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Hace muchísimos años, vivía un dragón en la isla de Borneo; tenía su cueva en lo alto del monte Kinabalu.
Aquél era un dragón pacífico y no molestaba a los habitantes de la isla. Tenía una perla de enorme tamaño y todos los días jugaba con ella: lanzaba la perla al aire y luego la recogía con la boca.
Aquella perla era tan hermosa, que muchos habían intentado robarla. Pero el dragón la guardaba con mucho cuidado; por eso, nadie había podido conseguirlo.
El Emperador de la China decidió enviar a su hijo a la isla de Borneo; llamó al joven Príncipe y le dijo:
-Hijo mío, la perla del dragón debe formar parte del tesoro imperial. Estoy seguro de que encontrarás la forma de traérmela.
Después de varias semanas de travesía, el Príncipe llegó a las costas de Borneo.
A lo lejos se recortaba el monte Kinabalu, y en lo alto del monte el dragón jugaba con la perla.
De pronto, el Príncipe comenzó a sonreír porque había trazado un plan. Llamó a sus hombres y les dijo:
-Necesito una linterna redonda de papel y una cometa que pueda sostenerme en el aire.
Los hombres comenzaron a trabajar y pronto hicieron una linterna de papel. Después de siete días de trabajo, hicieron una cometa muy hermosa, que podía resistir el peso de un hombre. Al anochecer, comenzó a soplar el viento. El Príncipe montó en la cometa y se elevó por los aires.
La noche era muy oscura cuando el Príncipe bajó de la cometa en lo alto del monte y se deslizó dentro de la cueva.
El dragón dormía profundamente. Con todo cuidado, el Príncipe se apoderó de la perla, puso en su lugar la linterna de papel y escapó de la cueva. Entonces, montó en la cometa y encendió una luz.
Cuando sus hombres vieron la señal, comenzaron a recoger la cuerda de la cometa. Al cabo de algún tiempo, el Príncipe pisaba la cubierta de su barco.
-¡Levad anclas! -gritó.
El barco, aprovechando un viento suave, se hizo a la mar.
En cuanto salió el sol, el dragón fue a recoger la perla para jugar, como hacía todas las mañanas. Entonces, descubrió que le habían robado su perla. Comenzó a echar humo y fuego por la boca y se lanzó, monte abajo, en persecución de los ladrones.
Recorrió todo el monte, buscó la perla por todas partes, pero no pudo hallarla. Entonces, divisó un junco chino que navegaba rumbo a alta mar. El dragón saltó al agua y nadó velozmente hacia el barco.
-¡Ladrones! ¡Devolvedme mi perla! -gritaba el dragón.
Los marineros estaban muy asustados y lanzaban gritos de miedo.
La voz del Príncipe se elevó por encima de todos los gritos:
-¡Cargad el cañón grande!
Poco después hicieron fuego.
-¡Bruum!
El dragón oyó el estampido del disparo; vio una nube de humo y una bala de cañón que iba hacia él. La bala redonda brillaba con las primeras luces de la mañana y el dragón pensó que le devolvían su perla. Por eso, abrió la boca y se tragó la bala.
Entonces, el dragón se hundió en el mar y nunca más volvió a aparecer. Desde aquel día, la perla del dragón fue la joya más preciada del tesoro imperial de la China.