Había una vez un niño de unos siete años que se daba cuenta que era diferente, no iba a la escuela y los demás niños se alejaban de él como alma que ve al demonio. Es más tenía de tiempo en tiempo dolores tremendos que desesperaba a la familia entera.
Cierto día sus padres lo tomaron y lo subieron a un taxi que se fue por un largo camino hasta dar con un hospital muy extraño, los recibieron en la recepción y al checar sus datos fue ingresado a un dormitorio compartido con un señor de unos 35 años, éste sabía que una vez entraban a ese hospital la familia se olvidaba de uno, que allí al llegar al número de la lista de espera terminaba el infierno para la familia del paciente y empezaba la trsiteza, la soledad, el final...
La habitación era simple había dos camas y estas daban una a la puerta y la otra a una ventana de tal forma que quien se acostaba para el lado de la puerta podía mirar hacia afuera ver a los médicos, enfermeras o técnicos y quien se acostaba para el lado de la ventana... bueno sólo podía ver la ventana.
Este hombre había estado ya algunos meses en este hospital y sabía muy bien la rutina su cuartel estaba en la cama que daba hacia la puerta y se mostro muy servil con las enfermeras que depositaron al niño en la otra cama, pero al ellas marcharse miró agresivamente al niño y le dijo : tú a tus cosas yo a las mías no me hables si no te pregunto algo y no lo haré jamás así que silencio, el niño lo miró con los ojos cada vez más grandes que una luna llena en el cielo más limpio de una noche de verano tomó sus cositas traídas del hogar entre ellas un carrito sin ruedas lo acercó a su pecho y suspiró hondo muy hondo.
Los días fueron pasando la soledad cada vez se hacía presencia mayoritaria en su vida; recordaba mucho a sus padres y hermanos que contra lo que le prometieron no habían ido a visitarlo no se quejó como tampoco se quejó por los dolores que le venían y que con amoroso afán las enfermeras corrían solicitas a aliviarlas con su uniforme blanco entre las sombras que le producía los espasmos él las imaginaba como ángeles enviadas por Dios. Cuando el dolor le daba por la noches tenía en su mesa de noche una campanita de mano con la forma de una llama , animal autóctono del Perú, como mango yq ue terminaba en un semi círculo donde colgaba el badajo que hacía sonar para que las enfermeras llegaran a tratarlo.
Así pasaron dos semanas y cierta tarde el niño comenzó a hablarle a su compañero, miraba a través de la ventana y le compartía lo que, veía un cielo que a esa hora se volvía de mil colores dando aviso que el día terminaba y la noche empezaba, un parque donde los niños se retiraban de la mano de sus abuelos o padres para dar paso a los jóvenes enamorados, el hombre lo escuchaba admirado, quería ver gente y se había puesto en la puerta para eso, para ver aunque sea cada dos horas a alguien caminar por el pasillo y darle una sonrisa tonta, sumisa, para que le traigan un periódico o le dijeran algo y resulta que ese mocoso que recién ha llegado mira más gente que él, recordó a su antiguo compañero y lo maldijo entre dientes por haberse llevado ese secreto de la ventana con razón miraba hacia allá y sonreía como idiota y ahora el tonto era él, no quería escuchar más al niño y le gritó: cállate , quien te ha dicho que hables quien te ha preguntado? el niño se asustó , pero aún tuvo valor para decirle es que se ve tan bonito que pensé que quería saberlo, el hombre volvió a la carga con sus gritos que te calles te he dicho no me hables , cállate de una buena vez. El niño guardó silencio y tomando de nuevo su carro sin ruedas entre su pecho vovió a suspirar, pensó que había hecho de mal, porque ese hombre lo gritaba y entonces una luz le dio la respuesta, volvió a mirarlo y le dijo : quieres que cambiemos de cama?
La inocencia del niño molestó más al hombre quien lo miró con ojos asesinos, el muchacho se asustó y tapándose la cabeza murmuró el nombre de su padre...su madre...y cada uno de sus hermanos mientras gruesas lágrimas resbalaban por sus mejillas.
Esa noche le vino unos fuertes dolores así que comenzó a tantear la mesa de noche en busca de su campanita, su mano se deslizaba por el borde de la mesa y no lo encontraba, como pudo se incorporó hasta casi sentarse los dolores eran cada vez más violentos estaba sentado ya y creyó estar muerto porque veía su campanita flotando en medio del dormitorio la llama estaba allí libre como estarían las llamas verdaderas en los sierras peruanas, pero sus ojos se adecuaron a la oscuridad y se dio cuenta que era una mano la que sostenía la campana, y vio los ojos de su compañero desorbitados, inflados de feroz alegría, le pidió que tocara, le dijo entre dientes: toca, toca por favor que me muero.
A la mañana siguiente las enfermeras ingresan como de costumbre y al llegar a la cama del niño inician un gran revuelo, médicos y resucitadores han ingresado al cuarto, pero ya todo es en vano el niño ha dejado de sufrir, los médicos cierran esos ojos hinchados por las lágrimas para siempre y dan la orden para que llamen a los familiares del occiso y luego al que está en el número siguiente de la lista de V I H.
Las enfermeras retiran al niño y es allí donde el hombre les pide con su sonrisa estúpida de siempre que le den el permiso para cambiarse de lado, las enfermeras le dan el consentimiento y entonces entra el nuevo compañero de habitación un hombre de unos 65 años más viejo y más sombrío, quien al quedarse solos le dijo a mí no me hables de nada , ni te lamentes por tu enfermedad ni cosas por el estilo no soy paño de lágrimas de nadie, el hombre ni lo miró, sólo tenía cabeza para el parque y los jóvenes enamorados , las cosas que harían en las noches, quien necesitaba un paño de lágrimas, se río de su compañero él sólo veria personas cada dos o tres horas o a veces a nadie durante el día, pero él las vería a cada rato, llegó el momento que una técnica de enfermería abrió las cortinas el hombre estaba frenético, sus ojos fueron a la ventana y su visión se desparramó hacia afuera chocando con una larga , vieja y ... descolorida pared.