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Categoría: Hechos Reales

Mamita, parezco un mendigo

Eran muy humildes, no pasaban necesidades, pero a veces las cosas no andaban bien y el dinero no alcanzaba para comprar ropa o algún otro lujo.
La madre tenía una quinta y cultivaba de todo, no faltaban ni los espárragos y los deliciosos champiñones. La ayudaba un gallego renegado, bajito, flaco, un excelente trabajador de la tierra, pero de muy mal carácter. Usaba una gorra con visera que jamás se la sacaba, pero cuando se ponía la visera para atrás, anunciaba estar contrariado por alguna cuestión, y se enojaba por cualquier cosa. Pero era un gran trabajador. Sonreía orgulloso cuando llenaba los canastos de frescas verduras y relucientes tomates.
El padre, además del tambo, sembraba la tierra.
Me parece verlo, como si fuera hoy, arando bajo el sol y secándose el sudor de la frente con la manga de su camisa gris.
Su cariñosa esposa cruzaba el campo llevándole un jarro de limonada fresca que bebía con placer.
Su único hijo varón, apenas un niño de 8 años le ayudaba a esparcir las semillas, mientras sus hermanitas espantaban las palomas torcazas y gorriones que se arremolinaban sobre las semillas, hasta que se pasara la rastra.
¡Qué momentos de placer, de unión! Todos ayudando para que el trigo, la alfalfa, o el maíz brotaran con vigor. Eso significaba tener dinero y poder satisfacer las necesidades mínimas.
Al comienzo del otoño comenzaba la yerra, se juntaban todos los campesinos vecinos y se ayudaban unos a otros.
Eran épocas de regocijo porque en familia todos trabajaban con gran alegría como si fuera una gran fiesta.
Cuando se carneaban los chanchos era momento de terror. El alarido lastimero del cerdo acuchillado mientras extraían la sangre para hacer morcillas.
Luego las mujeres preparaban los embutidos para guardar para el invierno. Cantaban, hacían chistes, bailaban... Los niños corrían y jugaban entre los olores de la carne, los adobes, el vapor de las grandes ollas.
Una mañana, mientras se preparaban para ir a la escuela en su sulky, se escucharon angustiados reclamos y sollozos. El niño tenía una sola camisa, remendada y zurcida, pero su madre le agregaba un cuello blanco para anudar la corbata. Era lo único que sobresalía de su pulóver azul.
-Mamita, si me pasa algo y me tengo que desnudar me va a dar mucha vergüenza. Mira la camisa que tengo, parezco un mendigo.
-No importa querido- le decía con inmenso cariño- cuando seas grande y seas doctor te vas a acordar de esta pobre camisita blanca. Y entonces vas a tener muchas camisas de seda, pero ésta va a ser siempre la más querida porque es la única que te pudo dar mamita, cada zurcido y cada remiendo cocidas con lágrimas de pena y amor.
Cuando aquel muchachito se convirtió en hombre, jamás olvidó las sabias palabras de su madre. Estudió y se convirtió en doctor en leyes. Al vestirse con suaves camisas de seda, recordaba con inmenso cariño, aquella que tan solo relucía un blanco cuellito nuevo.
Estela Foderé
Datos del Cuento
  • Categoría: Hechos Reales
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Comentarios


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3 comentarios. Página 1 de 1
Julia Tagliani
invitado-Julia Tagliani 16-05-2008 00:00:00

Aprecio profundamente este cuento que descubre los valores perdidos del esfuerzo de una madre, luchando por sus hijos rodeados de pobreza, pero una riqueza sublime en su tremendo corazón de mujer, que afronta la pena de su hijo y sale valerosa ante la angustia y el clamor de un niño. Mil felicitaciones señora Foderé.

Mecha
invitado-Mecha 11-04-2008 00:00:00

Cuánta dulzura transmites en este cuento, las penas de una madre luchando contra la pobreza y brindar a su hijo bienamado el sabor del amor. Felicitaciones.

Carlos
invitado-Carlos 05-09-2007 00:00:00

Señora, su relato me ha conmovido profundamente, recordando a mi abuela, cuando de lo viejo hacía nuevos vestidos y salíamos a relucirla con orgullo Bendigo su pluma y su don de escribir. Felicitaciones.

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