Miré con espanto la hoja de afeitar. Filosa, como una pequeña guillotina y el pasaje seguro a una muerte sanguinolenta. Imaginé mi carne crujiendo mientras el agudo instrumento iba cercenando venas y arterias. La vida es tan poca cosa –pensé – basta un corte medianamente profundo para conseguir el inmediato pasaporte al más allá. Luego, escándalo, exequias, flores, llanto, olvido, olvido, olvido, nada... Miré el reloj que llevaba en mi muñeca y constaté con preocupación que eran las diecinueve y treinta. Dejé de lado mis terribles divagaciones y terminé de afeitarme…