Durante algún tiempo he llegado a simultanear la lectura de hasta cuatro libros. Con muy escaso provecho, justo es admitirlo, pues me temo que el número de éstos va casi siempre parejo a mi umbral de desasosiego.
Para los ensayos uso un punto metálico de tonos ocres que reproduce la silueta de un campanario románico y que me transmite, mientras lo sostengo en mis manos, una placentera sensación de serenidad. Para la ciencia-ficción, uno de cartulina, siempre distinto, que escojo al azar en la librería, junto a la caja registradora, cuando me paso por allí a ojear las novedades.
Para las novelas empleo desde hace años una fina varilla de plata que hallé una tarde, mientras paseaba, en el fondo de un estanque. Desde la orilla advertí, para mi sorpresa, que llevaba inscritas mis iniciales, y venciendo el natural rubor me desprendí del calzado y me sumergí hasta la altura de las rodillas, entre los nenúfares, para rescatarla. La varilla, en uno de sus extremos, presenta una forma que se asemeja a la empuñadura de un báculo, aunque también, según se la mire, puede conducir a pensar en otros objetos o conceptos de descripción compleja o incluso imposible, por lo cual no me entretendré en describirla con más detalle.
Finalmente, para los libros de poemas utilizo un cabello que le cayó sobre el cuello del abrigo y que le robé, sin que ella lo advirtiese, mientras caminábamos por la acera una cruda mañana de invierno. Ese cabello tricolor, retorcido y doliente, descansa desde hace meses, mostrando su punta bifurcada, en el interior de los Sonetos de amor, de Pablo Neruda, justo en la página donde se encuentra el soneto XX, que empieza así: “Mi fea, eres una castaña despeinada...”.
Cada vez que concluyo el poema y pretendo cambiar el cabello de lugar, éste se desvanece entre mis manos, se esconde durante unos días y luego reaparece, siempre en la misma página.
Señores editores y amables lectores: Hago uso del apartado de comentarios de este relato propio, para dar cuenta de determinadas précticas reprobables. Otras muchas personas comparten mi parecer (me consta) aunque no se atreven a manifestarlo. Sugiero, pensando en la supervivencia del propio portal (que es pionero en accesibilidad y en ese sentido lo citamos como ejemplo a seguir), que el administrador arbitre con urgencia medidas que apunten en dos direcciones: 1. Hacer efectiva la no edición de textos que contengan faltas de ortografía (ya casi todos lo practican), en los términos que se expresan en el propio portal en el apartado de requisitos para la admisión de textos. 2. Establecer medidas estrictas para evitar los votos múltiples e indiscriminados "de castigo" hacia textos ajenos con el único afán de favorecer los propios. Aquí no nos jugamos nada, aunque nadie lo diría por las cosas que se ven. La tolerancia de tales conductas, sin embargo, desmotiva (¡y mucho!) a quienes escriben aceptablemente bien y desean enviar textos, que son bastantes... y podrían ser muchos más. Seguramente este comentario (es el segundo que intento en sentido análogo) comportará que en poco rato la puntuación de mi relato descienda todavía más, hasta el abismo. Ya me sucedió con mi cuento anterior. Si ello contribuyese al menos para que el portal mejorase (y de paso, para que algunos que se amparan, como siempre sucede en estos casos, en el anonimato, reflexionasen y modificasen su conducta) lo daría por muy bien empleado. Pido pues colaboración a quienes pueden prestarla. Un saludo afectuoso,