Los vecinos del cementerio viejo, juraban que
allí salía un fantasma en las noches de luna.
Los que juraban haberlo visto, decian que se
paseaba por las tumbas y los mausoleos en las
noches de luna llena. Yo sabía que lo de las
noches de luna, era debido a que, naturalmente,
las cosas son más visibles cuando hay claridad,
y no era, necesariamente, cierto de que se debía
a ninguna luna llena. Lo que se decía que salía
en el cementerio, fuera este fantasma o lo que
fuera, solo durante la luna llena, saldría todo
el tiempo, no obstante, se hacía más vivible con
la claridad de la luna llena.
Aquellos lúgubres rumores, habían sido el motivo
por el cual, muchos vecinos del pueblo se abste-
nian de transitar por el paraje oscuro y solita-
rio, que era la calle del cementerio viejo, du-
rante la noche, y se iban en cambio por la calle
de la Playa, aunque les saliera la distancia el
doble.
Don Juan Sabillón, que vivia en el barrio del
Rastro, y que era uno de los afectados por las
apariciones del fantasma, había tomado por su
propia cuenta, solucionar, de una vez por todas,
el misterio del cementerio viejo.
Si es un fantasma, decía don Juan, tiene que ser
un espíritu en pena, y en ese caso es necesario
identificarlo para avisarle a sus familiares, y
si acaso no tiene familiares, para avisarle al
cura y rezarle una misa, para que de ésta manera
su alma se fuera a reposar. Sin embargo, si aca-
so no se trataba de un alma en pena, tendría que
ser alguien de este mundo, y no del otro como se
decía. En ese caso, don Juan también tomaría las
medidas necesarias, que sería dar parte a las
autoridades. Pero la verdad es que don Juan, en
el fondo, no creía que se trataba de un espíritu
y al contrario, él creía que se trataba de algún
vivo, tramando alguna maldad.
Fue así como don Juan, se resolvio a despejar la
incógnita del misterio, del fantasma que salía
en el cementerio viejo. Nada más que don Juan al
no estar seguro de si mismo, no queria lanzarse
solo a la aventura, y quería que alguien lo acom-
pañara. Al no haber hallado a nadie que se atre-
viera, se decidio a hacerlo él solo.
En su preparativo para su temeraria aventura, don
Juan obtuvo una linterna, un filoso machete y...
un crucifijo. Si esto es obra del diablo, razo-
naba don Juan, voy a necesitar el crucifijo, pero
si no lo es, entonces es posible que solo necesi-
te el machete.
Esperó con ansias don Juan la llegada de la luna
llena, y esa misma noche se encaminó al cemente-
rio, resuelto a, de una vez por todas, ponerle
fin al misterio del fantasma que se había conver-
tido en la inquietud de sus vecinos. Antes de em-
prender su viaje hacia el cementerio, se aseguró
don Juan, de meterse entre pecho y espalda, un
octavo de aguardiente. Con aquel encandilamiento
se sentía don Juan, no solamente capaz de resol-
ver el misterio del cementerio de su pueblo, sino
que de todos los otros cementerios que estuvieran
afligidos por el mismo problema.
Al llegar al cementerio, por desgracia, notó don
Juan que la luna no se mostraba tan llena ni bri-
llante, como se suponía que tenía que estar aque-
lla noche, y eso le procupó mucho, porque a pesar
de que los humos del alcohol le habian dado valor
las nubes cargadas de agua, parecían haberse con-
fabulado contra él, y se habían propuesto a es-
tropearle su aventura. Esperó impaciente por un
rato don Juan, y lo único que podía oir, era el
monótono chirrido de los grillos, y los macabros
lamentos de las ranas y los sapos, que en diabó-
lica serenata, parecián juntos conspirar, para
meterle miedo a don Juan. Así pasaron los prime-
ros 15 minutos, que a don Juan le parecieron una
eternidad, cuando de repente la campana del reloj
de la iglesia del pueblo, comenzó a sonar las 12
campanadas de la media noche. Si antes tenía
dudas de que era la proverbial hora, en que los
espíritus se manifiestan, ahora, con las 12 cam-
panadas del reloj, la aparición del fantasma, se
lo corroboraría.
Absorto en esos pensamientos estaba don Juan,
cuando de repente de entre la oscuridad del cielo
se oyó el aterrador alarido de una gigantezca
lechuza, que lo hizo volver en sí, al mismo tiem-
po que sintio un escalofrío recorrerle el cuerpo,
de pies a cabeza; en ese preciso instante, le pa-
recio ver en el mausoleo de la familia Juliah,
una sombra que se movía.
