Que el amor es ciego, es algo que nunca he creído; más bien se puede decir que no quiere ver las cosas que no le gustan.
Cuando nos enamoramos, y hablo desde el punto de vista de las mujeres por que es el que más conozco, tendemos a idealizarlo todo. Nos empeñamos en ver virtudes inexistentes en el hombre objeto de nuestro amor; claro, porque lo miramos a través del cristal con que nosotras vemos la vida y que, por desgracia no es el mismo por el que la ven ellos. Sí, digo por desgracia, porque si ellos sintieran, aunque solo fuera un poquito, lo mismo que nosotras, todo sería diferente y, tal vez mejor.
Cuando una mujer se enamora, los que predominan son los sentimientos, o lo que normalmente llamamos el corazón. Cuando son los hombres los que se enamoran, y con esto no quiero decir que no sientan cariño, lo que predomina es otra parte del cuerpo que no es precisamente el corazón.
Desde que nuestras hormonas empiezan a convertirnos en mujeres, aunque sigamos siendo unas niñas, nuestra imaginación nos hace ver que, aquel chaval que conocíamos y al que nunca habíamos mirado detenidamente, se ha convertido en algo muy diferente; le vemos más guapo, aunque no lo sea; su sonrisa nos parece preciosa, sus músculos son extraordinarios, es muy gracioso y ocurrente de forma que no podemos reprimir reírle todo lo que dice y, un sin fin de cosas que no tiene en realidad, se las ponemos.
Soñamos con él como si fuera un personaje de los que vemos en las películas, que siempre están en el sitio justo y en el momento oportuno.
Interpretamos cualquiera de sus gestos, palabras o miradas, con un significado que no tienen y que a nosotras nos gustaría que tuvieran, siempre en alas de nuestra fantasía que a esa edad es inagotable.
En la adolescencia recibimos muchos golpes directamente en nuestros sentimientos, por otro lado, muy sensibles; pero, aún así, no aprendemos a conocerlos realmente; nos llevará todavía muchos años entender que ellos no sienten igual que nosotras, que las cosas importantes para unos, pasan desapercibidas para los otros.
Nos casamos con el hombre que hemos imaginado, no con el que es en realidad. Sabemos muy dentro de nuestro ser, que tiene muchas cosas que no nos gustan, pero seguimos adelante creyendo que podremos cambiarlo a fuerza de amor y comprensión.
Otras cierran los ojos pensando que se acostumbraran a su forma de ser, porque seguramente, él es quien tiene la razón y ella es la equivocada.
Recién casados, él solo vive para ella; la mima, la cuida, está pendiente de lo que le gusta, siempre salen juntos.......¡ Es lo que ella había imaginado! ¡La felicidad!
Pasan los años; ella sigue enamorada porque no quiere ver la realidad. Se desvive para que todo esté como a él le gusta; quiere que se sienta orgulloso de su mujer, de lo bien que lleva la casa y su familia...pero claro, ya no salen juntos con tanta frecuencia, porque a los niños no se les puede llevar a según qué sitios.
En las pocas ocasiones que se reúnen con los conocidos o con las respectivas familias, él le advierte: “No quiero que seas tan simpática con fulano o mengano, porque pueden interpretarlo de otra forma.”
Otras veces le dice:” Me he quedado admirado de lo que has hablado, no dejabas meter baza a nadie.”
También: “No te pongas ese vestido que vas enseñando lo que no debes a todo el mundo.”
Así le saca defectos a cada uno de sus movimientos, palabras o hechos.
Entonces ella se siente tonta y ridícula y piensa que él tiene toda la razón y decide que la próxima vez tendrá más cuidado de cómo se comporta y, así es cómo las mujeres llegan a ser sólo la sombra de sus maridos.
Poco a poco, esos insignificantes detalles de la forma de tratarle él, le van haciendo pequeñas heridas a las que, después que pasa el dolor inmediato, no le da más importancia.
Él sale solo de casa, pero siempre está justificado por esto o aquello. Se le olvidan las fechas importantes como el cumpleaños de los niños o el suyo, pero cuando se lo recuerda, le pide perdón, le da un beso y ya está, se siente contenta y le perdona, pero la pequeña herida se va juntando con las otras.
Le encanta verlo jugar con los niños. ¡Que tierno y cariñoso es! Tiene una paciencia infinita con ellos; es un padre perfecto. Pero los niños crecen y aquella paciencia se convierte en mal humor. Les habla siempre como si estuviera enfadado, no hacen nada bien, no aguanta sus juegos, todo le molesta; su vocabulario está compuesto principalmente por la palabra ¡NO!, pero gracias a la buena mano de la madre, cede en algunos caprichos.
