Acelero y siento que el viento lucha. Lucha por hacerme caer, o quizás por hacerme ver que no está bien lo que hago. Pero a mí me gusta la velocidad, y me apasiona el sentimiento de libertad que me proporciona.
Libertad… Me gusta cómo suena. Es el sentimiento menos abstracto de todos, tan perceptible que a veces me ha parecido tocarlo, aunque es tan escurridizo como el amor, la felicidad o el odio.
Sigo acelerando, y no se aprecia siquiera la discontinuidad de las líneas marcadas en la carretera. Quien algo quiere, algo le cuesta, y la recompensa de la libertad requiere miedo; miedo porque sabes que puedes morir si algo falla, aunque vale la pena arriesgarse. La aguja del cuentakilómetros parece la de un reloj que marca el tiempo que resta para alcanzar el éxtasis, para tocar la cumbre con mi mente. Los ojos me lloran, aunque no sé muy bien si es por culpa del aire o es de felicidad.
A medida que la velocidad aumenta, me permito el capricho de disfrutar del ocaso, y lo descifro con la vista difuminada por las lágrimas. Es lo único que no se mueve, impasible y a la vez constante. Es el más bonito de todos los que he visto antes, pero sigue siendo inalcanzable, como todos. No importa lo rápido que yo decida ir, ni lo que siento al enfrentarme al aire, porque nada le distrae de su bella rutina. No puedo parar de acelerar, aunque no tengo ninguna prisa. Necesito saborear el camino. Voy a ser libre de nuevo. Me encanta jugar con la vida, tomarle el pelo y reírme en su cara, demostrarle que el miedo es algo fútil para mí.
Pero la vida también sabe jugar, y mejor que yo. Quizá esta vez me haya pasado. Y el que juega con fuego, tarde o temprano se quema.
Intento frenar, pero he perdido el control. Y la esperanza. Esta vez me he equivocado de camino, y no puedo volver atrás, no hay manera de rectificar. No puedo pedir perdón y corregir mi error. Esta vez ya no. Tan sólo me queda tiempo para arrepentirme mientras estoy en el asfalto, con la moto sobre el pecho y la cabeza sangrando. Ni siquiera puedo girarme a contemplar el ocaso, aunque sé que él me observa, indiferente. Esta vez no he llegado a la cumbre, no he alcanzado el éxtasis, no he acariciado la libertad. Esta vez no.
Esta vez… no.