Por esos años se vino una terrible sequía en toda la Huasteca y en Tanquián de Escobedo no era la excepción, en otros años la naturaleza había sido benigna con la agricultura, pero ya habían pasado dos años sufriendo los estragos del estiaje y de nueva cuenta temían una mala temporada. Ilusionados vieron pasar el día de la Santa Cruz, de San Pablo, de San Isidro el Labrador, de San Juan y nada. El pueblo devoto agotó todos los recursos, pero de nada valieron danzas ni velaciones, a San Antonio lo pasearon por todas las calles, finalmente terminó bañado en el río, con la esperanza de que se condoliera de los sufridos feligreses y les enviara la ansiada lluvia. Cuentan que en una comunidad cercana, en el colmo de la desesperación hasta los gatos bañaron.
Todo mundo rumiaba esta desgracia, no menos Bibiano Leyva, tosco ganadero que veía con desesperación cómo su hato mermaba a consecuencia del mal tiempo. Si bien él era creyente, no era muy asiduo a ir a misas, constantemente criticaba a “. esa bola de viejas argüenderas, no van a rezar sino a echar tijera”, o bien “. los padrecitos ya no son como los de antes, ora se dedican a hacer negocios con las misas, por eso yo no voy a la iglesia”. Todo esto hizo que llegara a la siguiente conclusión: El Cielo no escucha las súplicas porque en la Tierra todo anda patas arriba, así que tomó la decisión de acudir a la capilla del Cerro del Tempexquite e implorar por la lluvia. Entró a tranco largo, con todo y espuelas, vio la imagen de Jesucristo y cayó de rodillas:
- Señor no hemos sabido entender tu Evangelio, tu que sufriste flagelaciones por culpa nuestra, no es justo que aún te sigamos crucificando, tráenos la lluvia a cambio de mi sacrificio.
Diciendo esto, tomó la reata de lazar que llevaba al hombro, formó una gasa doblada y azotándose la espalda, exclamó:
- ¡Qué llueva Señor! .y ¡Zas!
Así se mantuvo Bibiano, hasta que fueron a avisarle al sacerdote, que alarmado acudió hasta la capilla y lo increpó:
- ¡Detente hijo, no hagas eso ! .
Bibiano, sin inmutarse, ya con la ropa desgarrada, seguía.
- ¡Que llueva Señor!.y ¡Zas!
- ¡Por amor de Dios Bibiano, te vas a matar! .
- ¡Que llueva Señor! . y ¡Zas!
Desesperado el sacerdote lo sacudió de los hombros, Bibiano se levantó enmuinado y encarándolo le dijo:
- ¡Ah no Padrecito. ora llueve o nos carga la chingada!