Cada incomprensión de parte del padre hacia sus hijos es una nueva herida que se va sumando a las otras que cada vez duelen más; pero sigue queriendo ver las virtudes que le otorgó cuando se enamoró de él.
Cuantas veces ella espera que él recuerde algo, que tenga algún detalle, pero.... a él se le ha pasado, o no le importa en absoluto; entonces se siente defraudada y triste; se enfada y tiene un disgusto muy grande. Cuando llega él, no tiene la menor idea de lo que le puede pasar. Si le dice algo, reacciona con violencia y le contesta que no se puede vivir con ella, que ve cosas que no existen. Ella se siente culpable y ridícula de nuevo.
Aunque la enfermedad que padezca sea real, no se debe quejar y el disimulo entra a formar parte de la rutina diaria. Al principio él se preocupará mucho, pero luego, con el transcurrir del tiempo, sus dolencias serán una incomodidad para él y acabará preguntándose si realmente se preocupa por ella o si su problema es que deja de ejercer sus obligaciones que sería un desastre para su comodidad.
Tendrá que sufrir y arreglárselas sola para ir al médico y a todas las pruebas que tengan que hacerle.
Las cosas son completamente distintas cuando el enfermo es él. Ella tiene que ocuparse de todo, él es completamente inútil, porque no tiene ni idea de los pasos a seguir para hacerse una radiografía, un análisis de sangre...etc. Entonces ella se deshace en atenciones para que las cosas sean más llevaderas. Deja todo por acompañarle a la consulta. Los niños los deja con alguien de confianza, la comida preparada la noche anterior...
Cuando ya tiene un tratamiento, se ocupa de su medicación, pendiente siempre de que no se le pase la hora; cuando llega con el vaso de agua y las pastillas, él se las toma como haciéndole un favor; incluso parece molestarle el que se preocupe de que se encuentre lo más cómodo posible...y vuelve a sentirse tonta e inoportuna.
Se pasa la vida entre el trabajo de la casa y el cuidado de los niños sin salir de casa; pero no puede decir que tiene los nervios destrozados, porque él no lo entiende y le molesta que le cuente tonterías que no tienen importancia y que son sus obligaciones.
Sin apenas darse cuenta, llega el momento en que no hay nada de qué hablar con él porque todo su mundo es la casa y los niños y a su marido le molestan.
Los gastos de la casa, por regla general los lleva la mujer, pero cuando es un desembolso más elevado, es el marido el que decide si se hace o no: Cambiar la lavadora, el frigorífico, la cocina...etc. Cuando es él el que tiene que comprar algo, aunque sea muy caro, nunca cuenta con el beneplácito de ella, da por hecho que está de acuerdo y, en realidad es así, porque para ella lo que él decida, está bien, aunque muy dentro de sí misma sienta que es una injusticia y le duela.
Como he dicho en varias ocasiones, las pequeñas heridas se van acumulando hasta que se hace una tan grande y dolorosa que ya no es posible ignorarla. La venda de fantasía e ilusión se cae de los ojos y se empiezan a ver las cosas como son.
Con sentimiento de culpa, ella misma se confiesa que ya no le quiere. ¿Cómo es posible que haya llegado a este punto? Esta realidad que no quería ver le hace sentir que está sola y vacía. La diferencia que hay entre los dos, la ve con tanta claridad que se asusta y le parece increíble que alguna vez pensara que tenían algo en común.
Llega a verle como a un extraño. En la cama, le aguanta a duras penas fingiendo lo que no siente para que el no lo note.
La actitud de los maridos es el motivo de que muchas mujeres terminen completamente hundidas. Para ellos la vida es el trabajo, los amigos y sus aficiones. Sólo les importan sus cosas. Cuando están en casa, ella le habla y él le contesta distraído y ella se da cuenta de que no le importa absolutamente nada de lo que le diga. En muchas ocasiones, se calla y él no lo nota porque está con toda su atención puesta en los deportes que dan en la televisión.
Un día le dice: “Me gustaría ver tal película, o tenemos que ir a visitar a la tía tal o a mi amiga que ha tenido un niño...” –“ No cuentes conmigo, estoy con mucho trabajo; tengo que hacer...esto y lo otro....y lo de más allá. Ves tú sola.- A los pocos minutos, le llama un amigo y le dice que van a jugar un partido y que cuentan con él...o cualquier otra cosa. ¡No hay problema! Sacará tiempo de donde no lo hay y no le hará un desaire. En cambio ella se queda en casa porque no le apetece decir una mentira para disculparle delante de los demás; ya lo ha hecho demasiadas veces.
