Días sin huella

El amanecer de aquel lunes 8 de marzo de 1989, fue cruel y perturbador para Fernando. Al despertar, sobre un charco de sus propios orines, con un sabor amargo en su boca, deseó fervientemente una fría cerveza, ya que sobre sus sienes, un taladrante dolor le indicaba que sufría de una espantosa cruda. Sin embargo, cuando se dio cuenta cabal del lugar en donde se encontraba, como despertando de un sueño o de una pesadilla, intentó durante bastante tiempo recordar qué había sucedido el día anterior; pero era inútil: no podía entender nada, mucho menos recordar. Solamente buscando en el pasado el porque se hallaba recluido en una sucia y maloliente celda de la penitenciaría de la región.
“Seguramente saldré en unas horas” –pensó Fernando. La cercanía de un guardia le dio la oportunidad de cuestionarle su estadía en ese lugar no “digno” para su persona.
“¿Qué pasó? ¿Qué fue lo que hice…? – la respuesta de Cipriano, el custodio lo dejó helado: “Ayer completamente borracho mataste a tu madre…! - “¿Qué…? ¿cómo…?
Después de eso, cayó en un pesado letargo y se sumió en una inconsciencia que lo salvaguardó de más daños morales.
Fernando empezó su vida dentro de la enfermedad del alcoholismo cuando apenas era un joven de 18 años. De acuerdo a un estudio efectuado en la Universidad de Yale, en 1945 por el Dr. Elvin Morton Jellineka, en poco más de dos mil personas que bebían de manera “anormal”, dicho galeno llegó a la conclusión de que el alcoholismo es una enfermedad, ya que presenta ciertos síntomas que la catalogan como tal. Quienes se inician en la ingesta de alcohol (cualquier modalidad) ya sea por curiosidad, imitación o cualquier otra circunstancia, ni ellos mismo saben que 5 de cada cien de esos individuos llegará tarde que temprano a ser un alcohólico crónico. Y como cualquier otra enfermedad, si no se atiende, es progresiva y mortal, pero además, ésta tiene una particularidad: es incurable.
Fernando, como les digo al principio, empezó a beber ocasionalmente y poco. Sin embargo, su constante costumbre de beber, lo llevaron a un alcoholismo crónico, donde lo único que lo detiene es el manicomio, el panteón o Alcohólicos Anónimos.
Al principio de su carrera como bebedor, sólo tomaba poco y de determinada marca de cerveza. No pasaron muchos años para que su organismo se deteriorara y su persona se degenerara, como consecuencia lógica de su vida disipada sumida en el alcohol.
A pesar de que era de familia bien habida, no obstante fue tanta su perdición en la bebida, que perdió todo: trabajo, familia, amigos, y lo más importante, desperdició su vida.
Una vida venturosa que Dios le había dado para vivirla, porque tanto la naturaleza como Dios mismo, aborrecen el suicidio, y lo que Fernando hacía, era precisamente eso: suicidarse aunque haya un descargo en ello, y es que él, no sabía que el beber como lo hacia era producto de una enfermedad.
Fernando recorrió todas las fases del estudio antes mencionado del Dr. Jellinek, desde la fase pre-alcohólica, pasando por la prodrómica o puramente sintomática, crítica y crónica, que es cuando ya no se valora nada.
De hecho, desde el principio de la enfermedad, quienes acusan olvidos después de una buena farra, están básicamente en problemas y hay que ser sincero y buscar ayuda, recordando siempre que el alcoholismo no es un vicio ni un problema de vergüenza, sino de SALUD.
A esas etapas de olvido, se le conocen comúnmente como “lagunas mentales” o palimpsestos agudos, por la similitud que existe entre los antiguos pergaminos borrosos en los que se escribía una y otra vez., y fue precisamente en una de esas lagunas mentales, en que Fernando cometió el homicidio de su madre.
Alguien en sus cinco sentidos haría jamás tal atrocidad, sin embargo, la mente del bebedor problema como Fernando, desvaría de tal modo que hasta a su propia madre desconoce.
Por esa razón, es mejor atacar el problema antes de que se convierta en algo de lo que después nos arrepentiremos.
Hoy, Fernando deberá cumplir a la sociedad purgando una condena que se hubiera podido evitar buscando ayuda en esos grupos que hay diseminados por todo el mundo y por todas las ciudades, incluyendo pueblos y rancherías y que se llaman Alcohólicos Anónimos.