El hombre despertó y se vio sólo en una celda, tenía las manos sucias, pegajosas y con olor a sangre; vestía pantalón azul claro, completamente rasgado y la camisa abierta hasta el ombligo, los cabellos despeinados y los pómulos golpeados. Todo parece señalar que estaba involucrado en un hecho de agresividad, posiblemente trágico, del cual no tenía el más mínimo recuerdo.
Su mente daba y daba vueltas queriendo recobrar su lucidez para enterarse de cada detalle de lo sucedido la noche anterior. Tantas veces había amenazado a su esposa, tantas veces había deseado matarla que aunque no sabía a ciencia cierta lo ocurrido, estaba aterrorizado y arrepentido.
Cuándo estaba en lo más profundo de sus cavilaciones, llegó el celador anunciando que tenía visita. Su cara palideció repentinamente para luego llenarse de una mirada radiante de luz, al escuchar la voz de su esposa en la sala contigua, anunciando su llegada al funcionario de entrada, y solicitando permiso para ver al detenido y contarle entre lágrimas y penas quién había sido la víctima de la noche anterior.