Al principio no se da cuenta de que tiene tiempo para todo y para todos menos para su familia; pero, al caerse la venda, es cuando se ven las cosas claras. “¿Qué pinto yo en su vida?” Empieza a verse como realmente es: Está en la casa al servicio de la familia, como una criada con privilegios a la que llaman “mamá.” Mamá, ¿Dónde está mi pantalón negro?...Mamá, ¿has visto mi libro de matemáticas?. ¿Por qué haces esta comida? sabes que no me gusta ¿Me has lavado la sudadera azul?... Cariño, no encuentro los papeles del Ayuntamiento...Cuando vayas a tal sitio, me recoges esto y lo otro...y así un larguísima lista de encargos y obligaciones.
La casa, la ropa, la comida, la compra, la plancha, la costura...Tiene que saber exactamente donde está todo lo que hay en su casa, en cada mueble, en cada cajón; todo lo lleva en la memoria, pero, si un día se le olvida algo, no se lo perdonan y le hacen sentir que es un desastre y una inútil.
Hay mujeres que, cuando llegan a este punto, se deprimen y empiezan la larga carrera de enfermedades que, siendo reales, son causadas por la desilusión, la decepción y la rutina de la vida que se hace insoportable.
Siente que los hijos ya no le quieren como cuando eran pequeños; incluso le hacen creer que es tonta y que la desprecian. Todo lo que les dice para que la vida no les dé los golpes que ella ya ha recibido, lo toman como si les contara sus batallitas y escuchan aburridos y deseando que acabe; no aprenden nada de su experiencia.
Vive sola, porque a nadie de los suyos le importa cómo pasa el día, ni lo que le gusta, o lo que le molesta y, cuando les llama la atención por algo mal hecho, le responden de mal genio y le dicen que es una renegona y que no se puede vivir en ésta casa.
Los días son todos iguales; el trabajo aburrido y pesado, siempre haciendo lo mismo para, después, deshacerlo en un momento y... vuelta a empezar. Aunque se organice bien y tenga tiempo de ver la televisión, de leer o de hacer alguna labor; eso no le llena y, sin darse cuenta un día decide que tiene que acabar esta monotonía. Ha llegado la hora de pensar en sí misma, al margen de su familia. Decide buscar un trabajo y tener su autonomía; poder comprar aquello que le gusta y no puede sin consultarlo con su marido. Sale de su casa y se relaciona con otras personas y se siente vivir de nuevo; vuelve a ser útil. Se esfuerza en su trabajo y sabe que será reconocido, apreciado y remunerado; algo a lo que no está acostumbrada.
También es cierto que el trabajo fuera de casa, no es un camino de rosas. Se puede encontrar con muchos problemas y desilusiones, con gente que no le acepta y, eso le causará sufrimientos, pero nunca serán tan grandes como el que le produce el desinterés de los suyos.
Hablando de otra cosa. Siempre me he preguntado ¿Por qué las mujeres tienen más inquietudes que los hombres? He visto hombres, ya jubilados, que pasan sin moverse del sillón y sin hacer nada, horas y días enteros. No leen, ni hacen pequeños trabajos en la casa; hay sus excepciones, como es natural; se limitan a ver las noticias y a comentarlas con otros de su misma condición.
Las mujeres, en cambio, aunque sean mayores, siguen ocupándose de las tareas domésticas, además, cuidan de los nietos y se preocupan por seguir aprendiendo. La mayoría de las personas que acuden a las clases de adultos, son mujeres.
He oído decir a muchos hombres de la tercera edad: “A mis años ya lo tengo todo aprendido. Todo lo que tenía que saber, ya lo sé.” Esto no se lo he oído decir nunca a una mujer.
Es curioso observar que, en todos los movimientos culturales, aunque sean organizados por los hombres, la mayoría de los asistentes y participantes, son mujeres.
Desde hace siglos, el hombre no ha permitido que la mujer tenga ningún cargo de responsabilidad en la sociedad. Conseguir que ellas formen parte de la política, la literatura, la empresa y los negocios, entre otras actividades; ha costado muchos sacrificios, trabajo y hasta sangre; poco a poco se va teniendo un lugar aunque todavía falta mucho por hacer. En lo que aún no se ha conseguido nada y sin esperanzas de hacerlo, es en la iglesia, siendo que las mujeres siempre han sido la mayoría y las que han sustentado la institución durante siglos y siglos.
En contra de la opinión de muchos hombres, quienes mantienen el mundo con algo de coherencia, son las mujeres, aunque ni ellas mismas lo sepan.
