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~~En un pueblo de América Latina, en una gran casa con jardín, vivía un hombre solitario al que sólo le gustaba la compañía de su viejo criado.
~~El sirviente llevaba muchos años a su servicio y se encargaba de todos los quehaceres para que el hogar estuviera siempre limpio y ordenado. Cada mañana se levantaba antes del amanecer para hacer las camas, quitar el polvo y tener listo el desayuno a primerísima hora. No había nadie más profesional, servicial y educado que él, y por eso, el señor de la casa le respetaba y apreciaba mucho.
Un día este hombre, que dirigía una empresa y siempre estaba muy ocupado, llegó a casa muy alterado.
– ¡Estoy enfadadísimo! Toda la mañana en reuniones de trabajo y no ha servido para nada ¡Estoy rodeado de holgazanes que no tienen dos dedos de frente!
El criado, que tenía confianza con él, intentó quitarle hierro al asunto para que se apaciguara.
– Tranquilo que ya verá cómo el problema no es tan grave y tiene solución. Me disgusta que regrese de la oficina así de disgustado ¡Se ha puesto tan colorado que parece que va a explotar!
Pero él seguía echando chispas, agitando las manos y gritando como un descosido.
– ¡No puedo, no puedo! ¡Encima llevo seis horas sin comer y estoy hambriento! ¡Sírveme la comida ahora mismo porque si no me voy a desmayar!
El criado asintió con la cabeza y se alejó hacia la cocina con paso presuroso. Dos minutos después regresó al comedor con un gran plato de sopa entre las manos.
– Aquí tiene una deliciosa sopa de verduras, su favorita. Ande, tómesela, ya verá qué bien le sienta.
El caballero se sentó a la mesa, se ató una servilleta de lunares al cuello y metió la cuchara en la sopa. En cuanto la probó…
– ¡Puaj, qué asco de sopa! ¡Esto es incomible! No tiene ni pizca de sal y encima ¡está helada!
Fue la gota que colmó el vaso; se levantó y en un arrebato de furia, agarró el plato y lo lanzó por la ventana.
En un primer momento el criado no supo qué pensar ni qué hacer, pero enseguida reaccionó; En silencio se acercó a la mesa, cogió el pan, el vino, la servilleta, los cubiertos y el mantel, y también los lanzó por la ventana con tantas ganas que atravesaron medio jardín.
Los gritos del señor retumbaron por toda la casa.
– ¡¿Pero qué haces, inútil?! ¿Cómo te atreves a tirar mis pertenencias? ¿Quién te crees que eres?
El criado, sin perder la calma, le miró a los ojos y respondió:
– Perdone, señor, pero no pretendía hacer nada incorrecto. Como tiró la sopa por la ventana di por hecho que quería cenar en el jardín, así que acabo de hacer lo mismo que usted: he lanzado todo lo necesario para que disfrute de la comida bajo los árboles. Afuera tiene el pan, el vino, la servilleta, los cubiertos y el mantel a su disposición.
El amo se sintió muy avergonzado porque sabía que su criado y viejo amigo sólo quería demostrarle lo feo que había sido su comportamiento.
– Lo siento, lo siento mucho… Por culpa de los nervios me he comportado como un ser irracional, maleducado y lleno de soberbia. Espero que sepas perdonarme.
El criado sonrió satisfecho y se acercó a darle un abrazo. Entre ellos jamás volvió a producirse una situación desagradable y continuaron respetándose el resto de sus vidas.
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