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Categoría: Misterios

La Cueva

Quién diría que la inmortalidad existe en cada aliento. Mirando el océano, viendo sus faldas terminar en bucles que se rompen en perfecta armonía una y otra vez, pronunciando sonidos atrayentes, recordando nuestro aliento como olas perfectas repitiendo mil veces un sonido: el de la eternidad… Lugar anhelado por toda la humanidad y encerrada en el paraíso del instante, del presente. Lugar al cual muchos huyen por su simpleza y reflejo. Lugar al cual yo, en estos momentos aprecio como aquel niño que mira a un bicho surcando sus piernas sin poder hacer nada más que contemplarlo con asombro….

Me encontraba en aquellas reflexiones cuando un ruido frío rompió el cristal de mi imaginación y fantasía, empujándome a la realidad. Allí estaba mi cuerpo, tirado en un rincón de la caverna ya hacía mucho tiempo. Perdido en la búsqueda antropológica, junto a varios colegas, de aquella antigua civilización incaica. Tratando de entender el por qué de su sometimiento hacia sus exterminadores: "Los conquistadores".

Éramos un grupo de diez investigadores caminando por los terrenos pantanosos del sur del Perú y después de interesantes hallazgos como piedras, fósiles y cerámicas, ya teníamos un prejuicio acerca de hacia donde tendríamos que dar el siguiente paso en nuestros hallazgos. Estábamos prevenidos acerca de un grupo indígena que querían detener nuestras investigaciones, pero hicimos caso omiso de ello. Lamentablemente una tarde, mientras caminábamos a pleno sol, fuimos capturados, ajusticiados, declarados culpables y sentenciados a muerte por este grupo de gente radical. De los diez que éramos. Siete de nosotros fuimos llevados a un cráter para ser apedreados por la comuna. Los otros tres, entre ellos yo, fuimos sentenciados a penetrar en: “La Caverna”.

Nos hicieron caminar durante día y medio hasta llegar a la falda de una montaña y, con unos cuantos indígenas nos subieron a empujones hacia la entrada de la siniestra caverna. Esta cosa era como las entradas de un palacio antiguo, tipo hindú, con lo menos siete oscuros accesos como pozos sin final. Nos hicieron penetrar a este lugar que ellos llamaban: “Lugar de las muchas entradas sin salida”.

Ahora que estoy adentro puedo decir que es verdad. Era como entrar hacia la boca de un ser de piedra y ser triturado lentamente por los dientes de la soledad, la oscuridad y el hambre. Por suerte yo contaba con un pequeño lapicero linterna que me ayudó a alumbrar mis pasos hasta llegar a un pozo negro al cual parecía no tener un final cuando al tirar un guijarro no escuché el final de su caída… Todo era, además de negro, húmedo y lúgubre…

Mis dos compañeros se perdieron cuando doblamos una de las esquinas de la cueva. Después de unos días, encontré sus cuerpos devorados por ratas, murciélagos y gusanos. Quedé solo, perdido en aquella oscuridad, esperando que el hambre acabara con mi vida, antes que me envenenara la locura.

Es increíble acostumbrarse a las tinieblas. No ver contrastes cuando abres o cierras los párpados. Te hace sentir que vives en un mundo perfecto del cual uno aprende constantemente. Después de días de alimentarme de ratas, gusanos y de las carnes de mis ex-colegas la oscuridad se me hizo natural y afable. Era preso de profundas reflexiones. Incluso creía escuchar consejos del silencio acerca del lugar en donde podría encontrar agua con la ayuda de mis instintos, y, siguiéndolos, encontré un pequeño canal que chorreaba como sangre por una de las venas de la cueva. Cuando la hallé, bebí como nunca antes y agradecí a la oscuridad el favor… jurándole que le obedecería y escucharía siempre.