A pesar de que su fuerza física sea un cincuenta por ciento menor que la de los hombres, son capaces de realizar trabajos muy duros y abarcar muchos temas a la vez. Cuando la necesidad obliga, lleva la responsabilidad de la casa y la familia y cumple a la vez con un trabajo fuera sin importar las horas que tenga que hacer.
Independientemente del grado de educación académica que tenga, una mujer es más inteligente que el hombre, tiene más intuición y una visión más acertada de la vida.
Se dice que: “Detrás de un gran hombre, siempre hay una gran mujer” pero lo cierto es que esto no se reconoce. Como consuelo diré que, cuando ha habido una gran mujer, jamás se ha mencionado que de tras de ella hubiera ningún gran hombre.
La educación de la mujer ya es tan importante como la del hombre. Hubo un tiempo en el que si una chica no iba a la escuela, no tenía importancia; se daba por hecho que lo que tenía que hacer en la vida, lo aprendería sobre la marcha. Su único objetivo era saber las tareas de la casa y la cocina, para casarse y tener contento a su marido.
Hoy día, las mujeres son la mayoría en las universidades y tienen un porcentaje de éxito mucho mayor que el de los hombres; pero eso, al final les sirve de poco. Hay muchas que, teniendo una carrera importante, la abandonan para casarse. Luego vienen los hijos y envueltas en las tareas de la casa, ya no recuerdan que fueron unas estudiantes brillantes y con más capacidad que sus propios maridos. Se anulan completamente para estar al servicio de la familia. Luego, cuando pasan los años y ven que no se aprecia nada de lo que hacen, recuerdan que ellas tienen una carrera y que todavía pueden ser lo que un día se habían propuesto. Aunque ya solo les quede media vida por delante sabiendo que no será igual que en su momento, se disponen a disfrutar aquello que han tenido dentro y que no han podido sacar a la luz.
Cuando eres joven, seas como seas, eres hermosa y esto te da confianza en ti misma; te sientes segura de que puedes conseguir todo lo que sueñas; luego, los años te quitan la hermosura y, cuando te miras al espejo ya no te sientes tan segura.
Aunque se diga lo contrario, el aspecto físico importa mucho a los demás, sobre todo a los hombres que son todavía, los que deciden en muchos campos, por eso a una chica joven y bonita todo se le hace más fácil.
Después de muchos años de ama de casa, sus sentidos se han relajado, lleva tanto tiempo anulada como persona, que cuesta mucho recuperar la confianza en sí misma. Además tiene la desventaja de la edad y la falta de lozanía.
Se puede decir que nadie nos obliga a casarnos y a dejar a un lado nuestra carrera; sí, es cierto, pero volvemos al principio: Todo lo hacemos movidas por los sentimientos que son lo que predominan en nuestra vida.
Resumiendo: Los hijos son mayores y sólo le ven como la persona que se ocupa de servirlos en todos los sentidos, a quien no es necesario pagar y está siempre a su disposición.
El marido cree que por llevar tantos años casada con él, tiene seguro su amor y lealtad; por lo tanto no es necesario tratarle con el mismo cariño que al principio. Da por hecho que es su obligación servirle y darle todo lo que él le pida.
A lo que no tiene derecho es a demostrar sus sentimientos. Si un día se siente triste y angustiada por algo, no puede llorar ni estar seria, enseguida se molesta y le dice que así no se puede vivir, que todo se lo toma mal y que no hay quien le entienda. Entonces ella, recurre al truco demasiado conocido de fingir; se esfuerza en parecer siempre alegre y le ríe todas las gracias a él.
Su salud es cada día peor; se siente sin fuerzas y los dolores son ya su asidua compañía. Ha perdido su belleza y tiene unos kilos de más. La tristeza se ha instalado en su alma y ya no tiene ilusión por nada.
A todos estos síntomas se les llama: Menopausia. Yo no se nada de medicina, pero creo que si todas estas circunstancias se dieran a otra edad, tendrían el mismo resultado.
Digamos que la falta de aprecio de los suyos, la soledad por dentro y por fuera, la acumulación de las pequeñas heridas y decepciones....nos llevan a la conclusión de que la depresión típica en las mujeres que pasan de los cuarenta y cinco años, no sólo está causada por la pérdida de hormonas.
No quiero terminar dando la impresión de que las mujeres no somos capaces de superar nuestros problemas.
La vida debe continuar y las mujeres maduras no podemos permitir que siga sin nosotras. Hay que hacer de tripas corazón y aprender a ser de nuevo personas, dejando al margen a la madre y a la esposa que hemos sido durante los mejores años de nuestras vidas. Eso no significa que dejemos de sentir un profundo amor por los nuestros; puede que, hasta se haga más grande cuando no dependamos de ellos.