Existen calles sin salida o sin entrada, según como se mire. Calles que empiezan o acaban contra un muro, en ninguna parte, calles frustradas, que sienten envidias de otras calles, que nacen y mueren sin principio ni fin, o con principio y fin abiertos, libres.
Calles de ida y vuelta, de dos sentidos, de dos direcciones. Callen que necen en otra calle y mueren en otro calle, como calles afluentes. Calles que se muestran solidarias con sus compañeras, y las cruzan y descruzan. De tí salimos, a tí llegamos. Gracias por estar ahí. Una y otra y otra...
Las calles cortadas se suelen esconder, avergonzadas, se sienten incompletas, como si fueran menos calles. Piden perdón. Y las ponen señales, las marcan, "Calle Cortada", para que todo el mundo lo sepa, para aumentar su vergüenza, para indicar su diferencia.
Hay calles nuevas, recién salidas del horno del alcalde. Calles viejas, de esas de toda la vida, con solera, con sus placas: "Aquí nacio..." eso suele dar prestigio, quizá a la calle, quizá al personaje.
Hay calles en cuesta, cuesta arriba, cuesta abajo... como la vida, como las vidas.
Calles y más calles, calles para no pararse en ellas, calles chungas, calles duras, calles de vida fácil, calles siempre en obras...
Vivimos en tal calle, comemos en tal calle, trabajamos en tal calle... Hasta que llegamos a la última calle... sin retorno, sin salida...
Me encanta este cuento tan urbano y sensible. La metafora de la vida y la calle y la calle que es la vida.