La gente me llama ahora Balhumbé. Es un nombre compuesto que me define bien. Bal significa corto de vista; y es cierto que lo soy, que a más de dos metros no distingo entre león y leona. Hum era el nombre de mi padre; y significa silencioso. Yo también soy muy parco en palabras; pero no tanto como él: él fue el colmo, ni cuando se lo estaba comiendo vivo una manada de hienas hambrientas soltó alarido o quejido alguno. Bé significa tranquilidad, y era el nombre de mi madre; y es lo que más me gusta del mundo, esa calma del orbe todo que se ofrece en las noches de luna llena: allí yo puedo tocar la eternidad. Allí yo leo el futuro, el que luego les cuento a ellos, a toda la tribu, al final del baile del fin del mundo, cuando los cuerpos derrotados pueden ser tocados por la magia.
Hace ya mucho tiempo que vivo de estar sentado a la puerta de mi choza. Alguien me trae algo de comer todos los días. Seguro que alguna mujer que necesitó mis cuidados como partero, o alguna otra que los necesitará en el futuro, quién sabe, que el olor de sus cuerpos se repite muy de tarde en tarde.
Nada tengo, nada puedo perder. Aquí estoy, construyendo el mundo con las manos de la ilusión.