"¡Santo Dios!", exclamó don Juan, e inmediata-
mente echó mano del crucifijo, que había deposi-
tado en una bolsa de lona, que llevaba colgada de
su cinturón, del lado opuesto en donde llevaba el
machete envainado. Tan azorado había quedado don
Juan, que se le olvidó la linterna que llevaba en
la mano. En realidad, entre los rayos tenues de
la luna, se podía distinguir una sombra que sigi-
losamente, se movia en derredor al sepulro de la
familia Juliah. Al parecer la sombra no se había
percatado, de la presencia de otra persona en el
cementerio, hasta que don Juan acordándose de la
linterna, súbitamente dirigio hacia ésta, el po-
tente rayo de luz. Por un instante, el poderoso
rayo petrificó a la sombra, quien al darse cuenta
que provenia este de alguna persona inesperada,
con una velocidad felina, traspuso de un enorme
salto, la muralla de atrás del cementerio y desa-
parecio en la oscuridad.
Lo raro, decía don Juan, al día siguiente cuando
contó lo sucedido la noche anterior, es que la
sombra no desapareció, atravezando la gruesa mu-
ralla del cementerio, como se supone desaparecen
los espíritus, sino que lo hizo por medio de un
salto de características muy humanas. Aquello,
decía don Juan, era prueba irrefutable de que el
fantasma, no era tan fantasma como se decía.
Resuelto ahora, más que nunca, a solucionar el
misterio, don Juan se propuso esperar la siguien-
te luna llena, con alguna pequeña alteración de
su plan originial - ahora había agregado a su
equipo cazafantasmas, una "herramienta" nueva. Se
trataba de una red de cabuya, que los nativos ca-
ribeños, conocen como atarraya y que usan para
la pesca. Con aquella nueva arma, don Juan estaba
seguro, atraparía al fantasma.
Por fin llegó la noche de la luna llena, y don
Juan se apostó, estratégicamente, en un lugar di-
ferente a la primera vez, asumiendo que el fan-
tasma, habría tomado precauciones para evitar ser
sorprendido, como lo fue la primera vez.
Esta vez no tuvo don Juan, que esperar las campa-
nadas de media noche, para que el fantasma hicie-
ra su aparición. Serían como las once, dijo don
Juan, cuando notó la sombra moviendose, así como
lo había él presentido, pero en el lado opuesto
del cementerio. Tomando precauciones para coger
de sorpresa a la sombra, y no delatar su presen-
cia, don Juan se acercó poco a poco, a la tumba
en donde vio a la sombra introducirse. Agazapado
esperó hasta que ésta saliera, y en el momento
que le dio la espalda, le lanzó la red atrapan-
dolo y reduciendolo a la impotencia. Al mismo
tiempo que apuntaba la linterna hacia el rostro,
desenvainaba su machete, el cual al notarlo en
las manos amenazantes de don Juan, la sombra de
repente desde el suelo,lanzó un grito de deses-
peración...
"¡No, don Juan, por favor no me mate!, le había
rogado la sombra a don Juan."Soy Tiviche, el
hijo de Cruz Torres."
En ese preciso momento, fue que don Juan recono-
cio a Tiviche, el muchacho introvertido, que
vivia solo en la casa abandonada del Rio Abajo,
que había pertenecido al alcaide del presidio que
un tiempo atrás, lo habían encontrado muerto en
condiciones misteriosas. Su nombre era Natividad
al que los muchachos, debido a su fisonomía ale-
chuzada, lo habían bautizado como Tiviche.
- "¿Y qué andas haciendo aquí azorando a la gente
haciendo creer que sos un fantasma?"
- "Yo no ando azorando a nadie. Lo que ando ha-
ciendo, es buscando como ganarme unos centa-
vos." Había sido la respuesta de Tiviche a la
pregunta de don Juan.
- "¿Qué manera es esa de ganarte unos entavos,
azorando la gente en la noche en el cemen-
terio?"
- "Si no me cree, aquí están. Mirelos con sus
propios ojos". Al mismo tiempo que se intro-
dujo este, sentado aún en el suelo, una mano
en una de sus bolsas del pantalón, de la que
extrajo en la palma de su mano, dos dientes
de oro, que le mostró bajo los rayos de luz
de la linterna, a don Juan.
Ante los atónitos ojos de don Juan, Tiviche había
desplegado la razón por la cual, se había conver-
tido en el fantasma del cementerio viejo: saquea-
ba las tumbas de la gente rica del pueblo, para
despojar a sus ocupantes, de sus piezas dentales
de oro, para venderlas derretidas, al joyero del
pueblo.
Había de aquella manera, don Juan, por fin, re-
suelto el misterio del fantasma del cementerio
viejo, el que, después de todo, no era un fantas-
ma.
Tu cuento es muy sorprendente, pero lo que pasa es que el nombre "Don Juan" lo has utilizado demasiado. Lo demás todo me ha gustado mucho ¡sigue así!, no te rindas.