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Una historia de amor

“Ella atravesó el vestíbulo. Corría con todas sus fuerzas a la espera de que los fornidos brazos de su amante la recibieran para enfrascarse en un beso sin final, eterno... como su amor.” ¡Por fin! Estas líneas denotaban el ambiente de amor que había intentado impregnarle al relato y recién en el desenlace parecía lograr su cometido. Tantas líneas escritas en los anteriores dos días no llegaban a un grado tan alto de romanticismo y sensiblería como ese último párrafo.
El tiempo apremiaba, las horas pasaban y los avances eran mínimos. Leía y releía las palabras buscando dar con las expresiones que dieran vida a los personajes, esos ficticios personajes que no eran más que dos amantes en busca de un también ficticio amor. Era complicado de entender, pero él sabía que era más difícil aún llevarlo a las frías letras de un cuento dándole el suficiente dramatismo.
Respiró hondo y clavando la vista en la vieja máquina de escribir se dispuso a seguir:
“Al llegar a la puerta final se detuvo, sabía que al trasponerla encontraría allí a su amor; dicha puerta era un portal que la transportaría a un mundo de sueños y fantasías del cual nunca quisiera volver.”
Otra frase más, y casi diría que digna de un romántico del siglo XIX. Estaba empezando a tomar confianza, a creer que era posible escribir una historia de amor. A su mente le vino la imagen del jefe de la editorial, el cual le había dicho que sólo era un mediocre escritor de hechos policiales. “Mañana se va a tragar sus propias palabras” pensó mientras buscaba tomarle nuevamente el hilo conductor a la narración.
“Abrió la puerta lentamente, buscando darle una sorpresa a su amado...” Esta frase no era adecuada en el marco en que se desarrollaba la historia. Ella venía corriendo así que hubiera sido ilógico que al llegar a la puerta se detuviera e intentara entrar sin hacer ruido, su presencia ya tendría que haber sido advertida.
Borró con el corrector la frase y se preparó para lanzar una nueva oración sobre el blanco papel:
“Abrió la puerta bruscamente, excitada en todo su ser por la cercanía de su amado...” Esta estaba mejor, aunque en una segunda lectura advierte un contenido demasiado mundano en la frase “excitada en todo su ser”, la cual no se correspondía con el amor puro y sincero que intentaba darle a la historia.
Miró su reloj, ya era muy tarde y empezaba a sentir síntomas de cansancio. Pero no podía detenerse, estaba inspirado y sabía que no habría otra oportunidad de lograr un cuento de amor, era esa noche o nunca. Tomó nuevamente el corrector y decidió pensar antes de escribir. Diez segundos de reflexión bastaron para volver a posar sus manos en la máquina:
“Abrió la puerta bruscamente, sabedora de que su anhelado encuentro era ya una realidad que cubría todo el ambiente.” Perfecto. “Un enunciado propio de los grandes de la literatura, una prosa digna de Gustavo Adolfo Béquer” pensó.
Los pensamientos invadieron su mente... ya no sería un simple escritor, de ahora en más las puertas de la literatura mundial se abrirían a sus pies, un dramaturgo a la altura de los grandes de las letras. “Seré como Cervantes, como Ruben Darío, como Ortega, como Gasset, seré como ellos y más.”
Se lamentó por los días perdidos, cuando creía que le sería imposible escribir una historia de amor. Pero ahora todo había cambiado, dentro de él siempre supo que no podía ser tan difícil, si había escrito historias sobre la guerra y jamás había sido soldado no creía que nunca haber estado enamorado sería un impedimento para escribir sobre el amor.
Sabía que el destino se había puesto de su lado, era la última oportunidad que tenía y no la iba a desaprovechar. Su jefe le había dado un ultimátum: “Escribís una historia de amor o te vas a la calle”, frías palabras que habían retumbado en su cabeza los últimos dos días pero ahora ya no, de ahora en más todo sería diferente. Esta historia cambiaría su vida.
Miró nuevamente el reloj, ya el sueño lo había invadido por completo pero aún tenía que escribir un final. Un final apropiado para el cuento, ya que una vez había escuchado que “una buena historia con un mal final, no es una buena historia”; era una gran verdad.
Quería dormirse pero tenía que escribir el epílogo de su historia en ese momento, si lo dejaba para mañana antes de ir a la redacción, sabía que el encanto y la magia se le habrían escapado de las manos. Pero cómo terminarlo: un final feliz siempre le gusta a la gente, o uno abierto, que deje al lector pensando o algo metafórico, aunque para eso tendría que pensarlo bien y no estaba en condiciones de pensar, tenía sueño, mucho sueño. Ya no podía mantener los ojos abiertos.

* * *

Se despertó cuando un rayo del sol que ingresaba por la ventana le dio justo en un ojo. Intentó moverse pero sintió que le dolía todo. No era para menos, se había quedado dormido apoyado sobre la máquina de escribir. Se levantó y pensó en darse una ducha, tal como lo hacía todas las mañanas antes de ir a trabajar. Casi mecánicamente miró su reloj... faltaban quince minutos para el mediodía. ¡Quince minutos para que cerrara la redacción! Quince minutos y estaría despedido.
Miró la hoja colocada en la máquina y recordó el relato que confeccionó la noche anterior. Aún quedaba una última oportunidad, el reloj era su enemigo pero tenía que intentarlo. Leyó rápidamente todo la historia y vio que le faltaba aún la última oración. Colocó sus manos sobre las teclas y sin pensar ni siquiera un instante, fiel a su estilo policial, colocó la frase terminal:
“Cuando terminó de abrir la puerta, descubrió el cuerpo de su pareja, quién yacía tendido muerto desde hacía ya horas en el suelo.”
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