Aquellos días había podido advertir algo extraño en el comportamiento de Alice, aunque sus altibajos eran tan usuales que cualquier suposición podría haber sido desconcertante, sobre todo a partir del momento en que nos mudamos a esta pequeña ciudad del sur del país. Sin embargo, ella jamás se había comportado de un modo tan irascible anteriormente, y sus amenazas de suicidio surgían tan pronto como se veía ligeramente agobiada. Sinceramente, sabía perfectamente dónde solía esconder su diario, y también había sido confidencialmente informada de que tan sólo escribía en él las cosas verdaderamente importantes que sucedían en su vida. Así pues, el crucial diario debía ser con toda certeza algo así como su testamento. El problema se centraba ahora en que el diario había desaparecido dos días antes de que mi hija falleciera. Cualquier pista le sería de gran utilidad a la policía y, obviamente, necesitábamos una ayuda definitiva para lograr resolver este desgraciado asunto. Preguntamos a sus amigas, compañeras de clase, conocidos y parientes, a todos y cada uno de ellos, pero nadie sabía nada del dichoso diario. El caso fue publicado en las revistas y periódicos locales, por lo que el asunto era ampliamente conocido. Aún con todo, todo el mundo estaba a punto de perder cualquier atisbo de esperanza, considerando que todos los esfuerzos realizados habían sido en vano. Necesitábamos desesperadamente una pista con la máxima urgencia, y finalmente apareció. Ocurrió dos semanas después de haber sido encontrado el cadáver de Alice, con sus manos manchadas de sangre y un enorme cuchillo con el cual obviamente había decidido matarse. Una chica pelirroja de unos treinta años permanecía inmóvil frente la puerta de entrada, con un semblante extremadamente tímido y con la mirada fija en el objeto que portaba en su mano izquierda. Se presentó como una buena amiga de mi hija, y dijo que sentía profundamente su trágica muerte. Le pedí que entrara y, con los ojos aún llorosos, aceptó. La guié hasta la habitación de Alice, y al abrir la puerta, repitió la misma mirada que observé cuando la vi por primera vez. Parecía como si hubiese estado esperando ese momento durante mucho tiempo, como si su sueño se hubiese hecho realidad. Mientras acariciaba la cama de Alice, una lágrima se deslizaba por su mejilla, y no pude evitar llorar de nuevo. Decidimos sentarnos en la cama, y ambas dejamos de llorar. Fue entonces cuando me entregó el objeto que llevaba con ella: era el diario de Alice, el diario perdido, pero decidí no abrirlo, porque pensé que no sería necesario hacerlo. Acariciando y agarrando la suave mano de aquella muchacha me di cuenta de por qué se había suicidado mi hija: por amor. Un amor demasiado complicado.