“Ella lo miró con los ojos encendidos y sin dar respuesta a los pedidos de él miró hacia un punto indefinible. Luego aceptó sin palabras y se lo hizo saber en el silencio de su mirada.
Entonces, él la tomó de la mano y la llevó a caminar por los jardines del Rosedal. Los bancos de plaza, inexplicablemente se hallaban desiertos y casi nadie transitaba por el lugar.
Las fragantes rosas acariciaban el aire. Los dos se tomaron de la mano de una forma especial. Era distinta a otras, ella entreabrió sus dedos – y sin siquiera decírselo- él supo que ella había abierto su mano y su corazón y así lo entrelazó. Sí, fue como si tuviera su corazón en una mano contemplándolo, mimándolo, otorgándole lo que tanto anhelaba en cada uno de sus agitados pálpitos.
Y cerca del arroyo, en donde las glicinas caían de una glorieta él-sin hablarle-le pidió un beso y ella sin contestarle lo besó.
El abrazo se tornaba cada vez más acogedor...Los dos estaban como en un transe inexplicable. Las avecillas les cantaban preciosas melodías y el sol apenas entibiaba sus cuerpos.
Después él le dijo que irían a beber algo. Y ella pensó que ya había bebido de sus jugosos labios y que no habría elixir más apetecible que ese. Pero nada dijo, sólo lo pensó.
Ambos caminaron lentamente mientras la noche obligaba al resplandor a partir.
Las palabras fueron pocas, efímeras...Las miradas fueron muchas e intensas. Ambos sabían que se trataba sólo de aquel instante, tan efímero, tan irrepetible...
-Tenemos que ser fuertes-dijo él.
Ella asintió con la cabeza. Si bien no comprendía a qué se refería, sabía que a partir de ese momento las cosas cambiarían. Que aquel primer encuentro tan romántico y colmado de coincidencias iría a repetirse una y otra vez...Pero que sólo se trataría de eso, hasta que ambos estuviesen preparados para intimar un poco más...
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Así pasaba el tiempo, los días...A los encuentros le dolían los músculos cuando cierta tarde él pensó llevarla a su casa.
Ascendieron al departamento y la mujer se sentó cómodamente en el vasto sillón. Él la convidó con unos refrescos que ella aceptó y después le dijo:
- Quiero que te sientas cómoda. Debo decirte lo que me está pasando contigo.
Ella abrió bien sus negros ojos almendrados, aliñó un mechón de su cabello por detrás de la oreja-con la delicadeza de toda una dama-y él le expresó con decisión:
-Yo siento un amor muy poderoso hacia tí. Que creo ni el tiempo ni nada podrían cambiar. Y ya me he dado cuenta que hay algo vacío en tu corazón ¿No es así?
La joven pestañeó varias veces, relajó sus músculos; extendió sus largas y torneadas piernas acomodando su pollera y le respondió:
-Mira, es verdad. Hace tiempo que no puedo alejarme de la oscuridad de mi cuarto de soltera sin el calor de un hombre...Sin “tú” calor...
-Pero mi reina...Yo sé cómo se cura esa ausencia: le hace falta un bálsamo para tus escondidos abismos-Y al instante el hombre se arrimó a ella, acomodó la melena de la mujer por detrás de los hombros, y, acariciando sus mejillas y todo su rostro le pidió:
-Quédate hoy aquí. Déjame amarte, déjame...Te haré llegar al cielo-
La joven sentía la sinceridad en todas las palabras y no pudiendo esconder por más tiempo su ardiente corazón enamorado intentó transitar aquella sinuosa curva que le mostraba la vida, sin temor. Aquel sendero iluminado por la blanca luna que le permitiría alejarse definitivamente del infierno de su soledad.
Y él introdujo sus dedos por entre la cabellera y sostuvo su cuello; la despeinaba sin intención con sus caricias hasta que su boca se abrió en un beso. Pasó la punta de su lengua jugosa por sobre sus labios,
rozándolos apenas, sorbiendo la miel de su juventud.La mujer entreabrió su boca apetecible y respondió a aquel beso apasionado con todo su instinto natural, con toda su pasión peligrosamente contenida.
Aquel momento ya no aceptaba esperas ni excusas. Ella no dudaba, ni pensaba en qué tregua inventar para evitar sus caricias.
Sólo se entregó por completo y dejó que él, con su experiencia la guiara. El hombre, con sus amplias manos iba reconociendo sus formas: los redondeados hombros, los suaves y encumbrados pechos, la cintura delgada, el vientre como una planicie y por detrás su cintura tan arqueada ante la prominencia de sus firmes y redondas nalgas. Todo eso le secaba la boca de pasión. Tenía algo de sed. Estaba sediento de su cuerpo, de esa hermosa mujer que ahora se le entregaba.
En ese instante entreabrió sus ojos; clavó su mirada en los muslos plenos y dorados y besó esas piernas con gusto a sal y saboreó para satisfacer su deseo...
