Sientes las manos cansadas, ya no sabes hacia donde mirar y buscas un lugar donde descansar mientras el tiempo se te acaba. Has viajado a tantos lugares que ya no distingues lo distinto de lo igual. Todos tus recuerdos te llueven, algunos los pierdes en el camino y otros nunca te abandonarán.
Has bajado a comprar el pan y has visto el mundo igual que siempre, las mismas caras a la misma hora, en el mismo lugar, pero en otro tiempo y con otro sentir. ¿Has visto lo mismo de manera distinta o son diferentes cosas con la misma sensación? Eso qué más da ahora, has comprado algo que tal vez nunca probarás y no tienes tiempo de ponerte a pensar en nimiedades. O quizás sólo tengas tiempo para pensar. El reloj marca las horas con su tictac incansable. Va contando los segundos mientras tú cuentas tus recuerdos. Ya apenas recuerdas quien eras y hace tiempo que olvidaste quién fuiste. Tu pelo blanco te ha hecho olvidar si fuiste rubia o morena. ¿De qué color te pintabas las uñas, si es que te las pintaste alguna vez? Tu último amor se echó a dormir un día y ya no despertó. Apenas recuerdas su rostro, pero nunca olvidarás su mirada, aquella dulce mirada que te dedicaba cada mañana. Crees recordar su nombre, pero las dudas te golpean. No, no lo has olvidado, aún te acuerdas cómo le llamabas y las fotografías te ayudan a mantener viva su imagen. Los años junto a él fueron los mejores de tu vida.
Algo te dice que tu infancia fue feliz también, pero ya casi no la recuerdas. Hace tanto de eso... En el estante de enfrente está la foto de una niña. Qué guapa es. Su mirada ingenua, su sonrisa inocente y tierna. Se llama Paula como la abuela, como tú. Su cara es tan bonita. Tiene el pelo castaño y rizado y unos ojos de miel que hechizan. El cuello de su blusita está torcido y al mirarlo esbozas una sonrisa. Nunca está quieta. La recuerdas en el salón donde ahora te encuentras, sentada en el suelo y se levanta de golpe. Va hacia la puerta pero no llega, ha visto algo de la hace detener. En la mesa ve un patito de cristal que brilla gracias a los rayos de Sol que entran por la ventana. Como encantada levanta los brazos y corre hacia él con la intención de atraparlo y hacerlo cómplice de sus juegos. Choca con la mesa y el pato de cristal tiembla. Sus brazos son muy cortos y no llega a alcanzarlo. Alguien la ha apartado de la mesa. Al principio se resiste pero finalmente cede. Le ha llamado la atención otra cosa y va a su encuentro. Parece un ángel travieso. ¿Cuántas primaveras ha visto la niña? Dos como muchas, quizá tres.
Tú de pequeña llevarías trenzas. Todas las niñas de entonces las llevaron en algún momento. Y un lazo las terminaría.
Estás cansada. La foto la dejaste en el sofá junto a ti. No tienes ganas de levantarte de nuevo para colocarla en su lugar. Hace unos días vino a visitarte y trajo a su hermanito de pocas semanas. También es muy guapo y estás segura que de mayor será tanto como lo fue su abuelo. ¿Por qué no despertó aquella mañana?
En el pasillo suena el teléfono. Quieres levantarte pero no tienes ganas. Sigue sonando. Tal vez sea alguno de tus hijos y si no lo coges se preocupará pues siempre llama a esa hora y tu le respondes. Ha dejado de sonar. El silencio que ahora te rodea te angustia, preferías ese sonido aunque fuera molesto pues muestra que alguien más sigue vivo al otro lado. Está sonando de nuevo pero tú que sigues sentada ya no lo oyes.