María está inquieta, espera ansiosa la vuelta a casa de su marido; luego de mucho analizar las cosas ha decidido hablar con él y decirle todo lo que tiene adentro desde hace tiempo. No es la clase de mujer que discuta las decisiones de su cónyuge, sobre todo teniendo en cuenta la poca tendencia de éste a pedirle opinión; pero esta vez ha decidido expresarse. Sabe que a su marido no le agradará la intromisión, acostumbrado, como está, a imponer su autoridad; mas siente en su interior que tiene que hacerlo ya, sin postergación alguna.
Como toda mujer, adolece de una sensibilidad especial que su marido no comparte; la fortaleza de la que él hace gala, a ella le parece, más bien, insensibilidad manifiesta y la sume en un descontento permanente que se viene agudizando día a día. Su visión de lo que debe ser un padre con sus hijos difiere de la de su marido. Ella cree que hay que estarles encima, protegerlos y evitarles cualquier sufrimiento; pero él le ha impedido sistemáticamente cualquier intervención, ya que considera que deben andar por la vida libremente y tomar sus propias decisiones sin interferencia alguna. Han pasado los años, y los muchos hijos que tienen, sin excepción, han ido sufriendo, uno a uno, tantos males como estrellas tiene el universo; pero, por mucho que ha intentado cambiar la postura de su cónyuge, la actitud de éste ha sido siempre la misma: dejar que se arreglen solos.
Tiembla de miedo cuando oye los intimidantes pasos ingresando en la casa. Se saludan cariñosamente y charlan trivialidades mientras María busca el momento oportuno para entrar en tema; luego de mucho dar vueltas, comienza con su discurso:
-Querido, hace tiempo que ambiciono hablar contigo y nunca me llega la oportunidad.
-Habla mujer, que son pocos las ocasiones para hacerlo, dado la diversidad de mis innumerables ocupaciones.
-Es que se trata de un tema delicado...........yyyyy.........no sé por dónde empezar...........................................
El silencio autoimpuesto pone incómoda a María; pero le da tiempo para ordenar sus ideas y entonces, más segura, recobra el habla:
-Iré al grano; considero que estamos siendo demasiado permisivos con la educación de nuestros hijos.
-Déjate María de las debilidades típicas de tu sexo, sabes muy bien cual es mi opinión al respecto.
-¡Justamente!, es esa opinión la que no comparto; creo que la libertad es buena dentro de ciertos límites. Es hora de que comencemos a intervenir en el destino de nuestros hijos.
-No he interferido jamás hasta ahora y seguiré sin hacerlo; por muy mal que les esté yendo.
-No me digas que no has pensado alguna vez en ayudarlos, estoy segura de que lo has hecho. No hay padre que no le dé una mano a sus hijos cuando la necesitan.
-Pero yo no soy cualquier padre, me he jactado siempre de ser un modelo de padre y no pienso renunciar a mis reglas por mucho que insistas.
-No pretendo que les manejemos la vida, pero sí que intervengamos cuando las cosas se complican seriamente; ¿Qué necesidad hay de permitirles un sufrimiento, si podemos impedirlo?
-El sufrimiento es parte de la vida, pero tu sabes tan bien como yo que luego de esa vida terrenal está la otra y que de lo experimentado en la primera depende la segunda. Es por ello que no debemos interferir un ápice en los destinos de muestros hijos para que sean ellos, y ningún otro, los responsables de sus libres elecciones.
-¿Por qué eres tan necio? Pon, por una vez, los pies sobre la tierra; aunque tu omnipotencia te lo impida. Yo, que he sufrido en carne propia las injusticias de la gente, sé de lo que hablo. Tu liberalismo exagerado está destruyendo nuestro pequeño mundo y no haces nada por actualizar tus teorías obsoletas. ¿Cuál es nuestra función, si no estamos para evitar el sufrimiento de los seres queridos?
-Ese sufrimiento, del que hablas con pesar, es necesario; digo más, indispensable para su lenta maduración y, asimismo, puede ser considerado ínfimo dentro de un contexto de eternidad; pero no espero que entiendas razones, ya que en ti prevalece lo emotivo.
-Cada segundo de vida de cada uno de mis amados hijos es precioso para mí y si tú no comprendes eso, es porque no eres tan bueno como pareces.
-¡No me hables de bondad, mujer ignorante!. El bien y el mal no tienen nada que hacer en esta discusión; se trata, sólo, de términos abstractos y que no caben a la hora de juzgar mi comportamiento, a todas luces irreprochable. Nuestros hijos serán lo que deban ser sin necesidad de que sus padres intentemos cambiar sus vidas.
-Me rindo –María habla con lágrimas en sus ojos-. Veo que no tienes ninguna intención de escuchar mis ruegos, que no piensas cambiar de idea por mucho que insista.
-¡Por favor!, no llores amada mía –la abraza protector, mientras agrega sentencioso-. Entiendo y me apena tu dolor; pero sólo me queda decirte algo María, y con esto daremos por terminada la discusión: “así como es inútil intentar cambiar los destinos del hombre en la tierra, más estéril todavía es pretender cambiar a Dios en sus designios”.
no veo que tenga de misterioso tu cuento me parece horrible falto de cuqluier paso de miedo no tiene nada de interesante la verdad me parece super horribleeeeeeeeeeeee