Apenas una brisa se filtraba por la ventana. Los dos yacían recostados en aquel sillón. Al rato, el hombre apagó la lamparilla y sólo se colaban los tenues destellos de las luces de los autos que transitaban por la avenida junto al suave taconeo de las pisadas de los paseantes de la noche.
Ambos, sin embargo, oían unas trompetas sensuales, tal vez un saxo y, a lo lejos, los gatos de los tejados escuchaban los frágiles suspiros de gozo en aquella mujer de idilio poderoso.
No estaría ya más sola en su cuarto, ni en ningún cuarto. Él la había rodeado de calor, llenando su caprichoso desierto con el balsámico jugo de su sexualidad.
Y ella se sintió volar cual una doncella envuelta entre tules, descendiendo de una escalera de acuosas formas en la que apenas apoyaban sus pies. Se sentía volar con el aleteo pausado de la gaviota sobre el insondable mar verde. Un canto melodioso acorralaba los sonidos.
Luego él le dijo:
-Hoy has llegado al final de un expandido sendero y me has llevado contigo, amor.
-¡Eres estupenda!-e inmediatamente rozó apenas las puntas de sus labios en la frente de la joven. Y ésta lo miró penetrante a los ojos y le dijo:
-Me he alejado del infierno de mis días y me he acercado al amor. Tú me has hecho ingresar en un paraíso, mi amor!¡Bésame!¡Tómame otra vez!...me excitas a cada instante y ya no lo resisto...
Después de aquellas interminables horas, él repuso el refresco por una limonada dulce y fresca. Los dos sorbieron de un mismo vaso y en los ojos de ella se podía advertir cierta tristeza... temor... Quizá dudaba por el después y entonces le dijo:
-No te debes preocupar. Bebe. Quédate tranquila, mi vida. Éste ha sido un viaje lejos, lejos donde abriste tu corazón. Atravesaste “un gran parapeto” que habías construido con tus propios pensamientos.
¡No sabes lo importante que fue! Has podido cambiar todo porque te permitiste gozar y seguir al corazón.
-Tienes razón-contestó bañándolo en besos-y agregó-Le quitaste las espinas que lo herían, me llevaste donde nunca había llegado.
La mujer no se lo explicaba pero él sabía que se trataba de gozo, de placer y sobre todas las cosas de amor.
Luego ella acomodó sus cabellos despeinados, sus prendas y le dijo:
-En mis sueños... ¿Recuerdas los sueños de los que te hablé?
-Sí, cómo olvidarlo-le dijo.
-Bueno, hoy hemos beneficiado a ese sueño que creía perdido. Sentí que no tenía nada por perder y mucho por ganar; la magia no se rompería. No sé cómo explicarte... En tus manos estuve segura. En todo este tiempo curaste mis penas y un impulso cobarde no animaba a confesarme que yo te deseaba. Y que brindarme íntegra era lo mejor.
Luego surgió un silencio.
Él la observó con sus ojos de amor. Su corazón estaba hechizado. Y su mente pensaba en cuánto la había buscado; todo lo que había hecho para despertar su alma dormida; cómo habían llegado finalmente hasta ese momento.
Y en la noche muda le llovían los pensamientos, las escenas vividas, la pasión, su cuerpo, su alma... Toda ella.
Al rato la prendió en un abrazo fuerte contra su pecho.
Y ella, que era una mujer de un sólo dueño, continuaba mojada de sueños que se le derramaban del recuerdo de aquel instante con él. Se imaginaba en un sitio sin punto ni término, viviendo los dos locos de amor y pasión.
Cada tanto abría sus ojos –cerciorándose de que todo era real, esta vez-y delineaba con sus pequeños dedos la sonrisa de su hombre.
Aquel sillón se había transformado en un paraíso de amor. Era parte de sus historias. Ambos dormitaron abrazados.
Luego de unas horas el canto de las avecillas acariciaba a la mañana y con el tenue sonido de la brisa matinal recordaban que aquella noche se habían jurado su amor, teniendo por testigos a las estrellas.
Después ella tomó un baño, se vistió y debió partir.
Se despidieron hasta el día siguiente.
Mientras la joven transitaba por la agotada vereda podía comprender que aquellos gestos la hicieron más mujer, hermosa mujer. Que quedaba tan atrás aquel imposible o aquel dolor que cargaba y que gracias a él pudo aliviar.
Estaba feliz. Había descubierto el arte de vivir y el de soñar. Ahora iban por la misma vereda.
Ella aspiró una bocanada de aire puro y le sobraba...
Veía su sueño una y otra vez cumplido. A pesar de la gente. Más allá de todo.
El hombre permaneció en su departamento imaginando el mañana; sin sufrir por posibles errores.Con la fuerza de un tren llevaba en la piel el perfume de aquella mujer, su sonrisa, su dicha plena...
Recorría las habitaciones y le parecían miles de kilómetros pensándola.
Una larga y deseosa alegría extasiaba su corazón vigoroso. Por su conciencia seguían manando los ardientes intervalos en que él también, había hecho realidad sus codiciadas fantasías”.
Autor: Nora Mabel Peralta-Fecha de creación 10/01/03 05:26 P.M.