No tenía ganas de escribir, más bien ganas de engancharme a una hembra, pero, para eso, para un hombre solitario y viejo como yo, que no tiene más que para comer y dormir, es bien difícil. Si no fuera por las películas eróticas y de aventura, me volvería loco. Esas cosas ayudan a que el cuerpo se emocione, lo malo es que aburre, no es lo mismo que, por ejemplo, estar echado con un hembra a tu lado, no es igual. Por eso es que me detuve a pensar un buen rato y traté de recordar los momentos en que la pasé increíble... Yo pensaba que esos momentos estaban llenos de sexo, diversión, aventuras, pero no, nada de eso, esos momentos fueron los ratos en que la pasé con mi difunto hermano... Fueron bellos momentos como aquel en que lo vi echado en su cama con una chica totalmente desnuda, fumando ambos un troncho de marihuana. Ven, me dijo. Subí a su cama y me dio un poco de marihuana, no me gustó y a él eso le gustó, y me dijo que aún no era mi tiempo. Me contó una linda historia acerca de cinco palomas que se encuentran en un nido, su madre ha muerto y una serie de bichos se les suben a sus cuerpos. Todos, excepto uno que sobrevive al caer del nido hasta llegar a tierra, y en la tierra se encuentra con un niño cazador de mariposas que al verlo lo coge en sus manos y se lo lleva a su casa. Lo cría, lo alimenta, le pone un nombre hasta que llega a ser una linda ave de colores negro y rojo, un petirrojo. El niño ve que el ave tiene deseos de volar, irse lejos, así que se lo lleva a su ambiente natural y el ave se le queda mirando un rato, luego mira hacia el bosque, y luego al niño hasta volar un rato alrededor de él para volver al rato, y luego de alejarse cada vez mas y mas se pierde por el bosque... El niño se alegra por el ave, pero entristece cuando ve su jaula vacía. Coge la jaula y la echa a la basura. Va a su cuarto y se pone a llorar, extraña la presencia del petirrojo. Hasta que una tarde, cuando ya han pasado muchos años, y el niño ya es un hombre con mujer e hijos, vuelve a ver a un petirrojo por los bosques encima de un viejo árbol. Se queda mirándole, y le pide que se acerque. El ave se le pone en sus manos abiertas y luego se va volando un poco lejos... Esta escena es muy hermosa y al día siguiente, este hombre va al mismo lugar en donde vio al petirrojo y le construye una casita, le echa comidita y se va. Por la noche vuelve y ve que el petirrojo ha vuelto y se ha metido en aquella casita con todas sus crías. El hombre sonríe y le dice al ave el por qué ha vuelto, y el ave saca su cabecita de la casita y le cuenta al hombre que para que él sea feliz... El hombre vuelve a sonreír y no hay día en que no valla a dejarles comida a las avecillas. Esta costumbre les inculca a sus hijos, y esta casita se vuelve en una fortaleza que se llena de muchas aves de variadas especies. Todo es hermoso hasta que el hombre llega a enfermar y cuando está agonizando en su lecho, solo, sin nadie a su lado, ve que en el borde de su cama hay cientos de petirrojos llamándolo, esperándolo, diciéndole que al fin ya puede volver a su ambiente natural, y volar lejos... El hombre se frota muy fuerte los ojos y ve un paraíso, y siente que el cuarto en que yace empieza a derretirse como si fueran de chocolate. Se para y empieza a flotar. Vuelve a ver el paraíso que no es más que un lugar como cualquiera, llena de gente amigable, sol que no cesa de brillar, árboles, plantas, aves, todo... Y se impulsa con fuerza y siente que entra por un hueco negro, como saliéndose por la retina de sus ojos, y se va, más y más lejos, hacia su ambiente natural... Esta fue la historia que me contó mi hermano y que yo la creí. Y fue por este cuento que yo adoré a mi hermano hasta que falleció en un accidente de auto. En su tumba le dije agios pero cuando vi a un petirrojo en su lápida, sentí que no estaba muy lejos de mí, porque ahora estaba en su ambiente natural... Pero, ¿cuál es mi ambiente? Dejé de escribir, también de hacer lo que acostumbraba hacer y decidí irme muy lejos de este ambiente. Tomé un auto y me fui a un pueblo alejado de la ciudad. Encontré un trabajo y me puse a pasear por el campo. Vivía como un animalito. Comía, dormía, leía, escribía y, me sentí muy bien... Nunca mas volví a mi casa, y aunque muchas veces me sentía solo, el hecho de sentirme un poco más cerca de mis sentimientos y de mi paz, hacía que todo tuviera sentido, mucho sentido… Y ahora en que no hago nada importante, escribo mucho, y cuento muchas cosas sin sentido, cosas como que hay veces me siento mal otras muy bien, y así, es como un diario, uno que pinta y colorea mi vida, quizá sea esto, mi creatividad, mi ambiente natural, un lugar en donde viajo lejos, muy lejos, mas y mas lejos, hasta que ya no vuelva mas…
San isidro, junio del 2006