No recuerdo cuanto tiempo pasó para entender que todos los bichos del lugar me respetaban. Conocían mi ruta diaria y lo que necesitaba para mi supervivencia. Llegué a percibir presencias fabulosas. Conocí el olor de las ratas, gusanos, reptiles, sanguijuelas, plantas mustias… Pero a veces sentía el movimiento de las rocas, como si despertaran de un largo sueño. Me observaban y en silencio volvían a acomodarse. Noté que eran de tamaños fabulosos, era increíble pero así lo sentía. Desde aquella fecha me sentí acompañado, parecían observarme con respeto y curiosidad, pero nunca se pronunciaron ante mí. Creo que entendían que en mí, hallarían un testigo silencioso.

En mis tiempos de ocio me dedicaba a viajar a través de mi fantasía e imaginación. En verdad, más que imaginar, viajaba. Traspasaba los muros de la montaña y como un ave observaba desde el cielo a las personas que iban y venían como hormigas enloquecidas de un lugar a otro, unos más activos que los otros… No era de mi agrado aquel escenario, vivían como bárbaros. Prefería observar las montañas, el Sol, los mares, los niños. Escuchaba la música de las cascadas, los gemidos de los animales… Eso era hermoso, armonioso, auténtico y, me llenaba.

No era consciente del tiempo. Un día observé que los seres rocosos se agitaban, inquietos y, como nunca antes, me hablaron: “Ve al pozo”. Sorprendido, obedecí sus órdenes y, caminando con temor, llegué al umbral del pozo negro. Sabía que mi vida terminaría y dudé en aventarme. Las rocas temblaban más y más y muchas piedras rodaban por mi entorno. De pronto, sentí que el pozo me chupaba como aspiradora hasta sustraerme a sus entrañas como una pelusa… Caí y caí y no había cuando terminara aquella caída. Perdí la conciencia y cuando desperté, estaba echado en una montaña de arenilla ploma, como ceniza. Todo aún seguía en tinieblas pero era diferente, pues el aire que respiraba se hacía muy caliente como el azufre, irritando mi nariz.

Comencé a caminar, y cuando miré hacia arriba observé una bola inmensa de color rojo. “El infierno” - pensé. Continué mi marcha y no lejos del lugar escuché el sonido del mar. Corrí hacia él y cuando llegué, su color era rojo como la sangre… Mientras recorría su orilla, encontré cientos de cuerpos humanos mutilados, trozados; peces y todo tipo de animales… Todo era nauseabundo. “El infierno” - volví a pensar.

De pronto, el clima comenzó a enfriarse como si estuviera en el polo. Empezó a nevar en la misma oscuridad. Busqué un refugio para proteger mi cuerpo que empezaba a congelarse. Hallé un sendero que me llevó hacia un bosque en donde la tierra era como ceniza y los secos árboles eran negros como quemados… Con suerte encontré una cueva, y descansé un momento. Cogí retazos de cuero que encontré por la zona y salí de la cueva.

La bola roja había oscurecido aun más, ahora era de color púrpura y el frío aumentaba. Entendí que aquella bola se estaba apagando, así como mi vida… Retorné a mi caverna. Cerré los ojos y ya en mi hueco, volví a pensar, a imaginar, a viajar… Estaba en un lugar hermoso con cientos de aves volando a mí alrededor, mientras caminaba por la orilla de un océano mirando el Sol, escuchando las olas del mar, sintiendo mi aliento que vibraba cada vez que llegaba a las orillas de mi alma… Entonces, me di cuenta que no deseaba despertar nunca más…




Lima, 22/10/04
Datos del Cuento
  • Autor: joe
  • Código: 11418
  • Fecha: 24-10-2004
  • Categoría: Misterios
  • Media: 6.13
  • Votos: 61
  • Envios: 0
  • Lecturas: 6358
  • Valoración:
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Comentarios


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1 comentarios. Página 1 de 1
Eddy Garcia
invitado-Eddy Garcia 24-10-2004 00:00:00

He seguido tus cuentos, muchos no me gustan, algunos son buenos, pero algo es cierto, a medida que avanzas en el arte de escribir tus relatos cobran cierto brillo, hasta llegar a este que no se porqué oculta razón me ha llegado, felicitaciones, aunque largo la trama atrapa, y indiscutiblemente esta cargado de un esoterismo que le hará victima de comentarios adversos, arriba Joe...

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