Yo y Mario somos grandes amigos. Por eso Alfredo, mi hermano menor, se inventó a los Armandos. ¡ Qué chiquilín ! , siempre nos anda a la cola y si lo maltratamos se la agarra conmigo.
Como les decía, para hacernos la competencia y para no ser más uno contra dos , mi hermano imaginó un amigo que se llama Armando. Puro invento, porque yo les juro por Dios que no existe ; pero él habla y juega a las figuritas con Armando como si fuera un pibe de verdad. Para colmo, oigan lo que me contó el otro día. Dice que Armando no es uno sino tres : el Armando grande que es un matón y que tenga cuidado con él porque me va a dejar nocau, el Armando del medio que le juega carreras en bicicleta y le roba el dulce de membrillo a mamá, y el Armando chico. De ése no me dio ningún dato, pero debe ser con el que charla y charla, como el otro día , que lo pesqué contándole la película de Ivanhoe al aire de la pieza . Y todo porque nos tiene una envidia bárbara a mí y a Mario, que armamos unos torneos igualitos a los de la película aprovechando las cañas de la corona del vecino que se murió.
Para peor él cree en serio en los Armandos , aunque yo juro por Dios que me caiga muerto que es mentira. El otro día me encara :
- ¡ Te peleo !.
- Dale - acepté, total le gano siempre
Ahí nomás se esconde detrás del ropero. Se achicó, me dije. Pero no, salió sacando pecho y con la cara enrojecida como los tomates de la finca del tío Eleazar.
- Ahora soy Armando grande - gritó con voz de monstruo de película de terror mientras se me venía encima.
Esta vez me la dio, y eso que le llevo cuatro años.
La derrota me dejó con la sangre en el ojo, para colmo a Mario se le había dado por cargarme hasta que amenacé con romperle la cabeza.
Ese fin de semana mamá y papá salieron. Como prometimos no hacer ningún desastre, nos dejaron quedar en casa. Mi hermano se fue a la pieza a jugar a las figuritas con su bendito Armando ( ¡ Je, je ! ), yo y Mario preferimos el patio. Ahí hay un parral que en esta época se llena de uvas grandes y redondas como bolones . Estaban tentadoras, pero el parral es muy alto.
- Vamos al consultorio - se me ocurrió.
En el consultorio de papá, siempre tan blanco, hay una ventana enrejada que da justo al parral. Subiéndose a la camilla es muy fácil alcanzarla. Eso hicimos con Mario. Después estiramos los brazos entre las rejas, arrancamos unos cuantos racimos y ¡ adentro uvas !
Pero al rato estábamos aburridos. Entonces Mario me acertó una uva justo en el ojo, yo le disparé otra que se reventó en su remera a la altura del corazón, y él otra y yo otra, y uva va, uva viene, él eligió de trinchera el armario de los remedios y yo me refugié detrás de la camilla. Cada uno con una reserva de uvas al lado.
Así seguimos como una hora . Cuando paramos no por falta de valor sino porque nos habíamos quedado sin proyectiles , el consultorio parecía un cementerio de cucarachas aplastadas. Cucarachas violetas en el piso, despanzurradas y colgando de las paredes, chorreando sobre los papeles del escritorio . La sábana blanca que cubría la camilla era un asco.
- Mamá nos va a matar - me palpité.
- Vamos - cuchicheó Mario.
Casi en puntas de pie entre los hollejos reventados, salimos del consultorio y volamos a la calle.
Cuando volvimos ya anochecía . Por suerte el sillón de papá estaba vacío y mi hermano no se veía por ningún lado. Va a ser más fácil de lo que pensé , me dije para darme coraje . Antes de abrir la puerta de la cocina , le hice señas a Mario para que se tapara la mancha violeta de la remera.
Mamá estaba de espaldas, lavando unas verduras en la pileta de la mesada. La iba a saludar como si nada hubiera pasado , pero justo se dio vuelta y me miró. Entonces me vino como una inspiración.
- Fue Alfredo - grité - él ensució todo el consultorio de papá.
Mamá no dijo nada. Sólo siguió mirándome de esa manera que ella tiene.
- Él jugó a la guerra de las uvas con los Armando - agregué sin poder parar -. Con Mario estábamos haciendo los deberes y los escuchamos. Les pedí que la cortaran , pero el Armando grande casi nos mata a uvazos y tuvimos que irnos.
A pesar de mis explicaciones la mirada de mamá no había cambiado, entonces no aguanté más .
- Además es Alfredo el que siempre te roba el dulce de membrillo - le conté poniendo cara de mártir - y siempre me echan la culpa a mí...
- ¡ Soplón !- aulló Alfredo que había entrado no sé cuándo. No lo dormí de una trompada sólo por la forma en que me miraba mamá.
Ahora yo y Mario estamos en el consultorio de papá. Cada uno con un trapo mugriento en la mano, la cintura dolorida y los dedos agarrotados de tanto limpiar.
Las cucarachas violetas no se terminan nunca y yo juro por Dios que los Armandos son puro invento. Porque si fueran de verdad, como dice mi hermano, mamá nos hubiera creído.