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Categoría: Historias Pasadas

Gaucho Muga

Eran tiempos en que la gente tenía una vida dura y escasas diversiones, especialmente los de la zona rural. En esa época los boliches (según un amigo) fueron las academias de la vida completando con carreras cuadreras y bailes. Los personajes míticos que hoy son historia folclórica del lugar, están desdibujadas debido al cambio cultural y social.
El pueblo dormía una soledad sin siglos, con sus calles de tierra y sus lodosas zanjas, donde las ranas conjugaban sus coros por las noches.
Aquel caballo estaba asiduamente frente al salón de “Las ratas.”
Por la puerta del boliche se recortó la figura robusta de un muchacho rubicundo, de ojos azules, de unos veinticinco años, desató su caballo, montó y partió, nadie salió a acompañarlo ni a despedirlo.
Era Pablo Borgogno, un joven soltero que vivía en el campo, conocido por todos como Gaucho Muga. Debido a un antiguo pendenciero y asesino de los pagos de Belgrano. Poseía perspicacia, mucha fuerza y habilidad reconocida, manta al hombro verano e invierno y rebenque colgado del brazo, infaltable en todo entrevero de bailes, cuadreras o boliche, “respetado por todos”, hasta por la policía. Le gustaba ir por las tardes a tomar unas pocas copas, mantener despejada su mente y planear estrategias para sostener altercados con el primero que se cruzara.
Era muy diestro para la pelea, envolvía la manta en el brazo izquierdo, afirmando por los extremos inferiores el rebenque en el otro brazo y con el cabo que era grueso y duro, confeccionado con alambre y plomo y retobado con cuero, entraba a asestar golpes muy fuertes, especies de mazazos, que ponían fin a cualquier agresión.
La hebra del silencio de la noche, en ése cálido octubre aumentaba el eco de cabalgaduras que avanzaban en busca de recreación. Se alargaban las sombras de los árboles de la orilla del camino, mientras el grito agorero de alguna lechuza se descolgaba, vigía desde algún poste del alambrado. Ruedas que giraban llevando gente a su destino. Santa María Salomé, fiestas Patronales de Traill, que convocaban las expectativas de muchos jóvenes. Gaucho Muga llegó en su caballo y entró a alegrar su noche con unas copas en el boliche como era habitual. Allí se encontraban reunidos en forma fortuita, unos cuantos personajes, quienes habían sido objeto en otras ocasiones de su fanfarronería. Desde la pared un gran cartel de “Fontanares” era triste testigo de aquellas historias. Se pusieron de acuerdo tres, que en ese momento estaban junto al mostrador, y despacio lo fueron sacando “para afuera”, Lo acorralaron contra un sulky. La luna brilló en las hojas de los cuchillos desde tres direcciones diferentes. Cuando ya lo creían entregado Gaucho Muga tumbó el sulky, esquivando el caballo. Desconcertados los agresores por el imprevisto, le dieron tiempo para defenderse con la manta, asestando tremendos golpes con el cabo del rebenque que dejaron a sus contrincantes desarmados y maltrechos. Agil y silencioso se deslizó hasta donde tenía atado su caballo, montó sigilosamente y partió, desapareciendo en la oscuridad.
Cuando los parroquianos empezaron a salir del boliche para enterarse...de Gaucho Muga no quedaba ni el rastro...sólo pudieron auxiliar a los caídos que estaban despertando cubiertos de tierra.
En cierta oportunidad, un joven de San Martín de las Escobas gustaba de una señorita de Traill, pero no podía bailar con ella, porque los muchachos de la localidad se lo impedían, este solicitó la intervención de Muga. En el baile siguiente el joven satisfizo su deseo de bailar con la niña que pretendía. Los muchachos locales estaban muy enojados, pero la mirada vigilante del protector, que iba arrastrando el poncho para ver quien se lo pisaba, los paralizaba. Por último simularon un entredicho entre ellos, para que en la revuelta cayera el forastero. Atento estaba Gaucho, buscó su caballo y entró montado recorriendo la pista cubierta donde el baile estaba finalizando. En minutos no quedó nadie, terminando así la reunión sin incidentes.
En los bailes del Paraje boliche Recreo, ése terrible duende de un tamaño y fortaleza impresionante, también realizaba de las suyas, como tirar pimienta entre los bailarines. En una fiesta patronal, mientras los demás bailaban y se divertían, él cambió todos los caballos de los sulkys y volantas. Al finalizar cuando se retiraba la gente, cundió el desconcierto, los caballos no obedecían a sus dueños, tomando rumbos distintos. Cansados, al oscuro, sabiendo que el trabajo en el tambo les esperaba sin dormir, lo lamentaron mucho, pero no podían vengarse.
Por lo general se desplazaba a caballo, pero también tenía un Ford modelo veintitrés o veinticuatro, que era de la familia. Una mañana, muy temprano, uno de sus vecinos, venía para el pueblo y lo encontró en el camino, muy entrado en copas, renegando con su auto. Le daba manija para que arrancara y lo hacía con tanta fuerza, que lo levantaba en el aire, y así no se enteraba que las ruedas delanteras no estaban. ¿Por qué no estaban?. Porque había bajado la guardia y con la borrachera que traía, había ido de cuneta en cuneta por aquellos caminos rurales y los rayos de las ruedas que eran de madera, se habían roto, las ruedas no existían... pero él lo entendería cuando quisiera...Para no perder la dignidad nunca se supo como llegó a su casa.
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