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El Juego

- Podría ser tu padre- le dijo él esbozando una media sonrisa.
- Pero no lo sos, amor mío. No lo sos- susurró Jade sobre su boca, sonriéndole dulcemente.

Lo acariciaba y escuchaba sus palabras. Él hablaba sobre muchas cosas, sobre su infancia, su familia, sus hijos, su mujer, sus recuerdos.
Ella lo oía en silencio, tratando de imaginar como sería su vida junto Máximo si no fuese “la otra”, la amante, la segunda.
Por primera vez en años no tenía deseos de encender un cigarrillo después de hacer el amor. Por primera vez en años se desconocía y descubría nuevas sensaciones, nuevas actitudes, nuevos deseos.
Este hombre desmoronaba los esquemas de su vida, a su lado todo lo que Jade había considerado importante tomaba nuevas dimensiones. Sus firmes convicciones de otrora perdían sentido. Junto a Máximo aprendía a conocer un cúmulo de sensaciones que eran lo más cercano a la felicidad y lo sabía por que tenía y de sobra, con qué comparar.
- Es que nosotros nos conocimos de una forma mágica- dijo él.

Ella sabía que no era así, como sabía que todas esas dulces palabras que salían de su boca no concordaban con aquella mirada fría que siempre vio en sus ojos. Ahora podía darse cuanta del engaño, de su propio engaño, pero no podía lamentarse por lo sucedido, así lo quiso y, como siempre, todo lo que quería, al final era lo que tenía.
Cuando leyó aquel poema, deseó haber sido la musa inspiradora del poeta. Deseó aquél fuego, aquella sensibilidad y toda la pasión que en pocas líneas él mostraba. Necesitaba ese fuego. Necesitaba sumergirse nuevamente en las profundas aguas de un loco amor que sacudiera sus dormidos volcanes. Necesitaba alimentarse otra vez, vampirizar un alma ajena para que la suya creciera y se inspirara nuevamente. Como siempre, la suerte estaba de su lado.
Tendió los lazos, tejió la telaraña despacio y sabiamente. Sabía como hacerlo, ese era su don, su virtud, saber exactamente que decir, que mostrar, que negar, que pedir y que dar. Lo supo desde niña y nunca había fallado.
Ella forzó el encuentro, sin que él atinara a defenderse, sin que él sospechara de la trampa.
“ Un buen cazador- decía jocosamente a sus amigos- es el que deja que la presa crea que lo está cazando”.
- Podría ser tu padre- dijo Máximo tantas veces.

Podría ser su padre como otros pudieron ser sus hijos, eran detalles, pequeños detalles que a Jade la tenían muy sin cuidado. No buscaba el placer de los cuerpos entregándose, no buscaba similitudes sino el placer que da el atisbar los secretos ocultos en los corazones, en las mentes. El placer de formar parte de un juego en el que ella ordenaba las piezas e imponía las reglas y al final resultaba victoriosa.
Llegó a él decidida a jugar a todo o nada, ya era tiempo de apostar de nuevo a la aventura, de dejar vivir a esa otra mujer que llevaba dentro.
Esa otra mujer, “ su otra alma” como ella solía nombrarla, era lo opuesto a lo que Jade consideraba apropiado y normal para una mujer de su época. Esta mujer sería casi una afrenta para el decoro y las buenas costumbres impuestas por la sociedad. La conocía demasiado bien como para permitirle tomar las riendas de su vida sin los límites que le imponía a fuerza de autocontrol y raciocinio.
Máximo, el poeta, tenía todas las cualidades necesarias para que “su otra alma” pudiera mostrarse en su totalidad, en todo el esplendor de su salvajismo y pasión por la vida, pero debía hacerlo con cuidado, paso a paso, día a día, sondeando el terreno fértil que aquél ser especial parecía tener para que su semilla fructificara.
- Nos hemos conocido desde dentro, las almas y los sueños – dijo él.

Jade asintió con un ademán. No podía responder. Se sentía culpable, casi sucia y malvada.
- Te amo, Máximo- le dijo abrazándolo con fuerza- te amo.

Faltaba ya muy poco para que ella pudiera mostrarse como en realidad quería hacerlo. Dejaba que él la guiara o al menos, que creyera que lo hacía. Poco a poco iba abriendo los cerrojos que mantenían presa a su “otra alma”, quería que pareciera natural, que Máximo la descubriera en cada encuentro. No deseaba dañarlo o asustarlo, solo quería compartirse, darle algo de sí a cambio de lo que esperaba obtener de él.
Pero aquella mirada en los ojos de Máximo le advertía que algo no estaba bien aunque sus palabras le aseguraran un triunfo rotundo en aquella empresa. Jade sentía una inquietud que lograba desconcertarla y distraerla de sus objetivos.
- Soy un mujeriego, es un defecto de mi personalidad- le dijo de pronto Máximo y ella recordó habérselo escuchado en varias ocasiones- Me hace sentir culpable.

Jade supo que esta vez no podía detener aquella conversación, no esta vez. Era necesario saber hasta que punto era aquél el hombre indicado para jugar su juego, hasta que punto podría ella mantener el control de la situación para que fuese perfecta.
- ¿Hay alguien más aparte de mí?, ¿ Tienes otra mujer?

No era posible ya detener las palabras que había pronunciado ni era posible dilatar la respuesta.
-Sí. Hay otras, te lo dije, es un defecto de mi personalidad.

Ella lo sabía, quizá lo supo siempre y lo esperaba, pero nunca imaginó cuanto iba a dolerle. Sus lágrimas brotaron sin que ella pudiera ocultarlas. El no debía verlas, no debía saber cuanto la afectaba de lo contrario el juego estaría acabado, pero no podía evitar que fluyeran sin control.
Ahora se daba cuenta del engaño, de su propio engaño. Estaba enamorada.
Por primera vez en su vida sintió el dolor punzante de la angustia en su garganta. Por primera vez en su vida probaba del veneno que tantas veces había dado a beber a sus amantes.
- Lo siento- decía Máximo- eres maravillosa pero no puedo amarte. No te sientas mal por favor. No deseo dañarte, no te lo mereces. Lo siento.

La “otra”, la que llevaba dentro, reía a carcajadas burlándose del estupor y la angustia de Jade.
-¿ Quién debía jugar niña?. Debiste dejarme ser Jade, niña tonta.

Jade le sonrió a su “otra alma” tristemente.
- ¡ Ya! ¡Vamos Jade que tú no eres frágil! Puedes soportar un revés cada tanto. Ya pasará niña, así es el juego.
Datos del Cuento
  • Autor: Lecabel
  • Código: 9498
  • Fecha: 12-06-2004
  • Categoría: Sin Clasificar
  • Media: 6
  • Votos: 18
  • Envios: 0
  • Lecturas: 4467
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