Probablemente sea injusto decir que la culpa fue de Derecha, si consideramos que quizá no fue más que un efecto lógico e inevitable de la apatía de Cabeza de Trapo, que mostraba un desinterés excesivo por el comportamiento de sus manos. Es posible que Izquierda hubiera acabado por hacer lo mismo, si no se le hubiese adelantado su compañera. El hecho evidente e irrefutable es que alguna saltaría, que Derecha fuese la primera en hacerlo no fue más que un hecho circunstancial.
El primer problema surgió cuando, en el almuerzo, Derecha se negó a cortar la chuleta que en ese momento tenía ante sí Cabeza de Trapo. Ante el asombro de su compañera, comenzó a jugar con el cuchillo, haciendo caso omiso a las llamadas al orden de Izquierda, que, poseedora del tenedor, se veía incapaz de atender por sí sola las demandas de Cabeza de Trapo.
El segundo acto de esta opereta tuvo lugar horas después, cuando Izquierda se opuso totalmente a dar palmadas con su compañera, dedicándose por su parte a chasquear los dedos, desafiante, ante la mirada indignada de Derecha, y la presencia ausente de Cabeza de Trapo, que miraba sin ver cómo sus dos manos habían decidido unánimemente ir por libre.
Y, por fin, la conclusión llegó cuando Izquierda comenzó a interpretar al piano la Sonata Claro de Luna, siendo fuertemente contestada por las notas del Para Elisa, procedentes del lado derecho del piano. El duelo musical continuó un buen rato, destrozando obras tan variopintas como el Entertainer de Joplin o November's Rain de los Guns, hasta que ambas manos llegaron a la conclusión de que no podían seguir así. En ese piano no había sitio para las dos. Era el momento de llegar a las manos, nunca mejor dicho.
Ante la embobada contemplación de Cabeza de Trapo, se deslizaron cada una a un extremo del piano, y se lanzaron en una frenética carrera de escalas diatónicas una contra otra, hasta que, con una inmensa palmada, esta vez sí, se enzarzaron en el medio del piano en una feroz batalla de dedos estallados y crujir de nudillos, ajenas a lo que sucedía a su alrededor.
Fue precisamente este apasionamiento en su combate lo que les impidió darse cuenta del cambio, hasta que ya fue tarde.
Cabeza de Trapo había sido sustituida por Cabeza de Hierro.
La vida ya no era la misma para las manos. La férrea disciplina de Cabeza de Hierro las mantenía a raya constantemente, sin liberarlas en ningún momento, sometiéndolas a su servicio. Ya no era posible juguetear en la mesa, ni oponerse al corte de uñas. Ya no era posible el libre albedrío entre manos, estaba prohibido tamborilear con los dedos, a menos que Cabeza de Hierro lo considerase oportuno. Era un tiempo de silencio, de temor, de orden, de paz.
Pero no todo es la paz. Las dos manos habían perdido su identidad propia, no siendo más que instrumentos de Cabeza de Hierro. El tiempo de total independencia vivido con Cabeza de Trapo había desaparecido, y eso se notó. Derecha era incapaz de dibujar como antes. Izquierda había perdido su facultad de chasquear los dedos, y ambas sufrían una total imposibilidad de tocar al piano otra cosa que no fuesen vigorosas marchas militares, respetando fielmente las partituras, sin poder permitirse el más ligero matiz de fantasía e improvisación.
Eso es lo que su dueña quería: Orden, obediencia, control.
Por eso ninguna de las dos movió un dedo por salvar a Cabeza de Hierro, cuando vinieron a por ella. Simplemente, no habían recibido la orden de hacerlo.
Cabeza de Hierro dejó su lugar a Cabeza.
La recién llegada tomó nota de lo ocurrido con sus predececesoras, y percibió la situación de tensión y desconfianza mutuas en la que se encontraban sus manos, que se habían enclaustrado en sí mismas, volviéndose cerrados puños.
Entonces hizo lo único que se podía hacer en una situación así: se llevó las manos a la cabeza, y entabló diálogo con ellas, mano a mano, en una suerte de toma y daca en la que ofrecío colaboración y demandó mutuo respeto, confianza y entendimiento tripartito.
Dio resultado. Se pusieron manos a la obra, y comenzó a funcionar. Ciertamente, no era una existencia salvajemente libre como la vivida con Cabeza de Trapo, pero tampoco una dictadura feroz como la de Cabeza de Hierro. El mundo de Cabeza era un mundo de colaboración desinteresada, donde la libertad de una mano llegaba hasta donde empezaba la de su compañera, y ambas se unían a Cabeza en la búsqueda del bien común.
El ambiente cambió. Desaparecieron las rencillas en la mesa, de nuevo se volvieron a dar palmadas, y volvieron a interpretarse al piano las más delicadas obras, eso sí, con un leve toque de fantasía.
Hace tiempo que no sé nada de ellas, pero confío en que les irá bien. La última noticia que tuve fue la de que buscaban compañeras para interpretar una sonata.
Esta vez a cuatro manos.
Y Taxista se mandó a escribir, y bien que hace, porque para mi gusto escribe muy bien. Lástima que este cuento es para leerlo con calma, tal vez en papel. Yo opino que con Cabeza de Piedra al menos tenemos " pa comer ". Saludos míos, pues.