Era una tarde llena de calor, gente que no miraba más que sus preocupaciones, autos que pasaban con los rostros concentrados en las calles cuando un hombre de mediana edad decidió acabar con su vida.
Si uno le viera no podría creer que fuera de ese tipo de persona, pero en estos tiempos donde la gente llena su vida de sueños, ilusiones, televisión y amigos, es lógico que de suerte continúen atados a las formas encorsetadas de una vida normal.
La vida de nuestro personaje era diferente, era artista, y uno de esos artistas mediocres para los demás menos para sus conocidos y él. La vida de este señor, llamémosle K. era especial. Desde niño sus padres juraban que iba a llegar muy alto, que su nombre estaría escrito en los libros de la vida como uno de esos que llegaron en el arte a la inmortalidad, pero, uno en la vida se topa con realidades que lo empujan hacia un destino sólo conocido por algo, o alguien que se dedica a jugar, o dejar jugar con las vidas de su creación.
Caminó hasta el puente más alto de la ciudad y echó todos sus pinceles, sus lienzos, sus documentos, sus ropas... quedándose desnudo, totalmente desnudo... no era nada, no era nadie. Al cabo de minutos llegó la policía coligiéndolo en un saco de fuerza y llevándolo a un loquero. Y allí vivió nuestro K., sumido en la bulla de sus vecinos, en la incoherencia de la anarquía de vida natural, como esos entes que pululan como una pluma en el aire, o tormenta en este caso.
Muchas veces trató de suicidarse a través de embutirse esos caramelos de colores que tanto coleccionaba... pero la suerte, o la mala suerte no deseaba que concluyera su vida. Pero, qué era lo que sucedía dentro de su cabeza... nadie lo sabía, excepto yo, que soy su creador, es decir es mi personaje. Les diré que K. era bipolar, es decir, una maniaco depresivo, o, efusivo, al cual la vida le hizo muchas llagas como cuando se enamoró por primera vez, pero cuando el amor de la chica se apagó, K. fue hasta su casa con una daga, tocó la puerta y preguntó por la hermosa chica. Ella salió y K. descubrió sus brazos cortados chorreándole sangre como si fuera la mies de un árbol viejo, diciéndole: Te amo tanto, que muero por ti... ¿Aún me amas? La chica cayó de horror al piso, y su padre al ver al muchacho, y a la chica tirada como un estropajo, le tiró la puerta de su casa, llamando de inmediato a una ambulancia para curar las heridas de K.
Pero ahora nuestro personaje se encuentra mejor, ya se siente con ganas de pintar nuevamente. Le pide al doctor del loquero un lienzo, y pintura. Se lo dan. K. produce si parar de día y de noche... y, K. hace su obra maestra... Es un cuadro todo de rojo sangre, ha puesto sus cabellos pegados en el lienzo, se ha arrancado sus ojos, cortado una de sus manos y la ha empotrado en aquel lienzo como si fuera la mano del creador... K. ha muerto desangrado, pero su cuadro aún continúa latiendo... En una esquina está su firma: fin.
San isidro, marzo del 2006