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Un día mis amigos me invitaron a pasar la tarde del sábado recorriendo un mercadillo lleno de cosas extrañas. De esos en los que puedes encontrar cualquier cosa.
Precisamente, caminando por uno de sus inmensos pasillos un enorme cuadro llamó poderosamente mi atención. En él se podía observar a un gnomo sonriendo, en la mano izquierda llevaba un bastón de madera mientras que su mano derecha permanecía vacía. Lo que más me sorprendió fue el increíble precio de solamente 5 pesos, una verdadera ganga, si tomamos en cuenta que dicha obra tenía una dimensión aproximada de 60 cm por 50 cm.
Fue entonces cuando le dije a Abel:
– ¡Encontré el regalo perfecto para Pame!
– No se Norberto, no creo que a Pamela le llegue a gustar eso como regalo de aniversario – Respondió.
-Tú qué sabes, a ella le gustan todas esas tonterías “esotéricas”.
Debí escuchar las sabias palabras de mi amigo, ya que de ese modo hubiera evitado la terrible desgracia que estaba por venir.
Por fin llegó la fecha esperada, esa noche mi novia y yo celebramos hasta el amanecer. Al llegar a casa intercambiamos regalos, ella me dio una esclava de oro, la cual contenía grabadas las palabras “Te amo”. Por mi parte yo le entregué la pintura de aquel “simpático” duendecillo. A ella no le hizo nada de gracia mi presente, lo pude notar en la cara de disgusto que puso, más como era de carácter muy dulce me perdonó a las pocas horas.
Colgamos el cuadro en la sala y nos fuimos a dormir. En el transcurso de los días, me fui dando cuenta de que algo estaba cambiando en la pintura, no eran las sombras, ni el fondo. Era el gnomo, quien poco a poco iba cambiando la expresión de su rostro, pasando de una sonrisa afable a una diabólica.
Un día de esos, a manera de broma le dije a Pamela:
– Jajaja, creo que no le caigo bien a tu gnomo. ¿Ya viste la cara que me está haciendo? El muy iluso está celoso.
– No digas tonterías, está igual que siempre. Además, no sé de qué te quejas si tú me lo regalaste. – Me respondió.
Poco después de ese diálogo, nos fuimos a Dormir. Posteriormente sonó el despertador como todos los lunes en la mañana y al abrir los ojos noté que Pame no estaba en casa. Supuse que tal vez había salido al supermercado a comprar algunos víveres, pero nunca regresó.
Para colmo de males, el martes por la tarde sonó el timbre de la puerta, era Agustina (madre de Pamela) quien me cuestionó:
– ¿Dónde está mi hija, porque ayer no me llamó?
– No sé señora, desde ayer no aparece.
– ¡Qué cosa! Y tú… ¿estás aquí tan tranquilo sin hacer nada para encontrarla?
– ¡Qué le hiciste! Como le haya pasado algo, te acordarás de mí el resto de tu vida.
Diciendo esto me empujó y se dirigió a la pieza principal, pude escuchar como abrió cada uno de los cajones de la cómoda, así como todos los compartimentos del armario. Súbitamente un grito desconsolado llenó todo el lugar:
– ¡NOOOOO, ASESINO!
– ¿Qué? – Pregunté sorprendido.
Corrió hacia mí y entre sus manos pude ver el camisón de Pamela rasgado y manchado de sangre. Aquella escena fue tan fuerte que me desplomé en el suelo de la impresión, al levantar la mirada observe atónito que un elemento se había agregado a la pintura de la sala. Ahora el gnomo sostenía en su mano derecha la esclava de oro que yo había recibido como obsequio el día de nuestro aniversario. Lo sé porque tenía la misma inscripción.
Como era de esperarse, nadie creyó mi historia y por esa razón ahora me encuentro recluido aquí en el hospital psiquiátrico San Gerónimo.
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