luna.
Y así han pasado días, semana, años y siglos, Lucía y Plata visitando planetas y estrellas por todo el
firmamento y los hombres viendo a la luna llena unos días cada mes. Si miráis atentamente a la luna,
seguro que veréis a Lucía correteando por su superficie, haciendo cosquillas a la luna, hablando con
las estrellas...puede que la historia de la luna sea ésta que os he contado, puede que sea otra, quién
sabe. Lo que es cierto es que si conoces a alguien especial no esperes a que se haya ido para decirle
lo especial que es, díselo todos y cada uno de los días para que lo sepa.
FIN
Quiero expresarte mis sinceras felicitaciones por este cuento. Siempre me ha gustado los cuentos de la luna los colecciono. Este lo guardaré junto con otros. Es bonito ver como la niña que casualmente se llama como yo.. vive y lucha por conseguir encontrar lo que tanto quiere. La historia es francamente preciosa, y la moraleja digna de poner en practica. Un saludo de lucy-a