Me desperté y no pude dormir más. Así de simple. Intenté una y otra vez abrazarme a Morfeo pero fue en vano. Me levanté, puse sobre mis hombros la bata de siempre, fui a la cocina, me preparé un café e intenté escribir. No pensé en la forma, pero sí en el contenido.
En esa madrugada triste me sentí desamparada...perdida... El silencio de la noche, interrumpido por algún que otro sonido de las gomas de un auto que pasaba por la calle, a lo lejos algún despertador que indicaba a alguien que debía comenzar su día...cualquier cosa con tal de no pensar en la causa de mi falta de sueño.
En esa noche oscura que para mí era gris, me invadió la melancolía, y para alejarla me concentraba mirando la taza que, frente a mí, desplegaba el olorcito de ese café recién hecho invitándome a tomarlo. Pero no lo hice, tan sólo imaginé el sabor del café a través de su aroma...y no lo tomé.
Comencé a buscar excusas...¡siempre se me ocurren tantas!. Pero...increíblemente, no encontré ninguna. Intenté retarme, como si fuera una niña, y me ordené ir a la cama a dormir. Lamentablemente, me desobedecí...y seguí durante horas mirando el papel en blanco, y comencé a trazar círculos, rayas, cuadrados; sabía que si escribía lo que me ocurría, al leerlo después, la tristeza que me rondaba se afincaría en mí.
Esa noche oscura, semi-silenciosa, cedió paso al amanecer, a la tenue claridad del alba. Fui corriendo hacia una ventana, y lamenté no poder contemplar la salida del sol porque los edificios de mi ciudad tapan las maravillas de la naturaleza. Hice a un lado el cansancio de la noche en vela, mi mirada quedó perdida mirando hacia nada y a nadie, y a medida que el día echaba a la noche, la melancolía se fue yendo hasta el punto que pude esbozar una sonrisa.
De pronto y sin aviso, el sol se dejó tapar por nubes grises y comenzó a lloviznar, y la calle se fue humedeciendo de a poco, pero seguí sonriendo, cada vez más, y creo que hasta lancé una carcajada ante el pensamiento que se me cruzó en ese instante: ¡el cielo intenta evitarme el trabajo de llorar!.
Curioso pensamiento aquél, que por un instante intentó hacerme sentir tan importante.
Dejando de lado la ociosa pereza del desvelo, me preparé otro café, y soplándolo para no quemarme y con la taza en la mano fui al dormitorio de mi hija para verla dormir, y en ese momento sentí que si tantas cosas pueden angustiarnos es porque no damos el verdadero valor a las que sí lo tienen; su rostro tranquilo, su respiración suave, su carita (que para mí es la más bella) en paz. Luego fui a ver a nuestro perro, quien también dormía plácidamente, arrebujado en posición fetal como si fuera un bebé, y me invadió una enorme ternura. Mi presencia hizo que él se despertara, clavara su mirada en mí, se me acercara y me pidiese que lo alzase. Lo hice y él me besó y fue recién entonces cuando se me humedecieron los ojos.
Mientras lo abrazaba comprendí muchas cosas...comprendí que sigo siendo importante para aquellos que me aman, comprendí que mi vida tuvo y tiene sentido...creo que por fin comprendí lo más esencial: que es el amor y sólo el amor quien cura los desvelos del alma.
Dejé a mi perro en su lugar, fui a besar a mi hija, dejé la taza en la cocina, y, lentamente, fui hacia mi dormitorio, me saqué la bata, me acosté en mi cama, y, sin abandonar esa sonrisa, cerré los ojos, y pude dormir sintiéndome en paz conmigo misma.
Muy bonito el relato. Pero yo que la desvelada me iría cambiando de domicilio : hay sol que no se puede ver, café que no se toma, y esos son indicios de carencias. Ja. ¿ O no ?