No hay sol, pero tampoco hay nubes... una tarde gris. No hay nada alrededor. Solo un banco donde se encuentra sentada Sara. Dos delicadas lágrimas resbalan por su mejilla. Tiene la mirada perdida. Esta inmóvil, sin hacer un solo gesto, sin llanto, sin sonrisa, sin parpadear. Sobre sus manos una carta abierta, mojada por las gotas saladas que se desprenden de entre sus pestañas. De pronto se levanta, deja caer la carta como si nunca la hubiera tenido entre los dedos.... y se va, lentamente, desvaneciéndose entre las sombras de los árboles... perdiéndose en el olvido.
Pero alguien la estaba observando. Alguien vio como dejaba caer la carta y sus sueños a la húmeda tierra. Ese extraño se acerca al banco donde se encontraba Sara. Recoge la carta y la abre con delicadeza. La lee.
“Querida Sara, para cuando leas esta carta ya habrá sucedido todo, ya no habrá vuelta atrás. Quiero que sepas que esto era inevitable y que tú no tienes nada que ver en la decisión que he tomado. Tú has hecho todo lo que has podido por mí, pero yo ya estaba perdido desde hace mucho tiempo, era inevitable, era inevitable.
Nunca quise ni he querido a nadie como te he querido a ti. Has sido lo más grande que le ha pasado a mi vida y te doy las gracias. Gracias por todos esos momentos felices que me has dado, gracias por inspirarme, por llevarme a otros mundos donde nadie sufre, a esos mundos de sueños llenos de pájaros que querían volar.
Ahora sopla el viento, pero sigo muerto por dentro.
No quiero que sufras, lo único que quiero es que seas feliz. Se feliz “.
El desconocido levanta la vista, mirando de un lado a otro, intentando encontrar inútilmente con la mirada a la joven que pocos minutos antes había estado allí sentada. No hay nada, ni siquiera los pájaros se atreven a romper el sepulcral silencio reinante. Se pregunta si la carta significa lo que él cree que significa... alguien ha abandonado este mundo, alguien ha dejado de respirar.