Se puso el rojo del semáforo y tuve que frenar abruptamente. Aproveché ese momento para mirar hacía el asiento de atrás, donde venía mi padre. Le pregunté como se sentía, no me respondió, su mirada estaba perdida, mirando a todos lados y a ninguno. Extendí la mano y le acaricié la cabeza tratando de hacerlo reaccionar. Mis intentos fueron vanos, no me reconoció.
La luz verde del semáforo me indicó que debía arrancar y así lo hice. Por el espejo retrovisor lo seguía mirando al mismo tiempo que pensaba en el momento que llegada mi propia vejez tuviera que recurrir a alguien, como ahora él a mí. ¡Qué remedio!
Los seres humanos vivimos en etapas, en días, semanas, meses. Como las épocas del año, primavera, verano, otoño, invierno. El tiempo nos va desgajando y sobre nuestro ser va cayendo la gotera de los días, casi sin darnos cuenta...convirtiéndonos de niños en adolescentes, hasta llegar a la terrible etapa de los adultos..Cosa burda, cruel y fea esa de ser adultos...
Llegamos al hospital, bajé corriendo del auto, le pedí a la primera persona que tuve al frente que sacara a mi padre del auto. Llevaron una camilla y así, en esa forma entró a la sala de urgencias.
Diez horas después recobraba la conciencia, pudo reconocerme y hasta habló. Le pregunté como se sentía....sonrió y escurrieron lágrimas de sus ojos. Yo sentí un nudo en la garganta, salí un momento de su habitación, respiré profundo y volví..
Mira que despeinado estas -le dije- Saqué un cepillo de mi bolso, lo recargué en mi hombro como si fuera mi hijo y empecé a peinarlo. Y así, como si fuera mi hijo, se quedó dormido en mi regazo. Bendita vejez que me provoca tantos sentimientos. Sabrá Dios si yo llegue a causarles los mismos estragos a mis hijos, ojalá que no...